viernes, 15 de febrero de 2008

CUENTO: Truhán

Por Alfonso Peláez Bazán

Una brusca y repentina parada de nuestras cabalgaduras nos hace coger de nuevo las olvidadas bridas y mirar al camino: frente nosotros, como algo fantasmagórico, está plantado en medio de la vía un extraño perro.

Imperturbable, proyecta sobre nosotros la luz intensa de los grandes ojos. Con un ritmo acelerado laten todas sus entrañas, y por entre sus colmillos blancos, jadeante sale su roja lengua.

Pardo el color, alto más bien, magro diríase, amplias y las caídas las orejas, fino el hocico, larga y rendida la cola.

Con no sé qué de príncipe o monarca, se sale del camino y espera, displicente, que se le deje libre paso. Nuestras miradas, al pasar junto a él, se hacen reverencia.

De nuevo en el áspero camino, con soberano paso reinicia la fatigosa subida. No nos vuelve mirar, por supuesto; nosotros, en cambio, le seguimos con los ojos hasta que se pierde a la vuelta del primer recodo del camino.

***

-Y no es que Truhán haya salvado de la muerte a su amo o alguna hermosa doncella, como en los relatos cautivantes. Nada de eso. Se trata simplemente de un extraño vagabundo que va y viene de un sitio a otro, sin interesarle ni los hombres ni el calendario... Truhán tiene de gitano, de bohemio, de egipcio, de cíngaro... Qué sé yo..

Arde el camino en llamas incoloras, invisibles... Los gritos de la chicharras, se clavan en nuestras sienes como agujas candentes. De tanto en tanto, un árbol sin hojas alarga su sombra esquelética.

-Truhán-continua Jiafar- se mueve arbitraria y anárquicamente en una brava extensión de más o menos 30,000 kilómetros cuadrados. Si, arbitraria y anárquicamente. Diríase, sin embargo, que tal modalidad- y acepte la paradoja- resulta ser la norma en su eterno deambular. Nada hay, por otro lado, que le haga salirse de los límites que él mismo se marcó: la región está clavada en su ser, y la misma fuerza que lo aleja lo vuelve.

¿Pero, que rumbo llevamos? ¿Y quién es Jiafar? Ciertamente que no os lo había dicho.

Descendemos a un "puerto" del Marañón. Poco importa el nombre. Y Jiafar es un correctísimo joven cajabambino, con quien- por uno de esos bellos azares de la vida, y desde ayer solamente -somos compañeros de viaje.

-En el mapa de sus inquietudes figuran estos nombres: Malcamachay, Cajamarquilla, Jaén, Jecumbuy, la Pauca, Ucuncha, Chorobamba, Leimebamba, Balzas, Celendín, Oxamarca, Cajabamba...

-Y mil lugares más...- le corto a Jiafar su relación de nombres, que pretendía hacerse interminable, para preguntarle enseguida:-¿y de dónde es Truhán? Es decir, ¿de dónde vino?

-Como si doce o catorce años fuesen doce o catorce siglos, nadie, que yo sepa, sabría informarle: igual al de un lejano personaje, el origen de Truhán se pierde en una noche oscura... lo que no quiere decir, desde luego, que dejen de haber ciertas versiones. Según una de ellas, para citar la más difundida, Truhán, bien pequeñito, fue hallado sobre una balsa que las aguas del Marañón acababan de varar en una playa salvaje y solitaria. Versión que tampoco nos dice de dónde vino.

Jiafar enciende un cigarro, y luego de dar una inmensa pitada, continúa:

-Su historia verídica, asequible, arranca del lejano día- lejano en la vida de Truhán- en que llega, sin anuncio de ninguna clase, a la hacienda Huaril. Recuerdan que fue aquel día de vientos huracanados. Pegándose bien a la pared, y con la cola metida entre las piernas, entró a la casa-hacienda. Los primeros en recibirlo, fueron los perros, y ya sabe usted cómo reciben los perros a sus congéneres...

-Tal como haríamos los hombres si no usáramos zapatos, corbata...

-Sanaron pronto las heridas de Truhán, y un buen día, despreciando abrigo y afectos -que ya los tenía hasta entre sus propios hermanos- desapareció como había llegado.

Desde las ramas lustrosas de los pates, nos saludan los quienquienes multicolores y ágiles.

-Al cabo de algunos días, según lo aseguran, llegó el peregrino a la hacienda Choral; y allí la recepción no fue menos violenta y cruel. Un perro enorme, de esos que son lujo y garantía de hacendados, se le fue encima apenas lo vio-. Luego de cogerlo por el lomo, lo tiró hacia arriba. Cuando el pequeño intruso estuvo de regreso en el suelo, todos los otros perros empezaron a darle feroces dentelladas... Dando aterradores gruñidos, se abrió paso el perro fenomenal y cogió otra vez al desventurado... Y esta vez lo tiró más alto... y de nuevo las fieras dentelladas... Un griterío ensordecedor, infernal realzaba la escena.

-Los perros, igual que los hombres, grandes amigos al fin, exasperan su natural ferocidad frente al débil- sigo molestando a Jiafar.

-Y ya estaba Truhán a punto de perecer; mas, en este mundo caprichoso, siempre llega a tiempo un auxilio. Aída, la hija más guapa del hacendado, como una Browing en la mano, impuso la calma...

-Menos mal que siempre y medios eficaces para reducir a unos y a otros...

En Choral, el restablecimiento fue lento. Ello sirvió, sin embargo, para que en el transcurso de las semanas, se le fueran acercando amistosamente todos los perros, incluso "Nerón", el de las fuerzas colosales.

-Problema de costumbre, mi gran amigo.

-Era abundante la comida y fresca del agua. Para cualquier otro perro, allí, en Choral, habría estado su “centro”, no para Truhán, que tiene delante todas las rutas del mundo... y vuelve a partir. No interesaría saber a dónde.

El vientecito acariciador que corre incesantemente por la falda, intercepta a instantes la bronca voz del río.

-Corrido un año más o menos, cayó en Leimebamba. Cuando estuvo frente al cabildo, se le acercaron dos perros y le armaron camorra. Truhán respondió dignamente, pero al cabo de pocos instantes tenía sobre él a todos los perros del lugar. Y se armó la algazara más atronante y enfurecida... Para salvar al "forastero", tuvo que intervenir todo el vecindario: los hombres con sus palos y las mujeres con sus cántaros llenos de agua hirviente... Alguien se llevó a Truhán y le roció bastante kerosene en las heridas. Después de algunos días, ya pudo darse el humilde aunque arriesgado placer de dar su vuelta por las dos o tres calles del lugar.

-En los perros como en los hombres, todo es cuestión de perder el miedo...

-Días más tarde, desapareció sin dejar recado ni huella.

Miro a Jiafar a través del humo de su cigarro. Fuma con igual delectación que conversa.

-El mundo es pequeño, y el de Truhán lo era también. Enseguida de estar en Balzas, Utco, Oxamarca, llega otra vez a Huaril. Habían transcurrido cerca de tres años. Perros y gentes lo reconocieron al instante; y todos le hicieron regocijadas manifestaciones. Comió con sus hermanos en la misma escudilla y tuvo una gran manta para su cama. Cuando el sol entró en la hoyada, Truhán estaba ya a muchas leguas de Huaril.

Hemos llegado a una especie de encañada, y la brisa que viene del lado del río, reanima nuestros cuerpos. Los chiscos, los tordos, los chiroques alegran nuestro paso.

-Truhán va ensanchando su mundo. Alguien de estos lados no encuentra en Celendín. Lo ve nada menos que en la procesión de la Virgen del Carmen, patrona de lugar; ahí va confundido entre la multitud devota... Al otro día lo vuelve a ver en la plaza de toros- la Feliciana- metiendo el hocico en la barrera... El cuatro de octubre del mismo año hace su aparición en Cajabamba. Quien lo vio asegura que Truhán miraba el desfile de los "diablos" desde el campanario de la iglesia.

Cuando ha cesado el canto dulce y amoroso de la torcaz que está en lo más alto de frondoso cedro, continúa mi interlocutor:

-Truhán se ha hecho grande del todo, y parece ser que fija la demarcación de su patria. Y desde entonces a la fecha, arbitraria y anárquicamente, muévese sin tregua dentro de los límites de aquella. Truhán disfruta de todos los climas: sabe de las noches calurosas y lujuriantes de los temples; de las tibias y sedantes de las quichuas, y sabe, por igual, de las noches largas, muertas de las jalcas. Cien veces estuvo en las raumas de Malcamachay y Huanabamba; otras tantas, en las moliendas de el Limón y Púsac; y estuvo también en las famosas trillas de la Pauca y Uchumarca.

Jiafar pone en sus palabras toda la emoción de su alma. Jiafar está convertido en un raro exégeta.

-Cuando Truhán llega a un lugar- hacienda, aldea o ciudad-, pronto se ve rodeado de todos los perros. También se le acercan los niños, aunque con ciertos recelos. Como perro que ha sangrado mucho, Truhán efectúa un rápido reconocimiento; después de lo cual, se sienta sobre las patas traseras y hace como si contara raras aventuras... todos los le miran a los ojos, como queriendo a ver en sus cansadas pupilas otras tierras y otros cielos... una perra flaca amonesta a sus cachorros para que estén quietos y en silencio... un perro enseña los colmillos a unos niños que intentan acercarse demasiado... De repente, Truhán tira las patas delanteras, y sobre la derecha o la izquierda, blandamente apoyada la testa... Se dispersa la concurrencia... Los niños se dicen algo al oído. Y ahí queda truhán con su infinita desolación

Sobre el verde cocal, las putillas y los soldaditos derrochan sus colores y ternuras... Mirando la fuga emocionada de las volutas de humo, Jiafar termina:

-No se sabe, por lo demás que busca Truhán; pues a veces da la sensación de estar buscando algo. El ha visto infinidad de caras por los mil caminos de su "patria", y cuando en la vía encuéntrase con alguien ya sabe usted que hace y como lo hace...

Estamos ya en la orilla del río. La balsa está lista. Al otro lado, nuestras rutas se separan: Jiafar tomará para Cajabamba y yo para Celendín

***

Tres meses después, me llega una carta encantadora. Es de Jiafar y está casi íntegramente dedicada a Truhán.

"¿Recuerda usted de Truhán? Si no lo ha olvidado es bien seguro que le interese saber de su última andanza.

“Aquella vez que usted y yo lo encontramos- ¿sabe? -Iba Truhán camino de la muerte... camino de la muerte... tal la frase justa, gráfica en este caso. El camino fue su vida”.

"Aquel día, a punto que estaba de vencer la cuesta, le salió al paso un puma hambriento. Parece ser que Truhán defendióse con bravura, pero de nada le valieron ya todas sus fuerzas".

"Y esta vez el auxilio llegó tarde. Un repuntero alcanzó a oír los aullidos y fuése a todo correr hacia el escenario salvaje de la lucha. Disparó su escopeta y huyó la fiera".

"Cuando el repuntero llegó hasta Truhán, éste desangrábase mortalmente. Minutos después, echó sobre sus hombros el cadáver y tomó camino a su querencia, y junto a su choza abrió un hoyo profundo para Truhán".

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