sábado, 30 de mayo de 2009

POESIA: Vidal Villanueva Chávez

BALADAS DE LA SANGRE
Por Jorge Horna
Después de la publicación de su hermoso libro inundado de ternura, Canciones de Hogar (1971), Vidal Villanueva Chávez entregó a sus lectores el poemario Baladas de la Sangre (Ediciones Perú Joven. Lima, 1980), que mereció meritorios comentarios en los círculos literarios. Este libro suscitó elogios del periodista cultural Alfonso La Torre (Alat), del profesor universitario Manuel Velásquez Rojas, del crítico Ricardo Gonzáles Vigil; los respectivos artículos aparecieron en los diarios Expreso y El Comercio de aquel entonces.
En el tardío encuentro que tuve con Vidal, en diciembre de 2008, él me relató este acontecer: para publicar Baladas de la Sangre, algún amigo le sugirió que la carátula lo hiciese el prestigiado diseñador gráfico Jesús Ruiz Durán. Acudió a su oficina que este tenía en el diario El Comercio, se presentó y le comunicó su petición. Con displicencia, Ruiz Durán aceptó, recibió los originales del poemario y le indicó que regresara dentro de diez días.
Cuando Vidal acudió el día fijado, Jesús Ruiz Durán se levantó de su sillón, lo miró fijamente y le dio un emocionado abrazo, expresándole que después de mucho tiempo no había leído unos versos tan frescos y de una estética novedosa. Al mismo tiempo que le entregaba el diseño para la carátula.


Para ilustrar a los lectores de Espina de Maram, transcribo los textos impresos en las solapas del poemario:

VIDAL VILLANUEVA, nació en 1945, en Celendín (Cajamarca), Perú.
En 1969 se graduó de Profesor de Castellano y Literatura en Universidad Nacional de Educación (UNE), La Cantuta, y, en 1978, obtuvo el grado de Doctor (Ph. D.) en Filología en el Instituto de Lingüística de la Academia de Ciencias de la URSS.
Entre 1970 y 1972 fue profesor de la Universidad La Cantuta. Actualmente se dedica a la traducción (ruso-español)
En 1968 fundó y dirigió la revista “Expresión”, órgano literario de la UNE. Participó –en 1970- en el Primer Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes del Perú. Sus poemas aparecieron en el volumen antológico “Poesía”.
El hombre y la naturaleza se integran, a la médula de la palabra, en una voz de ternura y optimismo; y en una final instancia, el tema de lo social, sirve de soporte a lo solidario entre los hombres, “criaturas que van por la tierra, sangrando, dejando huellas”.
Luego, una muestra del contenido de Baladas de la Sangre.

I Sección
1
En cada dolor se abre la tierra,
nace un árbol, sonríe un niño
2
Hay en lo más hondo de ti
una voz que te llama,
es la voz de un niño
que triste camina
ajeno, e insondable.
4
Papá durante el día
pasa cultivando en su huerto,
la cosecha no alcanza
para los que viven en la mesa.
Papá con su mirada
alimenta a sus hijos.

II Sección
5
Escribo con la sangre de mi tiempo
con letras de sangre, porque sangre
es lo que veo, sangre fresca y derramada
sangre viva, lo que corre y canta.
Es el polvo, es la piedra, es el monte
es el agua, es la sombra, el camino…
Y la sangre, los claveles, las heridas,
goteando, goteando, goteando.

12
Los hijos de la tierra
vendrán un día
Los hijos de la tierra
están en camino
Los hijos de la tierra
llegarán mañana
Los hijos de la tierra
están llegando
¡Los hijos de la tierra!
¡Suenan las campanas!

lunes, 18 de mayo de 2009

CUENTO: Alfonso Peláez Bazán

Don Alfonso Peláez Bazán fue un maestro en el arte de pintar situaciones con ese fraseo típico de nuestra tierra, tan propio, tan confidencial y tan entendible. Así mismo, ponía de manifiesto las lacras que aún azotan a nuestra idiosincrasia: el machismo, la paternidad irresponsable y el alcoholismo, con todos los prejuicios y perjuicios que estos males conllevan, así como las supersticiones ancestrales que persisten en el alma celendina (NdlR).

TRES CARAS
Por Alfonso Peláez Bazán
Aquella mañana, Susi Gómez tuvo que arrimarse a la pared y quedarse quietecita, con los ojos cerrados para no caer al suelo. De repente, acababa de sentir una cosa horrible. Algo así como un vértigo que bruscamente le paralizara todo su ser y rodara éste por el vacío. Instintivamente se aferró a la ventana de reja que tenía a su lado.
Un transeúnte que en ese instante pasaba por ahí y se sorprendiera de la palidez mortal de Susi, se detuvo para auxiliarla.
Cuando todo había pasado, Susi dio las gracias a su accidental protector y siguió caminando con dirección al mercado del pueblo.
Y llegó ahí sin ninguna otra novedad.
-¡Ah, maldiciada!... mis ojos no me engañan… ya estás con la “pepita” adentro… y qué otra cosa puede ser lo que te acaba de pasar… Uf… tantas crías he tenido yo…-le dijo doña Rudecinda a Susi, al tiempo redespacharle las verduras que le había indicado.
-Ujú… eso debe ser, doña Rude… pero me mato será… tan cerca está el Marañón… de cabeza me tiro… por Dios, doña Rude…
-No te aconsejaría eso, muchacha loca. Estás muy joven para hacer eso… ¡Jesús!... claro que te compadezco… porque las primerizas… ni acordarme quisiera… pídele nomás a Dios que te ayude.
-Gracias, doña Rude. Pero no sé francamente cómo acabará esto… Me voy, que ya me he hecho tarde.
Cuando Susi estaba ya a muchos pasos del puesto de doña Rude, ésta la llamó a grandes voces.
-¡Susi!... ¡Susi!... ¡Ven!... ¡Ven!...
Susi volvió rápidamente.
-…¿Y dime, maldiciada, de quién es eso que llevas ya en la barriga?...
-…Para o que me llama, doña Rude… qué graciosa doña Rude… ¿De quién?... de… bueno, mejor se lo digo mañana ¿Bueno, doña Rude?... me voy, me voy…
Y ahí quedó doña Rude con la cabeza todo revuelta. Una serie de nombres le daba vueltas y más vueltas. Ella sabía de todos los hombres que frecuentaban el negocio de Susi. “¿Del fulano?...” “¿Del sutano?...” “¿Del mengano?...” Recordó también la primera aventura amorosa de Susi, hacía de eso poco más o menos tres años, con el hijo del ricacho Isidro Zgarra. El mozo huyó a la costa. Y fue una suerte que no le dejara un hijo…”¿Pero, ahora, de quién será?...”
-Dona Rude, por favor, en qué está pensando?... despácheme pronto, doña Rude…
-…Ah, de veras… ¿Cuánto dijiste?...
Pasaron muchos minutos antes de que doña Rude pudiera verse libre de la gran intriga que le había despertado Susi. De rato en rato, sin embargo, se preguntaba: “¿Pero, quién le hizo la perrada?”.
Por su parte, Susi, camino a su casa, llevaba en la cabeza, como un clavo candente, la sencilla y natural pregunta de doña Rude: “¿De quién es, maldiciada, lo que llevas adentro?...” Por la calle sentía a instantes que le flaqueaban las piernas y que el pensamiento se le nublaba.
Ya en su casa, con las manos puestas en la afiebrada frente y los codos apoyados sobre el mostrador de su pequeña cantina, en la calle “Lagunas”, Susi se repetía amargamente: “Desgraciada de mí. ¿Cómo lo podré saber ahora?...” Ciertamente, por el momento, al menos, sólo Dios, si es que todo lo ve- podría saberlo. En forma y circunstancias muy raras. Susi había dispensado sus favores a tres hombre. No podía, pues, saber de ninguna manera de cuál de ellos era el ser que ya había empezado a agitarse en sus entrañas.
Primero fue Jorge Echegaray. Una noche se quedó solo en la cantinita de Susi y le dijo a ésta tantas cosas que acabó por convencerla. Los favores fueron tan bien dispensados, que Jorge Echegaray prometió a Susi volver en pocos días. Pero al otro día nomás le cayó un primo suyo que acababa de llegar de Lima. Y los requerimientos del primo Eduardo fueron tan apasionados que ella no tuvo fuerzas para resistir. Todos los resortes sentimentales fueron movidos por aquél. Los dulces recuerdos de la infancia, por ejemplo, fueron de gran efecto. Tres días después, como si hubiese habido una cita del diablo, don Calixto Cobarrubias –el mejor cliente de Susi-, tomando el camino más firme y corto, sitió a la infeliz y la rindió poniendo en sus manos un billete de QUINIENTOS SOLES .
En cuatro días escasos, Susi, se hizo, pues, de tres compromisos que a lo largo de quince días lo supo mantener libremente.
“Maldiciada, ¿de quién es lo que llevas en la barriga?...” Ahí delante de sus ojos está doña Rude, con su cara mofletuda y sus anchas caderas. “¿De quién?...”, se preguntaba angustiada.
Por la tarde se puso muy extraña. Tan extraña se puso que todos sus clientes le preguntaban: “¿Qué te pasa, Susi?...”
Porque ella era siempre alegre y decidora, Y para todos la respuesta era: “Nada”.
Por la noche se sintió afiebrada y una y mil veces le dio vueltas a la cabeza la pregunta de doña Rude: “Maldiciada ¿de quién es lo que llevas ahí adentro?...” Y se daba vueltas en la cama, preguntándose desesperadamente “¿De quién?... ¿de quién, Dios mío?...” Y las tres caras estaban fijas en su mente.
El esta psíquico de Susi era terrible, indudablemente. Llegará a tener un hijo y ell a no sabría si era de Jorge, de Eduardo o de don Calixto. ¿Cómo poder achacar a ninguno de los tres si ya en el barrio habían empezado a circular picantes comentarios sobre sus relaciones amorosas? Ya no le era posible señalar a nadie. Nacería, pues, el hijo de Susi sin padre conocido.
De pronto, en medio de su desesperación, tuvo un pensamiento que la consoló un tanto. “Se parecerá a uno de los tres… Tendré al menos el consuelo de decir a mi hijo quién es su padre…” Y se volvió a entregar a la desesperación. “Pero –oh, Dios mío- ninguno lo aceptará como hijo… Y yo no tendré derecho para exigir nada…” Y en su afiebrada mente estaba fijas las imágenes de Jorge, de Eduardo y de don Calixto…
La fatiga la rindió al fin y se quedó dormida. Pero al fiebre y los nervios la hicieron soñar horrores. Un monstruo raro que le arrancaba las entrañas… Un lago de sangre… Una hoguera que la convertía en cenizas…

El río Marañón, escenario de las historias de Alfonso Peláez Bazán.

* * *
Al otro día, cuando despertó, Susi era una verdadera desdicha: estaba pálida, ojerosa, desencajada y lánguida.
Muy temprano estuvo a visitarla doña Rude.
-¿Santo Dios, qué cara tienes!... Si pareces desenterrada…-le dijo apenas la vio.
-Cómo no, doña Rude… Fiebre, insomnio, sueños horribles…
Luego, confidencialmente. Susi le contó toda su desgracia a doña Rude. Absolutamente toda.
-Tonta… no te desesperes… Si hay remedio… Ya verás… Unos días y quedas libre…
-¿De veras, doña Rude?...
-Claro, claro… UHF… A mí que me dirás…
-Ay, doña Rude, usted es como mi propia madre... Usted no me abandonará… ¿Verdad, doña Rude?...
-Ni me lo preguntes, muchacha. Cómo nos queríamos con tu madre…
Susi se sintió bastante alentada con las frases de doña Rude.
Y luego de indicarle algún remedio casero para el sueño, se despidió doña Rude.
Por la noche, Susi volvió a tener sueños horribles. Vio a los tres hombres en las más diversas figuras. A veces eran extrañas serpientes que la estrangulaban despiadadamente.

II
Veinte días después llegó doña Rude a la casa de Susi portando en el seno un frasco que contenía un líquido verdoso.
-Mira, aquí está ya…
Susi, abrió enormes los ojos.
-… Eso sí, tienes que tomarlo todo… Cuidado, maldiciada, con botar al suelo ni una gota…
-Así fuera más, doña Rude… -respondió Susi resueltamente.
-Ni más ni menos tiene que ser, muchacha. Ya sabes.
A poco no más que se retiró dona Rude, Susi se bebió hasta la última gota el contenido del frasco. Presa de gran desasosiego contaba los minutos.
Y en vano esperó hora tras hora. Ningún dolor. Ni siquiera una sensación extraña.
Cuando por la noche llegó doña Rude a ver a Susi, se sorprendió de encontrarla perfectamente bien, sin ninguna novedad.
-¿Pero lo tomaste, mujer?
-Claro que sí, doña Rude…
-¿Y cómo entonces?... Quien sabe, condenada, no lo tomaste todo…
-Sin dejar una gota, doña Rude… No sé…
Doña Rude se quedó pensando unos segundos. Luego habló:
-Entonces la criatura se agarra… Porque cuando se agarran estos diablos no hay cristo que los desprenda… A ver, veremos si con otra toma…
-Confío en usted, doña Rude… No me abandone… Usted es como mi madre.
Doña Rude se despidió de Susi, ofreciéndole estar de vuelta en tres días más.

* * *
Y como le ofreció lo hizo.
-A ver, criatura… -entró diciendo doña Rude. –Ahora te voy a ver yo misma…
Y acto seguido, Susi se bebió la segunda toma.
-Verás ahora… Estas hierbas nunca me han fallado…
Durante tres horas, Susi cumplía las indicaciones que le hacía doña Rude: caminaba, se hacía masajes en el vientre, etc. Pero todo fue en vano. Ningún síntoma de desprendimiento. Al fin todo acabó con ligeros ardores al estómago y un fuerte dolor de cabeza.
-…Esto sí que no tiene remedio, chinita… Se agarra como un gato… como si fuera cría del diablo… Pero no te desesperes Puede ser que más adelante se suelte un poco…
Y luego de indicarle alguna yerba para el ardor de estómago y unos parches para el dolor de cabeza, doña Rude despidiese ya avanzada la noche.

* * *
Hasta sentir fatiga y desesperación, Susi se preguntaba: “¿De quién?...” “¿De quién?...” Y con automatismo cruel, desfilaban por su mente atormentada los tres rostros… Don Calixto… Jorge… Eduardo…
Y en su desesperación renovaba enérgicamente su decisión de arrojar el pedazo de su ser. “Sí, mil veces seré una asesina… pero no quiero la vergüenza y el dolor de no saber decir el nombre de mi hijo… Qué horror… Y pensar que es de alguien… de uno de los tres… Qué vergüenza la mía… Sí, seré asesina… Y sentía odio por los hombres. “Malditos!... Puercos…”.
Con su pensamiento recorría todos los meses restantes de gestación y al fin veía nacer a su hijo, con un insoportable grito de dolor y de protesta en su débil garganta. “¿Pero de quién, Dios mío? ¿De quién?...” Se estremecía todo su ser y palidecía mortalmente. “Qué horror!... Yo no lo podré mirar… No lo podré mirar porque lo estoy queriendo matar…”.
Así, torturándose en tal forma, pasó el resto de la noche.
El día la encontró con profundas ojeras.

* * *
Más adelante hubo un tercer intento de ahogar injustamente esa vida en botón. Doña Rude empleó un nuevo brebaje. Pero todo fue en vano, como las veces anteriores.
-Lo parirás nomás, maldiciada… Ya sabes que cuando esos grajos se prenden de veras, no hay forma de sacarlos… Al menos nosotras las viejas no sabemos que haya otras formas… Que debe haber o lo dudes. Pero es mejor que te avengas a tu suerte. Ya lo has visto, yo harto he querido…
Susi se echó a llorar inconsoladamente.

III
Y fueron pasando los meses. Para nadie era ya un secreto el estado de Susi. Y en su negocio, todos los parroquianos se creían con derecho a fastidiarla de mil maneras. Pero ella tenía que sufrir pacientemente hasta las más pesadas bromas, en guarda de su negocio.
Pero había tres hombres que no podían evadirse de la seriedad del caso, por más que aparentasen lo contrario. Cada uno por lo menos tenía necesariamente que admitir la posibilidad de que fuera hijo suyo. “Bien pudiera ser mío… La duda nadie nos la podrá quitar”.
A solas con Susi, la actitud de cada uno de ellos era bien distinta.
Jorge le decía impúdicamente:
-Por supuesto que no vas a decir que el hijo es mío porque fui el primero… el primero de la temporada…
Y su primo Eduardo se expresaba así:
-Supongo que no tendrán pensado echarme a mí la culpa, sólo por ser primo tuyo…
Y don Calixto:
-Comprenderás que no deseo ser el elegido por ti, simplemente porque me costó caro…
Susi no hacía sino llorar amargamente.

* * *
Y nueve lunas pasaron rápidamente.
Un día sintió fuertes dolores en el vientre. Había llegado la hora terrible.
Buena y solícita como siempre, estuvo desde el primer momento doña Rude.
-…Ahora veremos qué uñas tenía este diablo… Cómo se agarró…
Y Susi se retorcía lastimosamente sobre el lecho. Doña Rude sudaba copiosamente.
-¡Jesús, como se agarra!... Como sino quisiera venir a este mundo… ¡Jesús!...
Al oírla hablar así a doña Rude, Susi exclamaba con todas sus fuerzas:
-…¡Sí, Dios mío, mátanos a los dos!... ¡Te lo pido, Dios mío!... A los dos… A los dos…
Pero nada de eso iba a ocurrir. Ni tampoco el niño tendría uñas de gato. Agitando pies y manos y lanzando fuertes gritos, vino al mundo un varón que en nada se diferenciaba de los otros.
Susi quedó desmayada. Doña Rude cuidó del recién nacido.
Al cabo de cierto tiempo, Susi volvió en sí y pidió ver a su hijo.
-…Sí, doña Rude, quiero verlo… ¿Cómo es?
Doña Rude ya tenía envuelto al hijo de Susi.
-Aquí lo tienes, maldiciada… Verás que hermoso es…
Pero Susi se volvió para el lado de la pared, exclamando:
-…¡No, no quiero verlo!... ¡Yo quise matarlo!... ¡Horror!...
Doña Rude acostó al niño junto a la madre.
-…Cuidado lo aplastes, maldiciada… Yo volveré mañana…
Susi no respondió nada. Parecía estar desmayada de nuevo.

* * *
Susi abrió los ojos y se encontró con la oscuridad. Sintió un miedo extraño. Extendió la mano y encontró a su hijo. Se le aclaró entonces el entendimiento. “A ver ahora, porquería, cómo vas a llamarte… ¿Qué nombre vas a tener?... Porquería…”.
Y en el fondo de su ser empezó a revolverse, como una rara serpiente, la idea de matar al hijo. “Sí, tú no debes vivir… Para que seas un gusano sin nombre, mejor es matarte…”.
De pronto, sin embargo, se quedó horrorizada de sus pensamientos y se incorporó violentamente sobre el lecho. “No, no, Dios mío… Dame fuerzas… Yo criaré a mi hijo… Y será lindo… Pero, Dios mío ¿qué nombre tendrá?... Bueno, un nombre cualquiera… ¿qué importa eso?... Pero será lindo Y miraré bien adentro de sus ojos para saber quién es el padre?...”.
Finalmente, se quedó profundamente dormida.

Balseros surcando el río Marañón. Foto cortesía de Luis B. Jiménez Araujo.

* * *
Al otro día, Susi ya tuvo fuerzas para alzar al hijo en sus brazos y mirarlo largamente. “Aun no es tiempo de saberlo… La luz y el agua aclararán luego tus ojos…”.
Aquel mismo día, doña Rude le enseñó una canción de cuna que empezaba así: “Duerme, duerme, niño…”

* * *
Seis días pasaron como seis segundos.
Está ya lista el agua para el último baño que doña Rude dará al niño. En lo sucesivo, ya podrá hacerlo Susi.
-…¡Jesús!... ¿Qué veo, maldiciada?... ¡Jesús y María!... –exclamó doña Rude mirando fijamente al niño.
-…¡Jesús!
Doña Rude siguió mirando al niño
-…Sí, es don Calixto… Fíjate, condenada…
-… ¡A ver!... –exclamó Susi, con la más grande ansiedad.
Doña Rude le alcanzó el bebé.
-…No,… No, doña Rude… No es a don Calixto… Más bien… Espérese… Ah, no sé qué le veo a Eduardo… No sé…
Luego bañaron al niño y lo acostaron
-… ¡Ay, Dios mío!... Mírelo ahora, doña Rude,… Pero fíjese bien… Ahí está Jorge… Un aire… No sé qué…
-… A ver… A ver… -dijo doña Rude llevando al niño en sus brazos y poniéndolo un poco a la luz. –Ah… no… Míralo bien… para mí que está la cara de don Calixto…
Susi recibió al niño y lo miró de costado.
-…Ah… ¿cómo?... Ahora sí que lo descubrí… Es Eduardo… Es Eduardo… Mire… Mire, doña Rude…
Esta se acercó sorprendida.
-…¿Qué?... A ver ¡Jesús!... ¡De veras, condenada!
Y doña Rude tomó en brazos al bebé
-… No… No… Míralo de este lado… Dios mío, qué lío… No sé… No sé… Don Calixto… Eduardo… Jorge…
Susi volvió a recibir al niño y cerrando los ojos lo acomodó en su regazo. “Duerme, duerme, niño”…

* * *
Por la noche Susi soñó que vagaba por los cielos infinitos en pos de una estrella blanca, buena, que le hiciera conocer la verdad.

V
Aceleradamente han pasado los meses
Hace ya un tiempo que el hijo de Susi tiene u nombre: Leandro. Y en cuanto al apellido, Susi sigue ignorando el apellido que se le ocurrió dar al que fue a hacer asentar la partida de nacimiento.
Leandro ya sostiene por sí solo la cabecita sobre los hombros. Ya está lo que las gentes llaman shutupa.
Cuando las chicas del barrio se reúnen en la tienda de Susi, se pasan el niño unas a otras y cada cual, un poco indiscretamente, lo mira ya de frente, ya de perfil… Y todas quisieran hablar con libertad… Pero sólo pueden decir: “¡Qué hermoso!” “¡Qué lindo!”. La verdad, sin embargo, es que habrían querido exclamar: “¡Qué raro!”.
En la calle de desataban.
-Bueno, Isabel, tú que dices?...
-Francamente, no te lo sabría decir, Consuelo… Eduardo, Jorge… Calixto… ¿Y tú, Rosaura?...
-Yo tampoco podría asegurarlo... Es muy raro...
Y en la mente de las gentes se fue formando un rostro extraño.

* * *
A solas, Jorge lde decía a Susi:
-Por lo pronto, como ves, yo quedo descartado… Mira cómo se parece a don Calixto… Sus ojos… No sé qué… También podría ser que a Eduardo… Un cierto aire…
Y Eduardo a su vez:
-Ahora estoy ya fuera de dudas en lo que hace a mí… Qué parecerse a jorge… Y a ratos también se le halla parecido a don Calixto.
Y don Calixto:
-Te felicito… Pues ahí está el retrato de Jorge… Aunque a veces, por cierto, se le encuentra no sé qué a Eduardo… Lo que es de este tu pobre viejo, nada… Harto quisiera encontrarle… Tal vez el tiempo aclare las cosas.

VI
Pero el niño siguió creciendo igual. Una extraña y odiosa verdad se iba haciendo cada vez más patente. De acuerdo a la luz, a la posición del rostro, al sitio, se le encontraba parecido, en una curiosa y cruel alternativa, tanto a Jorge, como a Eduardo y a don Calixto…
El sufrimiento de Susi llegó a su colmo.
-…Esta vida ya no la soporto, doña Rude… ¿Se da usted cuenta de lo que significa todo esto?
-Como no, hija… Pero que le vas a hacer… La voluntad de Dios habrá sido…
-Pues la voluntad de Dios será que traguen las aguas del Marañón, doña Rude… No voy a preferir volverme loca…

"... Todos los pasajeros pasaban a pie por el viejo puente "Chacanto". Foto cortesía de Luis B. Jimenez Araujo.

-¡Jesús!... ¿Qué estás hablando, condenada?
Susi empezó a llorar inconsolablemente.
-… Así… llora más bien….
Y doña Rude se volvió a su casa pensando en la desgracia de Susi, la hija de su querida amiga Rosenda.

* * *
Pero el destino de Susi estaba trazado de antemano.
-Vecinita, le encargo mi puerta… Mi hijo se queda dormidito…
-Con todo gusto, Susi. Que te vaya bien.
Y Susi se embarcó con dirección a Balzas en el carro del “Chacarero”.
Al atardecer, todos los pasajeros del carro del “Chacarero” pasaban a pie por el viejo puente “Chacanto”
Susi se quedó atrás de todos.
Alguien volvió la vista y vio a Susi contemplando las aguas del río… Pero nada se le ocurrió pensar.
Cuando todo estaba envuelto en sombras, se escuchó este diálogo entre los viajeros:
-¿Y Susi?...
-De veras
-¿Dónde se quedó?
-¿No pasó junto con todos el puente?...
-No… se quedó un poco atrás…
-Yo la vi parada en medio puente…
-¡Jesús! ¿No le habrá pasado algo?...
Minutos después se conocía la verdad. Desde las ramas de un naranjo, unos muchachos vieron a Susi arrojándose desde el barandal del puente “Chacanto”

* * *
Conocida que fue la desgracia en Celendín, doña Rude se llevó a su casa a Leandro. Y nada ni nadie se opuso a que el niño se quedara a vivir con ella.
Y Leandro siguió creciendo igual: con tres expresiones distintas en el rostro y un remoquete para toda su vida: “TRES CARAS”.




viernes, 15 de mayo de 2009

POESÍA: Manuel Sánchez Aliaga

SIDERAL
Por Manuel Sánchez Aliaga

Voy al espacio sideral
a contemplar
la caida de las estrellas
unas tras otras...,
voy a ver el Sol.

Miro el mundo y me duele.

Desolado, defraudado,
triste, encuentro
humanas tinieblas,
desentendimiento, confusión.

Vuelo entonces más allá
del espacio sideral
a verter lágrimas purificadoras
sobre los heterogéneos
continentes de la tierra.

Vuelo a empujar
un poco de dia
sobre la noche.


"Voy a ver el Sol..."


lunes, 11 de mayo de 2009

POESÍA: Jorge Horna, un poema telúrico

SINFONIA TERRENAL Y OTRAS HIERBAS
Por Jorge Horna

La Chocta El Cumbe Maraypata
Chuclalás
La Huaylla Lanchemayo El Toste

El Guayao Colpacucho La Tranca
Huangashanga El Tingo Pallac

Pumarume Chaquil El punrre
Chupset Huañambra La Masma

Shuitute Serafinpampa Mutuy
Meléndez La Quintilla Chalán

Poyuntecucho El Huauco Malcat
Cashaconga El Dúngul Sorochuco

Chumuch Las tres zanjas Llaguán
Cumullca San Isidro Callacat

Oxamarca La Quinua Cortegana
Queruaysana Mangash Pallán
Utco Calconga Huacapampa

Calla-calla
Quillimbash
Musadén

Siracucho Taguán Chacapampa
La Tacshana Poyunte LLanguat

Yanaquero Tolón Molinopampa
Shururo Cahuaypampa Huasmín

El Aliso
Jelig
La Llanga
Celendín

Lima, agosto de 2003

Mapa de Celendín, manuscrito de "El Búho"


miércoles, 6 de mayo de 2009

CUENTO: Alfonso Peláez Bazán

BRAULIO
Por Alfonso Peláez Bazán
Con toda la fuerza de su brazo derecho –en tanto que con el izquierdo sostenía las bridas del caballo—, Braulio descargó una recia palmada en el anca de la bestia. El hermoso alazán, arrogante, trotó en derredor de aquél. Lo cuadró en seguida cerca del corredor para colocar sobre la montura la alforja de cuero y el poncho de suavísima lana.
Entretanto, Raúl Casanova, con cálidos abrazos, se despedía de su joven y bella esposa, doña Isabel Linares de Casanova.
—No llores, mi vida… Muy pronto estaré de vuelta… Piensa mucho en mí…
Y ella le contestó entre sollozos:
—Corazoncito mío, no demores…
Luego se acercó Raúl al filo del corredor y recibió las bridas de manos de Braulio. Ágil y elegante, cabalgó en su noble alazán, que al sentir el suave contacto de las espuelas, partió impetuoso hacia la salida… Mas, al dominio de las riendas, dio todavía una vuelta completa por el patio de la casa hacienda.
Antes de salir por el portón, Raúl detuvo su caballo junto a Braulio, y con las señas y gestos más expresivos, le recomendó por la señora… Naturalmente, la respuesta fueron unas voces ruidosas e inarticuladas, pero que expresaban claramente el cariño y la obediencia al patrón.
Hincó las espuelas y el alazán se abrió en briosa y suave carrera por el ancho camino que bordea la huerta de cafetos.
Cuando perdieron de vista a Raúl, Braulio, tímida y respetuosamente, se acercó a Isabel. Y en su lenguaje odioso de mudo parecía expresarle toda su fidelidad. “Sí, aquí quedo yo para cuidarte” habría querido decirle con palabras.
* * *
Hacía apenas dos meses que Raúl Casanova trajo de Lima a su bella esposa, a poco nomás del matrimonio.
Conoció a Isabel cuando estudiaba Derecho, allá por los comienzos del siglo. Se enamoró locamente de ella y para poder hacerla su esposa, encontró más fácil y seguro tomas el camino de la hacienda que acababa de heredar de sus padres. Y abandonó los estudios, muy feliz de hacerlo.
La hacienda conserva el mismo nombre: “San Antonio”.
Está situada en la margen derecha del río Marañón, entre cerros altísimos y enhiestos. Todo el valle está atravesado por un río más o menos caudaloso, cuyo nombre es igual al de la hacienda. Baja el “San Antonio” desde las más altas montañas de la Cordillera Central, en aquella sección de nuestros Andes.
No muy lejos del río, oculta entre grandes árboles frutales (mangos, naranjos, tamarindos) está la casa-hacienda, de construcción antigua y escasas comodidades. Esta ubicación es corriente en toda la hoya del Marañón.

La Bajada de Limón, con el Marañón al fondo. El Marañón Canyon, como dicen los gringos.

El día que los flamantes esposos llegaron a la hacienda, sirvientes y peones estuvieron reunidos en el patio de la casa-hacienda. Todos estaban contentos, y a cual más se mostraban afectuosos con sus patrones.
Braulio sin poder contener su alegría, iba de un lado para otro, dejando escapar sus voces estentóreas y desagradables. Iba de un lado para otro como si estuviera reglando a todos lo mejor de su alma.
Habían sido muchas jornadas a caballo, y pese a todos los solícitos cuidados de su esposo, Isabel se sentía terriblemente maltratada, dolorida. Por otro lado, no dejaban de chocarle –acostumbrada como estaba a las manifestaciones medidas y delicadas— todas aquellas escenas rudas, llenas de naturalidad. Muy particularmente, la tenían exasperada los gritos y gestos de Braulio.
Resolvió al fin retirarse a sus habitaciones. Allí, tendida sobre su lecho y cerrando los ojos, se preguntaba, angustiada: “De tanto ha sido capaz el amor?...”.
* * *
El tiempo, sin embargo, arregla las cosas. En el caso que nos ocupa, bastaría decir: los días. Porque, en efecto, Isabel no tardó mucho para sentirse tan bien como si hubiera nacido en la propia hacienda. No cabe duda que el valle, los cerros, los bosques, el río, el pedazo de cielo, todos los elementos de la naturaleza, hicieron alianza para ganarse, cuanto antes, a Isabel.
Igual que una chiquilla, se la veía correr por las huertas y por los potreros en pos de las mariposas. Como una ninfa moderna, se hundía en las aguas del río, por la mañana y por la tarde. Recogía flores silvestres y hacía los más exóticos ramos. Mordía en los propios árboles las frutas en sazón.
* * *
Y llegó aquel día de la primera separación. Raúl emprendía un viaje urgente a la capital de la república. Se iría por el camino reconociendo hasta las piedrecitas que en algunos sitios pisó Isabel… las ramas que suavemente la rozaron… o esas otras que ella tocó delicadamente al pasar… Y creerá también reconocer a los tiernos pajarillos que en esos mismos caminos saltaban de rama en rama regando la melodía de sus trinos al paso de Isabel…
Los días tampoco se detenían en “San Antonio”. Braulio se portaba con su patrona como el más útil y fiel animal de la creación. No le hacía falta oír y hablar. Se habría dicho que adivinaba los deseos y las órdenes de su patrona. Para él, algo más, sin duda. Quién sabe, una divinidad.
Para Braulio no existían dificultades de ningún orden cuando se trataba de complacer a su patrona. Igual era para él atravesar el río o un cerco espinoso. Se subía hasta lo más alto de los naranjos para coger las más encendidas naranjas, esas que se maduran solas, a todo sol. Y había que ver cómo las bajaba para que no se hicieran daño: sostenidas por los dientes.
Cuando caminaban por las huertas o por el campo abierto, Braulio era todo ojos para poder descubrir algún insecto o reptil que pudiera hacer daño a Isabel. Y si junto a ella pasaba una linda mariposa, él se echaba a correr hasta darle alcance. Isabel se gozaba viendo correr al mudo sobre la hojarasca o los pedregales. Braulio siempre hacía el milagro de coger la mariposa sin ocasionarle el menor daño.
Por las noches se quedaba dormido a la puerta de su ama, igual que un perro guardián. Y cuando el frío intenso de las madrugadas lo despertaba, silenciosamente se marchaba a su cuarto.
A las siete de la mañana ya estaba en el patio de la casa la linda “camarone” para ser ordeñada. Y Braulio en persona le llevaba a su ama un gran vaso de “apoyo” calientito. Isabel bebía complacida y risueña.
A las diez de la mañana ensillaba la yegua “canela” para el cuotidiano paseo de Isabel hasta el otro lado del río. Braulio iba delante quitando todos los obstáculos. En las pampas, en todos los llanos, Isabel hacía galopar a la veloz “canela”. Braulio se desataba en desaforada carrera y siempre se mantenía cerca.
A las dos de la tarde, ama y siervo se iban a la “Poza del Duende”. Braulio llevaba en un cestillo todo lo que era necesario para el baño de Isabel. Y mientras su ama se bañaba, Braulio se tiraba sobre una piedra plana y limpia que había cerca.
Vestida ya, Isabel cogía de la orilla del río una o dos piedrecitas para tirárselas a Braulio desde alguna distancia. El mudo se despertaba asustado y como un monstruo raro corría al encuentro de Isabel.
Y respirando a todo pulmón el aire fragancioso de las huertas, ama y siervo volvían a la casa-hacienda.
Así, de tal suerte, transcurrían los días en la hacienda “San Antonio “.
* * *
Un día, Isabel retuvo a Braulio junto a la poza. Aunque debió sorprenderse mucho, así lo hizo el mudo. Recatadamente, Isabel se cambió las ropas y luego se sumergió en la “Poza del Duende”. Braulio miraba a su ama con una mezcla de admiración y de curiosidad.
Al cabo de algunos minutos, con graciosísimos ademanes, Isabel hizo entender a Braulio que debía volver la cara hacia el otro lado. El mudo lo hizo al instante, aunque sin poder contener una como risa salvaje. Y así, de espaldas a su ama, estuvo Braulio hasta que ella le dio unas palmaditas en el hombro, en señal de regreso.
* * *
Al otro día, Isabel no tuvo ya ningún recato para quitarse la ropa. Braulio la miraba con un poco más de curiosidad.

Y luego de salir de la poza...

Y para salir de la poza. Isabel ya no se preocupó de que Braulio volviera la vista para el otro lado.
En esta oportunidad, la señal para el regreso, no fueron unas palmaditas, sino una jaladita de la oreja. Y el mudo rió más estrepitosamente y más extrañamente…
* * *
Al tercer día, Isabel ya no se puso ropa de baño. Y luego de salir de la poza, se tiró desaprensivamente sobre la yerba de la orilla. Los rayos del sol le caían risueños a través de los floridos follajes. Y las tormentas interiores de Braulio se manifestaban en extrañas emisiones guturales.
Ni palmaditas en el hombro ni jaladitas de la oreja. Esta vez, Isabel fue todo lo franca que pudo ser: lo cogió del brazo. Y por entre los naranjos y los tamarindos parecían exactamente dos novios.
* * *
Al cuarto día, a la orilla del río, Isabel le hizo entender a Braulio que tenía ella el propósito, esta vez, de ir más allá de la poza, tal vez hasta la otra orilla del río. Y le hizo entender, además, que estuviera listo, él, para auxiliarla en caso de que le ocurriera algún percance. Y así fue que mientras Isabel se sumergía en la poza, Braulio, tranquilamente, se quitaba las ropas.
Y no había pasado un minuto, cuando Isabel demandaba desesperadamente el auxilio de Braulio. Cuando éste llegó hasta Isabel, ésta se abrazó fuertemente de él y le pidió con los ojos que la sacara. Y cuando llegaron a la orilla, ambos cayeron gloriosamente sobre la arena.
* * *
En los días sucesivos, Braulio ya no esperó señas “desesperadas” de “salvación”. En cualquier parte del globo, cualquier mudo habría hecho lo mismo.
En la casa-hacienda nada se había alterado. Braulio era el mismo servidor solícito y fiel.
Entre las gentes de la hacienda, sin embargo, circulaba el rumor de que alguien había visto al duende bañándose en su misma poza.
* * *
Tras dos largos meses, llegó al fin la noticia del regreso de Raúl. Ocho días más y estaría ya en “San Antonio”.
La noticia hizo cambiar notoriamente de genio a Braulio. Desde el primer instante se puso preocupado y rápidamente se fue tornando sombrío, taciturno. Parecía hasta torpe. Por su parte, Isabel se mostraba siempre alegre y entusiasta. Por lo que se veía, nada le preocupaba a ella.
Pero ocurrió que la víspera de la llegada de Raúl, Braulio amaneció con el más excelente buen humor, y había recobrado además su agilidad y vigor. Sin duda, alguna idea luminosa había surgido desde el fondo de su oscuro cerebro.
* * *
—¿Pero, a dónde, Dios mío, me lleva este mudo salvaje?... –preguntó en voz alta Isabel, segura de que nadie la oiría.
Pero en ese mismo instante, Braulio volvió la cara, y como si la habría escuchado, parecía decirle: “¡Ánimo!”.
Llegaron al término de las huertas y empezaron a subir por la falda de un pequeño cerro.
—¿Pero, hasta dónde, Dios mío, me lleva este monstruo?... ¡Qué cansancio, Dios mío!... –volvió a exclamar Isabel, deteniéndose.
Y el mudo también se detuvo. Esta vez desplegó en su rostro una amplia mueca que intranquilizó a Isabel. Sin embargo, la voz que no oía era: “¡Ánimo!”.
Luego atravesaron una llanura cubierta de grandes piedras y matorrales.
—…¡Esto es espantoso, Dios mío!... ¿A dónde me lleva este ser horrible?...
De pronto se detuvo Braulio, y cuando Isabel estuvo junto a él, la cogió del brazo y juntos avanzaron unos pasos más… Isabel dio un grito espantoso y quiso huir… Estaban al filo de un abismo… Adentro, al pie mismo de la altísima peña, a cuyo borde estaban Braulio e Isabel, rugía imperturbable el Marañón.
Braulio tenía fuertemente cogida a Isabel y se empeñaba en que ésta mirara hacia adentro… Pero, al fin Isabel cayó desmayada a los pies de Braulio. Este entonces procedió a quitarle el pañuelo que tenía en la cabeza, la blusa y los zapatos… Luego, a su vez, él se quitó los llanques y el saco…
Hizo un revoltijo con todas esas prendas y sin ocultarlas completamente, puso sobre ellas una piedra de regular tamaño… El cerebro de Braulio concibió ésa como la mejor forma de referencia en ayuda de los que necesariamente tendrían que salir a buscarlos.
Enseguida, levantó en sus brazos a Isabel y mostrando al espacio su gesto horrible, se arrojó al abismo… Se oyó un estrépito horrible y las aguas bañaron el costado de la peña.
* * *
Raúl Casanova encontró a su gente en inusitado movimiento. Con la llegada de Raúl, la búsqueda de los desaparecidos se intensificó. En la boca del río “San Antonio” se armó una balsa para ir aguas abajo por el Marañón.
Sólo tres días después encontraron los rastros y pudieron llegar al sitio donde estaban, tan significativamente puestas, las prendas de vestir. El caso quedaba así aclarado.
Y al atardecer de aquel mismo día, como para no dudar ya, unas aves negras volaban sobre un islote cubierto de palos y ramadas.
—Allí, sin duda, están los cadáveres –dijo Raúl terriblemente apesadumbrado, mirando el vuelo cada vez más corto y bajo del as aves.
Pero, luego de unos instantes de amarga cavilación:
—… Volvamos… Dejémoslas asentarse tranquilas…
Y la balsa, que debió llegar hasta el islote, viró en redondo y surcó pesadamente rumbo a la boca del río “San Antonio”.

lunes, 4 de mayo de 2009

LETRAS: Literatura infantil

CUENTO PARA LA LUZ
Por Julio Garrido Malaver

El Sol se resintió con los hombres. Un día dio media vuelta y se marchó llevándose toda su luz.
Los hombres vivían en plena oscuridad.
Una tonada desconocida les anunció por fin:
- ¡Pronto a de volver el Sol!
Los hombres estaban ciegos. Los niños que nacían eran ciegos. Una voz les ordenó:


- Construyan sus casas, pero que las puertas se abran en dirección a la salida del Sol.
Los hombres ya no sabían por dónde iba a salir el Sol. Hicieron sus casas. Unas con sus puertas al Sur, otras con sus puertas al Norte, otras con sus puertas al Este, otras con sus puertas al Oeste.
Cuando llegó el Sol, pocas puertas estaban abiertas de frente al Sol. Pocos hombres recibieron la luz del Sol.
Por eso es que hay hombres que no ven. Hombres que no saben por dónde ha de llegar la luz de la felicidad. Hombres que tienen las puertas de su alma al revés.

De: La Tierra de los niños
(Serie: Literatura Infantil. Lima, 1984.
Ministerio de Educación)