viernes, 20 de abril de 2007

FELICITACIONES POR ENTREVISTA

Para Jorge A. Chávez S.

Sobre Espina de Maram

Amigo Charro:
Olvidé felicitarte por la entrevista a Alfredo Pita, esta formidable. No conocía de su labor periodística en El Diario Marka, ni de su riesgoso trabajo allá, en Ayacucho. Los grandes siempre han vivido, se han hecho cargo, de lo más difícil de su país y Alfredo Pita no podía escapar a ello. Me enorgullezco de ser celendino realmente. Gracias por darnos este placer, aunque no indicas dónde y cómo podríamos conseguir hoy "El cazador ausente".
Espina de Maram es una delicia.
Un abrazo,

José Luis Aliaga Pereyra
palujo14@yahoo.es

RESPUESTA: Es cierto, amigo, que ahora es difícil conseguir un ejemplar de "El cazador ausente". Hay que pedirlo en las librerías en la edición de Lluvia, o en la que hizo la casa colombiana Norma, o en la muy buena y bonita edición española hecha por Seix Barral, en Barcelona (o por último en internet, en el Portal de libros peruanos, o en Amazon, que tiene el inconveniente de que hay que pagar con tarjeta).

jueves, 19 de abril de 2007

CUENTO: ALFONSO PELÁEZ BAZÁN



NATICHA

Por Alfonso Peláez Bazán
Dejando ver sus magníficas pantorrillas –torneadas y macizas- con felina rapidez, trepó Naticha hasta lo más alto de la gran piedra paltancha. (hace miles de años que ésta, caprichosamente, detúvose al filo del inmenso precipicio).

"La voz vibró por los cerros..."

Se irguió sobre sus fornidas plantas, mostró al espacio su esbelta figura, llenó de aire fresco sus pulmones y echó por el ámbito su voz:
-Huííííííí… jáááaaaa… Shantíííiiii… Huíííiii… jáááaaa… Shantíííiiii
La voz vibró por los cerros, y por la espesura del monte se hizo caricia, promesa…
Hacía dos días que Santiago Chuquiguala se internó en el monte huyendo de sus perseguidores. Cuando éstos en sendos mulos de colas recortadas, voltearon la fila del “Higuerón”, es que Naticha subió presurosamente a lo alto de la gran piedra paltancha.
Se arregla con ambas manos las negras hebras que el viento ha hecho resbalar por su rostro moreno, y de nuevo rompe la calma en el ambiente.
-Huííííííí… jáááaaaa… Huííííííí… jáááaaaa… Shantíííiiii… Huíííiii… jáááaaa…
Y vuelven a vibrar los cerros con sus cuerdas de oro invisibles.
Con débiles gritos, desde la base de la piedra, una perrita negra, con lindas pintitas blancas sobre la cabeza y la cola, requiere insistentemente a Naticha.
Se sienta ésta al borde de la piedra y empieza a descender.
Cuando ya está abajo, la perrita le lame los pies, salta y grita de alegría, Naticha la levanta y diciéndole mil ternuras, vuelve a la morada.
*********
Naticha aviva el fuego de la tullpa; pone a calentar el amplio tiesto, y cuando esté lo suficientemente caldeado, echará en él los blancos maíces.
Los granos empiezan a reventar jubilosamente. Naticha no para de agitarlos con la dura cayuina.
Ha cesado al fin el menudo estrépito y los maíces tienen un color castaño, rubio. Natacha apea entonces el tiesto y vuelca la apetitosa cancha en honda lapa.
Luego para la más caucha de sus ollas. Cuando los dorados maíces se hayan enfriado del todo y estén, por cierto, más sabrosos, estará ya lista la sopa de ruche, llegará Shanti, y bien juntos los dos, comerán el ruche y la cancha.
Naticha, ciertamente, tiene en el corazón todas las medidas: las del tiempo y las del espacio. En efecto, cuando las llamas del fogón tenían más encendidas sus mejillas, apareció Santiago por el cerco de la huerta cercana. Llegaba entonando una tierna canción:
“En la peña viva
nace la atuyunga
llena de alegría
y al atardecer
muere de amor.
Para linda y buena
mi china morena”.
FLORDELUNA, la perrita negra, salió corriendo a darle el encuentro. Naticha lo esperó a un paso de la puerta.
Se abrazaron como dos cholos buenos.
-Mi china… mi china…
-Indio… indio feo…
Pasaron en seguida a la cocina, y bien juntos los dos, sentáronse a comer el ruche y la cancha.
************
Desde que aparecieron los gendarmes por la fila del “Higuerón”, empezaron a aullar todos los perros del valle. Minuto a minuto el ambiente cargábase de inquietud, de zozobra. Apresurábanse las mujeres a llenar de agua sus tinajas. Los pequeños subían sobre las pircas para avistar mejor. Un anciano púsose en la tranca, silencioso y grave. Fijas las miradas en el espacio, los perros alargaban más y más sus ladridos. –Shanti los distinguía perfectamente-, “Ese es el SULTAN… ese es el ZAMBO… El RELAMPAGO… Todos ladran…” Llegaron al fin los dos gendarmes y tomaron hospicio en la casa de doña Empe. Los ladridos se hicieron más furiosos, más hostiles, aunque, en verdad, ninguno de los perros osaba acercarse demasiado a los extraños visitantes. Luego fuéronse éstos de casa en casa. En su imaginación, Shanti los veía saltar los cercos, y, fusil en mano, intimidar a las mujeres y a los niños. Le acometió un fuerte impulso cuando creyó ver a Naticha bajo la fiera amenaza. Pero le había jurado no salir del monte mientras los gendarmes estuvieran en el valle. “Ah… la PERLA… el LAUREL… Corren…”- Naticha ocupábase en lavar ropa en la acequia madre, muy cerca de su casa. “Ah… la VENTEADA… el PINTO… parece que ya van a llegar a la casa del Berna…” Cuando los gendarmes llegaron hasta Naticha, ésta seguía lavando, sin manifestar la menor preocupación. “Ah… el VALIENTE… ya han pasado los “cuarros”… no podré oír a FLORDELUNA… causita…” Los gendarmes pusiéronse bien cerca de Naticha. “¿Dónde está tu marido, buenamoza?”, preguntó uno de ellos. Naticha alzó la vista y sin alteración en la voz, respondió: “Huyendo de ustedes, hace dos días que se perdió por el monte y puede que esté en el abra de una piedra, en un socavón, o en lo alto de algún cedro… sabe Dios”. –El GUAPO se puso bien cerca… el JAZMIN un tanto retirado… -“Tenemos que buscar en tu casa, guapita”, replicó el mismo gendarme. Naticha, al instante puso en manos del gendarme una llavecita atada a un cordel. “No hay sino una puerta. Ustedes nomás pueden buscar”. Y, tranquilamente, cogió otra pieza de ropa.- “El JAZMIN… el GUAPO… ahora están juntos… acometen con furia… se vuelven a alejar…” –Con sus débiles gritos –que traducían, sin embargo, su gran alarma- recibió FLORDELUNA a los gendarmes. Buscaron éstos por todos los rincones, y de regreso, devolvieron a Naticha la llavecita. “Sí… el SULTAN … el TERRIBLE… Ya llegan de nuevo a la casa de doña Empe…” Cuando Naticha escurría la última pieza de ropa, empezó a oscurecen en el valle. Habían cesado ya los ladridos. El último que oyó Shanti fue el del RAYO, Fue un ladrido prolongado, agudo. Entrada la noche vino doña Domi a casa de Naticha. Doña Domi era la madre de Shanti. Antes de acostarse, echaron aceite de higuerilla en el tiesto de la Virgen y rezaron un rosario. –Shanti, al pie del arabisco, no percibía ni el ruido de la chorrera-. Al otro día, cuando comenzaban a dorarse las cumbres, los gendarmes, en sus mulas de colas recortadas, dejaron el valle. El DOGO, el VALIENTE, el NEGRO, el JAZMIN, la VENTEADA, todos ladraban en el mismo tono. Eran ladridos de liberación y de rencor. Shanti, los escuchó con ansiedad. Y cuando los gendarmes voltearon la fila del “Higuerón”, fue que vibró por los cerros la voz de Naticha.
Y el ruche y la cancha saben a gloria…
**********
Todo ha ido pasando por el cielo del valle. La luna. Las estrellas. Las peregrinas nubes.
-Guaúúú… guaúúú´…
Nada más banal e intrascendente que el ladrido de un perro. Sin embargo, un solo ladrido, puede a veces deshacer un universo.
Y volvió a ladrar el mismo perro.
-Guaúúú… guaúúú…
-Shanti… ¿Oyes?
-Sí, Naticha… Los gendarmes…
Rápidamente pusiéronse en pie.
Ya ladran más perros, Shanti…
-Sobra tiempo, Naticha…
FLORDELUNA comenzó a inquietarse y no estuvo tranquila hasta que Naticha la alzó en sus brazos.
Puñal al cinto y terciado el poncho. Shanti se alejó de la casa. Naticha, apenas lo vio perderse por el platanal, puso llave a la puerta y tomó el camino a la casa de doña Domi.
***********
Clara, fresca y perfumada, llegó la mañana.
-Mejor es que no te vayas, Naticha…
-Vaya, no pasará nada…
Doña Domi avanzó hasta la tranca. Desde allí vio a Naticha perderse por entre los guayabos, llevando en sus brazos a FLORDELUNA.
Llegó Naticha a su casa y se dio de manos a boca con uno de los gendarmes. Naticha, a pesar de todo, no pudo dejar de sonreír pensando en el chasco que el tal habíase llevado.
-Ah… Pues no seguirás burlándote de mí… -díjole aquél, al tiempo de tomarla por los brazos.
Naticha se puso encendida y de sus ojos salieron centellas. Pero el gendarme siguió hablando sin interesarse en la ira de Naticha.
-Escoge: me entregas inmediatamente a tu marido… o pasa otra cosa… Sí, aquí mismo…
Naticha empezaba a ponerse pálida, y a excepción de morderse el labio inferior, nada otra cosa podía hacer.
-Ya, ya… Escoge de una vez…
-¡Déjame, perro sucio!!! –explosionó Naticha.
El gendarme soltó una odiosa risotada.
-¿Qué te deje?... Eso no lo verás- Y ajustándole más los brazos:- Tu marido… o lo otro…
La decisión del gendarme, en verdad, no podía ser más evidente.
Naticha, entonces, tomó la suya.
-Vamos… Lo llamaré.
El gendarme la dejó libre y siguió tras ella.
Al llegar al pie de la gran piedra paltancha. Naticha puso en el suelo a FLORDELUNA y empezó a escalar.
El gendarme se la quedó mirando, y de haberle sido posible, él también habría subido en seguida.
************
Ya está Naticha erguida sobre la gran piedra paltancha: erguida como una estatua, como una gloria de su raza. El viento ha empezado a jugar con sus negros cabellos y el sol le da más brillo a su frente.
En forma desdichada el gendarme apremia a Naticha.
-Guajea inmeditamente… No he venido a perder mi tiempo…
Naticha está a punto de hacerlo. Mas, al instante se le aclara el pensamiento. Si guajea, Shanti vendrá de todos modos, aun sabiendo por los ladridos, que los gendarmes continúan en el valle. Y caería como un manso cordero, Y eso no puede ser. No se llevarán a su Shanti… pocos vuelven de la guerra. No… no guajeará…
Y la mirada de Naticha se fue por los cerros, por el cielo…
El gendarme empezó a impacientarse y se alejó unos pasos de la piedra paltancha para ver a Naticha.
-¿Qué te pasa, chola?... ¿Por qué demoras en llamarlo?...
Naticha lo miró con profundo rencor.
-¡Perro…! A mi marido no lo llevarás nunca… y yo… no bajaré de esta piedra…
El gendarme sintió como si le hubieran caído latigazos en pleno rostro.
-Chola jijuna… -Y alzando el fusil-: Llamas a tu marido, o disparo…
Los ojos de Naticha se perdieron por la boca del cañón. Avanzó hacia el filo de la piedra y lanzó otra vez sus desafíos.
-Cobarde… perro sucio… ni llamo a mi Shanti, ni bajo de aquí…
De sobra comprendió el gendarme que disparos al aire estaban de más, y, lentamente, bajó el fusil.
-Pero no saldrás con la tuya… ahora verás…
Dejó el arma y empezó a quitarse los zapatos; única manera de escalar la piedra.
Naticha hubiera querido tener con qué matar a su vil enemigo. FLORDELUNA ha cesado de ladrar para ponerse a jugar – aunque angustiadamente- con los zapatos y las polainas del gendarme. Naticha la mira con ternura y tristeza infinitas.
*************
Cuando el gendarme asomó la cabeza por encima de la gran piedra paltancha. Naticha tuvo un fugaz pensamiento: Guajear a su Shanti… Y preguntó a los cielos, al río…
No… no… A la guerra no iría su cholo querido…
De pronto una esperanza le baña el corazón: puede desistir el gendarme de sus perversas intenciones mirando el abismo…
Pero el gendarme pensó a su vez que el tremendo peligro anularía las fuerzas de Naticha.
-Ah… aquí, y entre mis manos, no serás más que un animalito aterrorizado… Yo, a pesar de todo, seré el mismo… -le dijo con voz un tanto jadeante y cogiéndola por los brazos.
-¡Maldito!... ¡Mal parido!...
Aturdido ya del todo, ajustó cuanto pudo los brazos de Naticha y trató de echarla sobre la piedra…
Hubo un esfuerzo supremo y Naticha logró ponerse otra vez en pie, aunque siempre cogida por los brazos.
El segundo esfuerzo no se hizo esperar. Hubo en él tanta furia y violencia, que Naticha cayó tendida sobre la gran piedra paltancha… Pero todas las fibras de su ser se hicieron acción, fuerza incontrastable…
El escenario era pequeño y tembló el abismo…
***********
Y al otro lado de la piedra, saltando hacia arriba, saltando hasta hacerse daño, FLORDELUNA requería vanamente a Naticha con sus débiles gritos de angustia.
** ** **

Paltancha: Plana en la parte superior
Tullpa: Fogón de piedras.
Cayuina: Palo pequeño para agitar el grano que se está tostando.
Parar: Poner la olla en el fogón.
Tiesto: Callana.
Caucha: Rendidora, diestra.
Ruche: Trigo pelado en crudo, al batán.
Causita: ¡Pobrecita!
Guajear: Llamar con gran esfuerzo, prolongando el sonido de las últimas silabas.

martes, 17 de abril de 2007

ENTREVISTA: ALFREDO PITA

Por Jorge A. Chávez Silva, Charro
Narrador, poeta y periodista celendino, nacido en 1948. Autor de los libros de cuentos Y de pronto anochece (1987) y Morituri (1991), y del poemario Sandalias del viento (1995), Alfredo Pita, que reside en París desde 1984, publicó en los años 90 la novela El cazador ausente, un libro que suscitó gran expectativa en el mundo literario peruano por el tema (el compromiso político, la violencia irracional, la traición y sus secuelas) y por la forma con que el autor elaboró su trama, utilizando algunos recursos de la novela policial, pero incorporando la reflexión histórica y humana, todo envuelto en un lenguaje propio, preciso, y a la vez complejo y lírico, cargado de matices.

Alfredo Pita

Los méritos de esta obra, sorprendente en el panorama peruano de los 90, se vieron confirmados en 1999, cuando El cazador ausente gana, en España, el Premio Internacional de Novela "Las Dos Orillas", otorgado por el Salón Iberoamericano del Libro (Gijón). El libro fue de inmediato traducido a cinco idiomas y publicado en seis países europeos por importantes casas editoras, convirtiéndose en el primer libro peruano post "boom" que rompía el muro de indiferencia que hasta entonces había, en España y en Europa, hacia los nuevos escritores de nuestro país. Es justo decir entonces que, además de novedoso por su contenido, también fue pionero en cuanto a su difusión, pues es la novela peruana de su generación traducida a más idiomas.
El libro ha sido elogiado en el extranjero. En el suplemento Babelia del diario El País, de Madrid, el crítico Miguel García Posada, uno de los más respetados de la prensa española actual, escribió que El cazador ausente era «la amplificación de dos mitos: en primer lugar, y sobre todo, el mito de Ulises, el mito del viajero que regresa a su tierra nativa; en segundo término, el mito edípico, esto es, la investigación de la verdad a cualquier precio».
Por su lado, en el prólogo para las ediciones española, italiana y portuguesa del libro, el famoso novelista chileno Luis Sepúlveda señaló: "Pero, y en esto radica la grandeza de esta novela, El cazador ausente no es una nostálgica mirada a días perdidos, sino un recuento para entender mejor qué ocurrió con nosotros y con nuestro mundo. La sana ironía -nunca sarcasmo-, que permite el distanciamiento de los hechos contados en el argumento, nos permite revivir aquellos que fueron o ingenuos o demasiado generosos ideales de humanidad, pero que nos marcaron con un sello indeleble: el que nos obliga a perseverar en una ética, aunque muchos digan que no es más que una justificación de los perdedores".
Como podemos ver, estamos ante una novela mayor, un libro que los seudocríticos mafiosos y los "hacedores de listas y recuentos" que controlan y manipulan la prensa "cultural" y literaria de la vieja Lima
, sospechosamente, intentan disminuir o escamotear.

Nuestro escritor ha sido galardonado con los siguientes premios:

- Premio al Poeta Joven (casa de la Cultura de Chiclayo, 1966)
- Premio de Cuento de la revista Caretas (Lima, 1986 y 1991)
- Premio Internacional de Novela Las Dos Orillas, Salón Iberoamericano del Libro (Gijón, España, 1999).

Sobre su oficio de escritor y sobre su novela tratan las siguientes preguntas que Alfredo Pita ha aceptado respondernos.


LAS RAZONES DEL CAZADOR

Se ha dicho que “El cazador ausente” es la primera novela de la "postmodernidad" en el Perú.
AP: El término no es confortable para mí, no lo manejo muy bien, sin embargo me arriesgo: pienso que si alguien la ha calificado así es porque se trata de una novela profundamente peruana en cuanto a sus personajes y situaciones, pero que a la vez no vacila en romper fronteras, no sólo en cuanto a la forma literaria, sino también en la medida que saca al exterior, al extranjero, a sus personajes y a las situaciones que viven. De este modo alude a los dramas que
que ya por entonces vivían tantos peruanos que habían dejado el país, obligados por la curiosidad intelectual (los menos) o por las dramáticas circunstancias del Perú (los más). Estos últimos son hoy por hoy 2 millones y medio de personas. ¡Un 10% de nuestra población se ha autoexilado...!

En tu caso, ¿cuáles fueron las razones para irte?
AP: Diría que lo que me empujó fue la conciencia de que afuera podría hacer algo en el campo creativo; que en el Perú, vistas mis circunstancias, estaba condenado como escritor, y no sólo por las limitaciones y la mediocridad del medio. Dejé el país en 1983 por mi propia voluntad, sobre todo obligado por un difícil momento personal que tenían que ver con el estado de salud de mi mujer, que había estado muy grave. Tenía que ver por ella, por mis hijos y, a la vez, intentar hacer algo con mi vocación. A comienzos de los 80, en el Perú, había empezado la "revelación", digámoslo así, de la gran crisis nacional. Esta "revelación", sangrienta y oprobiosa, a mí no me sorprendió demasiado. Por mi trabajo periodístico y por mi formación, que tuvo un fuerte componente político, sabía que todo eso podía ocurrir, pero a la vez, por sus ribetes feroces y su irracionalidad, todo eso me rebasó. Estaba con un drama personal y familiar a cuestas y, a la vez, el Perú se convertía ante mis ojos en un campo desolado, en un país de muerte. En ese momento decidí salir para ver por los míos y para intentar escribir.

En aquel periodo tú estuviste en Ayacucho, como periodista de Marka. Cuéntanos algo de tu experiencia.
AP: Esa experiencia fue importante en el proceso de mis decisiones. Desde su fundación, por un conglomerado de partidos y grupos, precursor de Izquierda Unida, yo trabajé en El Diario de Marka, un periódico que se pretendía de izquierda y que tenía, en sus orígenes, una vocación unitaria. Fui a Ayacucho como enviado especial después de la masacre de los periodistas, en Uchuraccay, donde murieron dos amigos míos: Eduardo de la Piniella y Pedro Sánchez. Me enviaron para cubrir los aspectos consecutivos a la masacre, pero también para investigar las muertes que los periodistas habían ido a indagar cuando fueron asesinados. Pasé unas semanas intensas en contacto con la muerte. Veía gente ejecutada (aparentemente por Sendero) cada día. Trabajé intensamente con gente que sería asesinada después por los escuadrones militares (como fue el caso de mi amigo Luis Morales). Por mi trabajo e indagaciones incluso me amenazaron. Todos los periodistas que estábamos en Ayacucho en aquellos días trabajábamos en una atmósfera algo alucinada. Tomábamos desayuno, cada mañana, sabiendo que al final de la jornada tendríamos historias que contar pero un solo tema: la muerte. Ayacucho, que quiere decir "rincón de los muertos" no sólo era una buena metáfora de sí mismo sino, en nuestra conciencia, se iba convirtiendo en una buena metáfora del país. Nos había tomado más de siglo y medio hacer una sociedad humana y evolucionada y ése era el resultado, ese infierno en medio de la belleza del paisaje, ese caos hecho de gritos, dolor, protesta en lenguas ignoradas y despreciadas, y sangre, cada vez más sangre. En Lima, mi mujer convalecía de una operación al cerebro y mis hijos pequeños me esperaban. Fue cuando tomé la decisión de partir. Fue un mediodía, en el cementerio de Huanta. Lo recuerdo como si lo hubiera vivido ayer. Hacía mucho calor y nos rodeaba (estaba con mi amigo Jaime Urrutia) ese silencio que sólo existe en la sierra, que hace posible que escuches ecos distantes, ruidos lejanísimos. De pronto, en medio de esa atmósfera alucinada, lo vuelvo a decir, nos llegó, como envuelto en una nube invisible, un olor intenso y dulzón, el olor de la muerte. En ese momento entró en el cementerio un grupo de campesinos sumamente pobres llevando en una malas angarillas un cadáver para enterrar. Se trataba del cuerpo de un hombre asesinado por su esposa. Los campesinos lo habían traído desde su pueblo, caminando durante dos días, para poder presentar el cadáver a las autoridades de Huanta. Esta puntillosa civilidad me llamó la atención y nos la explicaron en castellano difícil. Lo que querían era evitarle al ejército o a la policía el tener que ir hasta su comunidad para las averiguaciones del caso. Ellos sabían que la presencia de los militares en su pueblo atraería luego la de Sendero. Querían evitar caer en el vórtice del torbellino. Ellos sabían hacia dónde llevaba toda esa locura. Esa escena de silencio, ese olor, fueron reveladores para mí. Fue como un eclipse interior que a la vez me llenó de lucidez. Me di cuenta que poco podía hacer para solucionar la crisis peruana, pero que podía hablar de todo eso y de otras cosas, pero que para ello debía asumir mi vocación de escritor.

También se ha dicho que su novela es testimonial. ¿Es autobiográfica?
AP: Es difícil de explicar, es de algún modo testimonial, pero de ninguna manera autobiográfica, pese a que se nutre, como casi todo lo que cuentan los escritores, de la experiencia, de la vida vivida. El corolario de aquella visión en el cementerio de Huanta, de esa revelación un tanto obvia que me hizo comparar al país con un cementerio, cayó por su propio peso. Me di cuenta que todos los peruanos, de algún modo, éramos responsables de ese clima de muerte en que nos estábamos hundiendo. Unos más que otros, por supuesto, las élites más que nadie, y desde el comienzo mismo de nuestra historia. Pero también estaba la responsabilidad de esa otras élites que no eran ricas en dinero pero sí en ideas. También había responsabilidad, y sobre todo irresponsabilidad, de ese lado. Tomar conciencia de todo eso fue traumatizante. En los primeros tiempos en el Diario de Marka prevalecía en el ambiente del periódico un sentimiento de solidaridad. Sin embargo, poco a poco se empezó a privilegiar los intereses personales o de grupo antes que los de la mayoría de los peruanos por los que supuestamente luchábamos. Era muy curioso, los generosos podían ser muy mezquinos, los idealistas muy taimados. Estaba claro que nosotros no éramos la solución sino también parte del problema y que un trabajo de introspección y análisis se imponía. Supongo que ese fue uno de los motores que empujó la redacción de la novela.

Para una indagación mayor sobre cómo Alfredo Pita ve el mundo, su mundo, se puede consultar la siguiente entrevista: Ciberayllu.

NUESTROS ESCRITORES

Este enlace, Nuestros escritores, lleva a una foto en la que se puede ver, hombro con hombro, a dos literatos celendinos de hoy: el narrador Alfredo Pita, que trabaja en Europa, y el poeta Jorge Wilson Izquierdo, que trabaja en Celendín. Fue tomada en Celendín, en agosto de 2006, por Jorge A. Chávez S., Charro.


lunes, 16 de abril de 2007

CUENTO: ARMANDO BAZÁN

Armando Bazán nació en Celendín en 1902 y murió en Lima, en 1962, tras haber desarrollado una vasta labor cultural como escritor, traductor y periodista. Colaboró en la revista "Amauta", de José Carlos Mariátegui, y en los principales diarios argentinos y chilenos. Publicó “La Urbe Doliente”, “Urbes del Capitalismo”, “Unamuno, Expresión de España”, “Prisiones junto al mar”, las biografías de Mariátegui, San Martín y Bolívar y muchas obras más.
En el cuento que transcribimos aborda magistralmente una temática que aún no ha perdido vigencia entre nosotros: la discriminación hacia los andinos que migran a la capital.


MARFIL CHINO

El destino obraba con malas intenciones, frente al hotel Nuevo Shangai, en el atardecer de un domingo veraniego. Allí se detuvo por desperfectos imprevistos, un automóvil que venía desde el hipódromo con su carga de tres jugadores suertudos, que habían acertado en las tres últimas carreras logrando ganancias líquidas tan considerables como para ofuscar a cualquier infeliz acostumbrado a dejar en las ventanillas de apuestas gran parte de lo que le produce el sudor de su frente. Luego de haber bebido pisco en un bar de las proximidades, se dirigían a cenar dignamente en un chifa del Capón, cuando el vehículo se les quedó parado en seco. El piloto lanzó una sonora blasfemia al bajar de su asiento, abrió la trompa negra del Ford, en cuya cavidad introdujo la cabezota rubicunda, maniobró unos instantes por uno y otro lado y se irguió por último, blasfemando otra vez:
-… ¡Se han quemado las válvulas! ¿Dónde infiernos conseguirlas a estas horas? –Y después de un minuto de silencio agregó-: Mejor cenemos primero aquí. Me han dicho que no es malo este restaurante… Después veremos qué se hace.
Sus dos compañeros bajaron rápidamente. El primero era alto, delgado y vestía de blanco desde los zapatos hasta el sombrero: el otro, notablemente más pequeño, iba de oscuro y sin sombrero. Ambos se adelantaron para entrar por la puerta de par en par abierta. El volante tomó de su sitio un bastón delgado y amarillo y los siguió, cojeando levemente.
El salón era rectangular y aparecía iluminado por lámparas lechosas adosadas al cielo raso y tenía un extraño aspecto, pues se le veía un poco de bodegón italiano, por la presencia de botellas colgadas en los muros y estantes, otro tanto de fonda limeña, por la pilas de tamales y los jarrones de chicha morada expuestos en el mostrador, y otro poco de restaurante chino, por la naturaleza y disposición de sus mesas y por los tabiques que las mesas de la derecha unas de otras. Era indudable que su dueño tenía un gusto cosmopolita. Quienes lo conocían de cerca lo llamaban Don Manuel y sabían que, efectivamente, antes de llegar al Perú, hacía ya más de una década, había saltado primero de Cantón al Cairo, donde comerció tres años con sedas y corales; después a Nápoles, donde se inició en el manejo de bares y comedores. Cinco años vivió allí aprendiendo canciones de navegantes, pero sin aumentar ni siquiera en una lira sus capitales; hasta que uno de esos viejos barcos italianos de nombres melodiosos que años antes de la segunda guerra mundial cruzaban el Atlántico, uniendo los emporios del Mediterráneo con los míseros puertos del Pacífico sur, lo trajo de contrabando hasta el Callao, donde desembarcó una medianoche, disfrazado de marinero. Su alta estatura y su rostro bien tallado de pálido marfil le abrieron fácilmente el camino de la entrada clandestina.
Aquel era el momento en que las carreteras peruanas unían ya a Lima por el norte y por el sur con Cajamarca y Arequipa y penetraban, trepando los altísimos lomos andinos, hasta la selva de Tingo María. Tal circunstancia iba a cambiar bruscamente la fisonomía de la capital costeña, acentuando sus tonos cobrizos en virtud de la invasión serrana. Y así fue cómo, en un restaurante de Lince fueron a encontrarse el viajero transatlántico, en calidad de propietario, y dos cholos que acababan de llegar de Ayacucho, en condición de mozos. De estos dos últimos uno permanecía allí mismo ya cerca de diez años y se veía hecho un cuadrado fornido muchachote. Y ya fuera simplemente por el carácter afable del chino o por la antigüedad de su colaboración, ambos se trataban con notable familiaridad que no excluía de ningún modo el más perfecto respeto mutuo. Como el negocio no había hecho más que prosperar con el transcurso del tiempo, dos mocetones más, generalmente inestables, integraban el personal del restaurante.
Aquel domingo había sido extremadamente laborioso para todos ellos. Desde las seis de la mañana. “Don Manuel” estaba en pie para ir a abastecerse en “La Parada”, para dirigir luego el ordenamiento y la limpieza para cocinar por último y atender los pedidos. Ya a las ocho de la noche se sentía fatigado. La palidez de su rostro demacrado tomaba un tinte oscuro bajo la luz amortiguada que alumbraba la cocina. Con los brazos cruzados sobre el vientre, mirando el fuego azul de las hornillas pensaba acaso, anhelante, en el descanso o tal vez en su larga sociedad, sin hijos; o sentía quizá la nostalgia tardía de su pueblo natal de moreras con gusanos de seda, crisantemos y pagodas, en China Meridional.
El salón se veía repleto a esa hora dominical en que los cinemeros ingieren apresuradamente su alimento material para ir en seguida a nutrirse de imágenes y sueños en la sombra. De modo que los tres carreristas no pudieron escoger el sitio que hubieran querido y tuvieron que sentarse en la única mesa desocupada, que quedaba cerca de la puerta y alejada del mostrador, por donde se veía la cocina.


Al observar que no eran objeto de atención inmediata, el hombre del bastón levantó los brazos cortos como dos aletas y mascullando frases gruesas empezó a palmear sonoramente. Luego, mirando a uno de los mozos que atendía en tal instante a una mesa vecina sentenció:
-¡Miren ustedes a ese huaco… Manejando el lápiz!... ¡Haciendo cuentas con números escritos en papel!... ¡Claro, tiene que tardar un siglo para cobrar! Deberían venir aquí con sus quipus o quedarse en Quispicanchis manejando su arado… ¡Qué buena vaina!


Sus compañeros echaron a reír forzadamente más por compromiso que por entusiasmo, y uno de ellos hasta quiso desviar el tema hacia las pistas de San Felipe: pero el beligerante volvió a palmear con más furia. Entonces el ayacuchano, que estaba de pie ante el mostrador, acudió a toda prisa trayendo servilletas, cubiertos y una bandeja llena de pan. A él se dirigió esta vez con tono irónico:
-Media hora estamos ya aquí esperándolo, patrón.
-Dispensen, señores –contestó serenamente el muchacho- A veces viene mucha gente de golpe y no es posible…
-¿Qué no es posible, papanatas? Claro, no es posible porque esto no es la puna… Esto es la pampa, la pampa, cholazo… Mueve un poco las patas… A ver, a ver… La lista… La lista.
Rápidamente el mozo tomó de otra mesa lo que se le pedía, lo entregó y se quedó esperando.
Los tres pidieron lo mismo. “por lo pronto, tres churrascos a la chorrillana con bastante cebolla, y una botella de vino tinto”. Y mientras el muchacho se alejaba, el comensal de traje blanco atacó decididamente el hípico asunto de la derrota imprevista de “Río Pallanga”, gracia a la cual habían podido saborear una sustanciosa ganancia de setecientos por cien.
-Dicen que el jinete de Rio Pallanga jugó veinte mil soles contra su propio caballo. Y que esa suma se la dio el propietario del que iba a ganar.
Escépticamente, el más pequeño del grupo, persona que no hacía mucho, llegara del extranjero, intervino:
-Conjeturas sin fundamento… Conjeturas… la gente cobra de algún modo lo que pierde; calumniando, por ejemplo… El hombre tuvo que luchar contra los otros seis caballos del lote que iban resueltos a encajonarlo. Para evitar tal estratagema exigió a su animal en tres ocasiones, quizás más de lo debido, de modo que éste no tuvo ya fuerzas para vencer al cuarto que se le venía encima en la misma meta… Si, Julián, lo demás son fantasías de pura bilis. Esto nos tiene muy mal a los limeños, que sólo vivimos jugando y perdiendo…
El atildado Julián iba a responder; pero se vio cortado por el ruido de dos puñetazos que el cojo dio sobre la mesa. El éxito y el alcohol estaban sin duda batiéndole furiosamente los fondos de su subconsciente.
-Otra media hora y no viene el cholo ese imbécil con el vino. –Y levantando la voz en tal forma que pudo dominar el rumor de la sala, terminó-: ¡Aquí! ¿Van a traer o no el Tacama?... Una botella de Tacama…
Con el vino en la mano derecha y tres vasos en la izquierda acudió presuroso el ayacuchano. Al colocarlos sobre la mesa oyó que el implacable continuaba:
-¡No hay caso! ¡Pero si no hay caso! Aquí no puedes moverte, cholazo. –Y dirigiéndose a sus amigos-: Yo digo, ¿para qué viene esta gente de sus cerros y de sus chozas, para qué?... ¡Para invadirnos de parásitos y quemarnos la paciencia, nada más, nada más!
El muchacho esta vez clavó una mirada punzante y rápida en el abotagado rostro que lo increpaba. Una serie de ideas se agitaban confusamente en su cerebro. Allí estaba desde las seis de la mañana en pie, trabajando mil veces más que en sus cerros, sirviendo a centenares de personas… Pero acababan de decirle que había cometido algo así como un delito al venirse a Lima con su carga de pulgas… ¿Tendría razón ese señor tan enérgico y seguro de lo que decía? Al mirarlo por segunda vez, se le crispó involuntariamente el puño de la mano derecha.
Al mismo tiempo que vertía el vino oscuro en los vasos, el pequeño comensal intervino de nuevo.
-Que ese lomo esté bien frito y el huevo bien duro.
-Todo está ya marchando, señores… Un minutito. –Y se alejó a atender a otras mesas que lo solicitaban en diferentes tonos.
El trío bebió la primera copa de vino. El de blanco empezó de nuevo con su tema preferido, aduciendo razones, que según él; probaban el soborno del jinete en tela de juicio, y el diálogo, con su contradictor habría seguido; pero al cabo de un instante, el tercero tomó su bastón, se puso de pie y se dirigió a la cocina. Era indudable que el individuo se encontraba presa de una agitación incontenible. El chino Manuel lo vio llegar a la puerta y abandonando un instante su quehacer le preguntó:
-¿Desea algo caballero?
-Si, deseo decirte que tú no tener pantalones. Tú no saber dirigir recua de cholos. ¿Cuándo, cuándo van a atender a la gente como es debido? Media hora ya estamos esperando ¿Qué chino tan imbécil!
El aludido retiró la sartén del fuego y volviendo a mirar sostenidamente al intruso, agregó:
-Vaya tranquilo caballero. En seguida servido. En seguida. Insulto no está bien. No está bien
Golpeando amenazante al suelo con su varilla se dirigió lentamente a su asiento el irascible. Una vez allí sentenció:
-¡La plata de uno ya no sirve para nada! Vienes lleno de libras y tienes que estar corriendo detrás de estos analfabetos.
Sus compañeros miraban ya muy entretenidos a dos morenas vestidas de amarillo y muy perfumadas que acababan de sentarse en una cercana mesa, recientemente desocupada. El cojo se mantuvo un instante parado. Mirándolas sin disimulo de ningún género, de pies a cabeza. Así oyó que el pequeño decía:
-Te gustan por lo visto las aceitunas con mayonesa…
-Lo que me gustan son esas piernas gordas desde abajo. Eso es lo que me gusta… A mí no me vengan con palitos de tambor… Y salud señores, que esta noche quiero zamparme como manda la ley en cierto sitio…
Siguieron las declaraciones donjuanescas de dudoso buen gusto hasta que llegó el ayacuchano con tres grandes platos coronados de rollizos medallones de yemas.
Al tener delante la pintoresca, olorosa y nutritiva pitanza, los comensales se armaron de sus aceros respectivos e inclinaron las cabezas como para zambullirse simultáneamente. Y mientras dos de ellos engullían ya su pedazo de carne encebollada, el cojo se puso a blasfemar primero oliendo el arroz. Y masticando luego unos granos son los incisivos arrojó su cubierto. Segundos después tomó su bastón y saltó del asiento, exclamando colérico:
-¡Este arroz está recalentado! ¡Por la ascendencia de este chino y de todos los chinos del planeta!
El ayacuchano al verlo que disparaba hacia la cocina, lo siguió a toda prisa. Al llegar al umbral se detuvo a la expectativa. Los otros dos muchachos acudieron también.
Don Manuel se enjugaba la transpiración de la frente con un gran pañuelo blanco y escuchaba, poniéndose cada vez más pálido, la andanada del energúmeno:
-¿Qué te has creído tú, chino infeliz? ¿Qué somos todos aquí unos indios puercos para comer arroz recalentado, seguramente de las sobras de los platos?
El cocinero trataba de hacer opio su voz:
-Imposible hacer arroz para cada comensal. Imposible. Ese arroz hecho hace media hora, nada más.
-¡Qué chino tan sucio y ladronazo! Yo te haría tragar toda la cacerola esa de inmundicia.
-Yo no tragar nada, caballero. Usted sólo insultar. ¡Vaya a su asiento!
-¿Quién eres tú para mandarme, insolente? ¿Quién mamarracho? – Y levantando su bastón lo dejó caer sobre el cuello del cocinero; pero el golpe perdió toda su fuerza, porque el ayacuchano, sin poder ya contenerse, se acercó velozmente al agresor y le asestó un formidable puñetazo, de esos que desmayan, en el maxilar inferior. El cojo se tambaleó primero y luego cayó, con tan mala suerte que la sien derecha fue a herírsele mortalmente en el ángulo puntiagudo de la plancha de las hornillas. Los demás muchachos y algunos comensales presenciaron confusamente el hecho vertiginoso y ninguno de ellos habría podido decir con precisión lo que acababa de ocurrir. Sin embargo, todos informaron a los amigos del agonizante, que acudieron al lugar del hecho en son de guerra, que Don Manuel no había hecho más que defenderse con toda justicia. El aludido intervino oportunamente con ímpetu, con vehemencia contenida.
-Sí, yo defenderme con justicia. Yo tirar puñetazo y él caer con la cabeza contra fierro de la cocina. Mala suerte. Yo, yo tirar puñetazo en la quijada. Yo. Yo.
Cuando instantes después vino la policía y el caído no alentaba más, el chino Manuel se había puesto ya su saco blanco y viejo, pero limpio y bien planchado, tal vez un poco estrecho para sus amplias espaldas de atleta que no recordaba haber dado en su vida una trompada. Ante los agentes de la ley se ratificó enérgicamente en su primera declaración: él era el único culpable de lo que había ocurrido. Y dirigiéndose al ayacuchano, que permanecía inmóvil, alelado, con la tupida mota negra de sus cabellos más tiesa que nunca, agregó:
-Tú dirigir negocio. Yo enseñado manejar negocio, Tú joven, jovencito honrado. Tú dirigir negocio. Yo viejo ya, muy viejo, bueno para descansar; sólo descansar… Hospicio, hospital o cárcel… Es igual… Es igual.

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jueves, 5 de abril de 2007

POESIA: JULIO GARRIDO MALAVER

Este hermoso poema de Julio Garrido Malaver apareció en 1943, forma parte de su libro más telúrico y no por ello menos hermoso: "Vida de pueblo" (La redacción).


VIDA DE PUEBLO

Por Julio Garrido Malaver

Sobre el viejo petate
el último sombrero
dejaste sin orilla.

En las paredes pálidas
están colgados tus manojos de lágrimas.

La tusa blanca
con la cual mojabas tus “limas”
parece el hueso de tu última alegría.

Y las hormas de cedro bueno
en las que amoldabas tus esfuerzos
hoy son redondos
tachos
y cubalibres silencios…
¿Desde que tú te fuiste
en tu casita pobre ya no hay niños
ni Sábados de Gloria
ni Domingos…!

¡Madre: te lloraremos luz
hasta la transparencia del azul infinito…!


Joven y "buenamoza" madre celendina, con su hijo, llena de interrogantes ante el duro presente y el ignoto futuro. (Foto Jorge A. Chávez S., Charro)

miércoles, 4 de abril de 2007

SEMBLANZA: JULIO GARRIDO MALAVER

Nació en 1909 en la calle Grau, barrio Las Lagunas, al pie de San Isidro, la colina dominante de la ciudad de Celendin. Hizo la primaria en su ciudad natal y la secundaria, como todos los jóvenes que tenían posibilidades paternas, en el Colegio “San Ramón” de Cajamarca, y luego prosiguió sus estudios superiores en la Universidad Nacional de San Marcos de Lima y en las de Concepción y Santiago en la República de Chile.

Homenaje a Julio Garrido Malaver por estudiantes de la Universidad de Trujillo en 1954, entre ellos Luis de la Puente Uceda, con anteojos y traje claro, en la primera fila, de pie; José Alejandro Muñoz Chacón (JAMCH), detrás del poeta y Manuel Pita Díaz, con traje oscuro, penúltimo de la derecha.

Desde muy joven e influenciado por las bondades telúricas del paisaje natal desarrolló una sensibilidad que lo condujo por los caminos de la lírica y así, en 1929 fue laureado por su “Canto a la Raza” en el concurso promovido por el Colegio San Ramón de Cajamarca, que ese año cumplía su centenario de Fundación. Luego fue galardonado como el”Poeta de la Primavera” en 1937, en Chile, por su “Canto a la Reina Primaveral”. Vuelto ya a la patria ganó los Juegos Florales Universitarios de 1940; en poesía por su “Canto a la Primavera en varios Momentos”, y en novela por su obra “La Guacha”- El Jurado Calificador en esa ocasión estuvo conformado por los intelectuales José Jiménez Borja, Luis Fabio Xammar y Estuardo Núñez
De esos años data su militancia política en el Partido Aprista Peruano, del cual fue dirigente conspicuo y director del diario “Norte” de la ciudad de Trujillo, sufriendo por este motivo persecuciones y encarcelamientos decretados por los gobiernos de turno, enemigos del partido de la estrella.
En 1945 integró el Parlamento de la República donde, debido a su beligerancia contra las injusticias, sufre destierro, cárcel y falsas acusaciones.
A Julio Garrido Malaver se debe el reconocimiento oficial del Instituto Pedagógico Regional del Norte, en Celendín, crisol de muchas generaciones de docentes que dan lustre a la tierra por su desempeño en las diversas instituciones educativas de la República.
Muere Julio Garrido en la ciudad de Lima en octubre de 1977
Entre sus obras publicadas destacan:
• Los Poemas Florales de 1940.
• Machupicchu.
• Vida de Pueblo.
• La Guacha.
• La Dimensión de la Piedra.
• El Otro Paraíso.
• El camino que no llegó.
• Los Buitres.
• La Isla de la Luna o El Frontón.
• Creo en ti.
• El Origen.
• Barrio de Pobres.
• Palabras de tierra.
• Simplemente el hombre.
• Los cuentos de Paco Yuca.
• El Hijo del Universo
• Chan chan, efigie de eternidad.
Y otros.

CUENTO: ALFONSO PELÁEZ BAZÁN

"Querencia", el cuento que vas a leer, lector, no sólo es importante para la literatura celendina sino para la peruana. Con él, su autor, Alfonso Peláez Bazán, obtuvo el Premio Nacional de Narrativa, en 1944, en su primera convocación. José María Arguedas, que fue uno de los jurados, recordaba al autor en los años 60 y se preguntaba si había continuado su obra, en su tierra, donde se refugió para ejercer la docencia y escribir (La Redacción).

QUERENCIA

Por Alfonso Peláez Bazán
Amarrado al tronco de un corpulento sapote -viejo hermano de la choza de don Juan Chalcahuana-, devora el mohíno su porción de fresca grama. Don Juan -¡valga Dios!- cortó del borde de la acequia las plantas más verdes y lozanas.
-Llévelo, pues, don Nemesio. Trato es trato. Ya sabe que todo de bueno tiene: manso, fuerte, bien avenido. En esta choza, señor, ¿quién podrá olvidarlo? Algo me consuela saber que pasa a buen "cristiano".
Don Nemesio Garrido se apresura a desatar el lazo del macizo tronco.
-Ojalá que todo sea cierto, don Juan.
La mujer y los hijos de éste se van tras el burro hasta la tranca, que al abrirse y volver a cerrarse, cruje extrañamente...
El vocerío alegre de seis chicuelos y la bulla jubilosa de tres hermosos canes reciben una tarde a don Nemesio Garrido. Tras muchos días, vuelve de nuevo a casa.
Todos reparan inmediatamente en el burro “mohíno.
-Es un magnífico burro, hijos míos.
Dos largas jornadas, atravesando la cuenca del Marañón, le han probado suficientemente a don Nemesio Garrido que, en efecto, dijo verdad don Juan Chalcahuana.
Luego se abre la tranca del extenso potrero para dar paso al burro de suave pelambre y bonachonas orejas. Allí se entropará con un caballo huaicho, un burro paclo, una vaca condorilla y un toro casullo. Y la cena humeante, junto al fuego rezongón, espera a don Nemesio Garrido.
Corrían los días. El gran burro mohíno soñaba en las tierras distantes y buenas… al tiempo que iba reconociendo todos los paraderos y todos los portillos.
Y la oportunidad no se hizo esperar demasiado. Una mañana, por el portillo más fácil, el burro mohíno saltó afuera del potrero.
Cuando don Nemesio Garrido, tras larga y afanosa búsqueda, encontró los rastros que hablaban, exclamó colérico:
-Ah, era volvedor…
Tres días después llega don Nemesio Garrido a casa de don Juan Chalcahuana. Junto al gallardo sapote está el ínclito volvedor.
-No me advirtió usted, don Juan, de tan fea maña…
Y don Juan responde con firmeza:
-No tuve ocasión de saberlo, don Nemesio. Era la primera vez que dejaba su querencia. Y quién iba a adivinar lo que había en sus adentros…

"devora el mohíno su porción de fresca grama..."

Con lentos giros mueve la cola el inefable burro.
-Me lo llevaré siempre. Antes, sin embargo, tendremos que “sacarle” la querencia. ¿Usted “sabe” eso, don Juan?
-No… Pero ya me lo imagino… -responde afligido el viejo Chalcahuana.
Y en efecto, al otro día, junto a la tranca, le “sacaron” la querencia al desventurado burro. Por los belfos, por los ijares, por las ancas, se la “sacaron” sangrante.
-Fuerte mal éste de la querencia, don Juan. Mas con “esto” no hay burro que no sane… y hasta la vista, don Juan.
Y partió don Nemesio, tirando de la ensangrentada soga, diríase que no un burro, sino una tragedia.
Dos días después, el caballo huaicho, el burro paclo, la vaca condorilla, y el toro casullo reciben de nuevo al burro mohíno. Se llenó de jubilosos gritos el extenso potrero.
Por si acaso, don Nemesio Garrido, reparó todos los portillos.
Todo hacía presumir que el burro mohíno ya no tendría más remedio que aceptar su suerte.
Don Nemesio habló a sus hijos de su gran terapéutica contra el mal de la querencia.
Más nadie estuvo en lo cierto… Ocurrió la noche de San Juan… Había en el cielo extraños resplandores. Por los cerros distantes, veíanse las fogatas litúrgicas y el viento hablaba de raros sortilegios.
En una contracción maravillosa de sus carnes, dio el gran mohíno un salto elástico, magnífico.
Desde el otro lado del cerco, las viejas heridas sonrieron triunfalmente y una tarde tibia, de un claro día, se oyó de pronto, frente a la tranca de don Juan Chalcahuana, un largo y alborozado rebuzno.

martes, 3 de abril de 2007

PAISAJE: ALFREDO ROCHA ZEGARRA

Publicamos este artículo por la calidad cívica y artística del autor, quien narra sus percepciones sobre los pueblos de nuestra provincia y como una forma de ver cuanto han cambiado ahora estos pueblos de nuestro Celendín (La redacción).

HUACAPAMPA


Por Alfredo Rocha Zegarra
Escrito en 1954

Bello como una arcadia es este maravilloso pueblecito de Huacapampa, llamado ahora, por la veleidad snobista de un fascista diputado, José Gálvez. Pueblo también de tejedores y de gente muy trabajadora, muchos de ellos negociantes que han viajado mucho. Todos sus habitantes tienen ahora la vocación de salir del pueblo, porque llegado un momento no hay en qué ver el medio o dinero.Hace falta un tecnológico plan de fomento local de riqueza.

Apunte de Alfredo Rocha Zegarra.

En este pueblo vivió gente extraordinariamente bella. Sus mujeres dieron prestigio nacional a la belleza celendina. Aquí hay tipos o fisonomías tan bien proporcionadas que nos dan la impresión de ser gente extranjera. Casi todos ellos son emparentados con las gentes de Celendín y el Huauco.
Las plantas del primer plano son limoneros. Es la placita más perfumada de la provincia aunque la modestia de la iglesia casi habla de la vocación comercial del lugareño. Huacapampeños hay ahora haciendo una portentosa población flotante por todo el Perú.
Huacapampa tiene la añoranza para el celendino del JUEVES DE TORNABODA. Sus lecheras madrugadoras compensan la escasez de las ubres de sus vacas con las aguas de las vertientes o pozos. A Celendín llegan las jarras de leche con bien disimulada cantidad de agua y a veces con unos insectos nadadores que llamamos Escribanos.
No tiene agua, ni desagüe, pero la ciudad es limpia. Adolesce de ausencia de servicios médicos. No tiene luz o alumbrado público. Sus gentes son muy cordiales y acogedores

lunes, 2 de abril de 2007

POESIA: MARCIAL SILVA PINEDO


CHIRAPA


Por Marcial Silva Pinedo, Osmandias
Llueve con sol.
El atardecer fumiga chirapas
de resplandor vidrioso,
mientras el sol,
horizontal sobre su codo zurdo,
se entretiene en ponerle al cielo
un arco de colores.

Al frente, el verdor de la loma,
moteando al cielo de amarillo,
rojo y lila, mira,
a través de ese amarillado de agua
que va cigando
de las escarmenadas nubes,
una casita vestida de novia
que meditando en el valle
se ha quedado.

Un coro a galope de líquidos balines
aplaude en grande
sobre las pencas secas
y una señora grita desde su choza
en una esquina del barbecho:
-“¡Quita, muchacho
que está chirapeando!,
si no te quitas
te van a salir granos”.

Poza en el río Grande, la piscina tradicional celendina ("El ñoba", fotografia de Jorge A. Chávez S., Charro)

domingo, 1 de abril de 2007

PAISAJES: PEDRO GARCÍA E., EL BUHO

Una visión mítica que enlaza los orígenes de Huacapampa y, por ende, de Celendín, con nuestra prehistoria y con el presente, con la época en que los reinos de la región combatían con los incas y con nuestra formación política actual, en la pluma siempre exhuberante del viejo maestro Pedro García Escalante, El Búho (La redacción).

HUACAPAMPA

Por Pedro García Escalante, El Búho
Cuando llegó la gran serpiente tricéfala que avanzaba del sur, una de sus cabezas tomó dirección al sinchado de Choctamalca. El sinchi Wallquishaua venció a la falange invasora en Yuquibamba, mientras las otras cabezas vencían al Apu Sinchi Anco Huaraca de Cashamalca en Cuntibamba, Huacraruco y Matara. La suerte estaba echada y Sinchi Wallquishaua, en un rasgo de audacia, al caer la noche, robó a las coris del palacio del Apu Sinchi, siendo perseguido por el feroz Llancar, al mando de uno de los ejércitos del Inca, trabándose mortal combate en las orillas de la laguna Mishacocha.

Vista antigua de la bella Huacapampa

Viéndose vencido Wallquishaua ordenó el retiro de sus fuerzas y por una cueva secreta de la laguna pasaron al otro lado del Atun Mayo (Marañón) dejando despoblado el territorio en donde hoy se ubica la provincia de Celendín, incluyendo el gran Huachinorco (Huacapampa)
En 1533, tras la muerte de Atabaliba, las ñustas y coris del palacio real huyeron a las punas orientales, amparadas por Titu Atauchi y fracciones del ejercito imperial destruido hasta las verdes y floridas pampas del valle de Huachinorco en donde lloraron amargamente la pérdida del imperio de la felicidad. A este lugar Rumiñahui y Titu Atauchi, le llamaron Huaccac Pamba, la llanura del llanto, de donde se deriva el nombre de Huacapampa.
Cuando los españoles y portugueses que poblaban la zona, por sugerencia de Martínez de Compañón compraron del Rey de España la hacienda de este suelo, encontraron pocos indígenas y entre 1660 y 1802 se repobló con familias de origen español y portugués.
Cuando la nueva población se elevó a la categoría de Villa, exceptuada de la jurisdicción de Cajamarca en 1802, Huacapampa fue anexo de Celendín, y en 1862 de Lucmapampa.
Al proclamarse la independencia en 1821, esta jurisdicción tomó la categoría de caserío de Huacapampa, perteneciente a Celendín y, en 1862, al crearse el distrito de Lucmapampa, fue incorporado a éste.
Cuando Celendín fue elevado a la categoría de provincia, siguió dependiendo de Lucmapampa hasta 1887, año en que el presidente Andrés Avelino Cáceres, lo exaltó a la categoría de distrito de la provincia de Celendín, con el nombre de Huacapampa. El distrito conservó su nombre hasta 1940 en que el presidente Manuel Prado le cambió de nombre por distrito de Jose Galvez, con su capital Huacapampa, hasta hoy.

(Escrito de 1952)

POESIA: JUVENAL VILELA


POETA HABEMUS

Por Jorge A. Chávez S., Charro
Nada nos alegra tanto como la aparición de un nuevo cultor de la poesía en Celendín. La presencia nueva de Juvenal Vilela, corrobora que nuestra tierra sigue siendo la cantera de artistas que siempre fue.
Ya lo dijo César Vallejo “Toda voz genial viene del pueblo y va hacia él”. Esto quiere decir que los pueblos tienen entre su gente espíritus sensibles que ven la belleza que pasa desapercibida para los demás y que así como cantan bondades del paisaje, también saben enaltecer el quehacer cotidiano de la gente sencilla, extrayendo aún sin querelo las lecciones de vida que más tarde nos llevan al reconocimiento y la nostalgia.
Nuestro nuevo autor, Juvenal Vilela Velásquez, nacido en Celendín, en 1979, es poeta, así como promotor cultural e integrante de la Asociación Cultural El Patio Azul, de Cajamarca. Es también bachiller en Obstetricia por la UNC.
Ha publicado El lado azul de la luna, 2004; Danza de mariposas y Una semana en seis días, 2006. En breve dará a conocer Bailando bajo la lluvia.
Es ganador de diversos certámenes literarios: Primera mención honrosa, Concurso Internacional de Poesía El Patio Azul - 2002; Primer lugar, Concurso de Ensayos Universitarios - 2002 y 2003 (UNC); Pluma de Plata y Pluma de Oro, Primeros Juegos Florales Aristidianos - Celendín, 2003 y 2005, respectivamente. Asimismo participó en el V festival Internacional de Poesía “El Patio Azul”, Cajamarca, 2006.

Para apreciar la armonía que puede haber entre los pueblos y sus poetas publicamos estos versos de Juvenal Vilela:

Coleccionista de Lunas

…es la respuesta deshojada a la pregunta:
¿qué pasarán con los otoños
de los árboles
que no plantamos?

Celendín, último huésped del sol, del viejo olor de mis juguetes entinto el color de tus noches, martillando con versos la calamina para mirar desde adentro mis huesos azules, filamentos espesos, oreados en los cercos del jardín.

Gracias, por el tiempo andado hasta hoy y en la delgada curva de todos tus giros, por zurcir en tu cobriza piel la cosmética cicatriz de todas las piedras, o en la eternidad que custodia tu nombre, repetir oblicuamente las consonantes de mi madre.
Hoy, que la metálica entrega de una sola estrella… basta!. sólo soy dueño de mi ventana y el que en la vigilia de los balcones, alquila cada noche la calle… frente a una casa cualquiera.