domingo, 23 de marzo de 2008

PRENSA: ¿Se acuerdan de “EL GOLPE”?

Por Jorge Horna
Algunos celendinos y ciudadanos forasteros que trabajaron "de paso" en nuestro pueblo y ejercieron cargos en diferentes instituciones locales, se acordarán de los “porrazos” recibidos desde el Semanario Informativo Crítico “El Golpe”.
Esta publicación semanal, en efecto, estuvo muy atenta para denunciar –en la sección “Chocolate celendino caliente y espumoso”– los dislates, yerros, incapacidades y abusos que funcionarios (municipales, de educación, policiales, de salud, etcétera) cometían desde su posición de poder, haciendo mella en la dignidad de gente indefensa o de la comunidad en su conjunto. Su empeño pionero desgraciadamente no tuvo herederos. Bueno, hasta el surgimiento de CPM...

Honor a nuestro ancestro...
“El Golpe” sólo llegó a los 10 números (del 7 de abril al 16 de julio de 1967); su precio era de un sol cincuenta centavos y la impresión se hacía en alguna imprenta de la ciudad de Cajamarca. Fueron profesores de la Escuela primaria No. 85 (hoy 82391), quienes asumieron la responsabilidad cívica, ciudadana, social, y el sueño quijotesco de dirigir el semanario.
Directorio: Marcial Castañeda (sólo en la edición de los 2 primeros números, luego renunció), César Linares Quiroz, José Chávez Tejada, Augusto Ortiz Chávez.
Jefes de redacción: Manuel Sánchez Aliaga, Aníbal Rodríguez Marín.
Jefe de publicidad: Antonio Rojas Failoc
Jefe de Administración: Felipe Chávez Tejada.
Las “autoridades” incómodas por las críticas y cuestionamientos y reacias a enmendar rumbos, hicieron causa común y no cejaron hasta impedir la circulación de semanario “El Golpe”. Los miembros del Directorio fueron citados y veladamente acosados y amenazados por el Subprefecto, luego por el Supervisor de educación, e incluso, por el Jefe de la PIP (Policía de Investigaciones) de entonces. En las páginas de la publicación constan estos hechos.
Así se produjo la censura y posterior clausura de aquel valiente semanario celendino.
De haber existido hasta hoy, con contundencia, “El Golpe” estaría exponiendo sus opiniones para despertar y hacer tomar conciencia sobre la exigencia y vigilancia protectora del medio ambiente en Celendín, ante la inminente explotación de minerales por la empresa Yanacocha en La Conga de Huasmín-Sorochuco, que en nombre del progreso y el desarrollo, destruirá la fisonomía de nuestros paisajes naturales, convirtiendolos en páramo improductivo.
Nuestra tierra, nuestro aire y nuestra agua serán contaminados, se afectará nuestro ecosistema, con la secuela de males sociales que ello acarreará. Y ¿a cambio de qué? De miserables mendrugos.

Lima, 23 de marzo de 2008

martes, 18 de marzo de 2008

PERSONAJES: Alfonso Peláez Bazán

HOMENAJE: En el presente artículo hay, más allá de una muestra ejemplar de ternura y cariño filiales, una semblanza y una aproximación a la filosofía vital de un gran escritor peruano, de un personaje valioso para la intelectualidad celendina en el contexto de la literatura y la cultura. (N. de la R.)


ALFONSO PELÁEZ BAZÁN

Por Luis Alberto Peláez Pérez
Murió humilde y silenciosamente, como había vivido, con dignidad, sin aferrarse a la vida, llevándose tan sólo la imborrable imagen de su tierra querida, junto al amor de todos sus hijos.

Don Alfonso Peláez Bazán - tercero de los que están de pie, de izquierda a derecha- junto con la plana de profesores del Colegio Celendín, en 1938 (Foto cortesía del profesor Rubil Escalante García).

Quienes hayan leído con detenimiento ese hermoso e inigualable cuento que ha perennizado su nombre en la literatura latinoamericana –QUERENCIA-, deben de haber descubierto que su autor se retrató en el personaje central del relato, el humilde y pertinaz “mohíno” de don Juan Chalcahuana, el “ínclito volvedor”.
Sus alumnos le recuerdan con afecto y admiración. Él les enseñó con el ejemplo dos actitudes humanas sencillas: amar al terruño y vivir con humildad. Y les enseñó que conquistar la humildad y vivir conforme a ella, es uno de los más grandes logros del hombre y tal vez el mejor camino en pos de la belleza.
No recuerdo a mi padre buscando un estatus que le diera holgura material, tampoco envidiando los éxitos de los demás, menos simulando una condición de la que careciera. Era verdaderamente, en el más exacto y elevado sentido de la expresión, un artista excepcional, un ilustre humilde.
Esa condición humana, asumida con convicción de su trascendencia, también le llevó a humanizar, a convertir en personajes humanos de su narrativa a los animales, colocándolos al centro de un mundo bucólico reflejo de ese otro que él había escogido en reemplazo de las urbes esplendorosas que otro celendino, Armando Bazán, gemelo espiritual suyo, escogió para realizarse como escritor.
Y así, el burro “Mohíno”, “Truhán” y el “Toro Bayo” –un burro querencioso, un perro inconforme y vagabundo y un toro “paradigma de una eglógica heroicidad”- se convierten en tres expresiones de su propia dimensión esencial.
Muchos se preguntan: ¿cómo puede este destacado hombre de letras, escritor de prestigio internacional, resignarse a vivir en pueblo pequeño, demasiado quedo y sencillo? ¿Quedarse a vivir en él haciendo las cosas más comunes y hasta tribales y mundanas : caminar incansablemente, libro bajo el brazo, por los caminos de su campiña sin par; sentarse en su plaza principal, horas y horas sin hacer nada visible, dejando viajar a su espíritu por lontananza; jugar noches enteras a las cartas con las gentes más sencillas pero más humanas de su pueblo; dialogar intensamente con personajes extraños o desvalidos, mirándoles a los ojos; seguir de cerca la travesía humana y espiritual de sus jóvenes alumnos; criticar aceradamente la incuria y la insensibilidad de algunas autoridades pueblerinas…?
A esas personas que así se interrogaban, yo puedo decirles que leyendo sus cuentos y narraciones encontrarán la respuesta a su inquietud. Podrán, por ejemplo, descubrir que el escritor es el más esforzado y sufrido trabajador del espíritu en su empeño por crear la belleza.
Sólo viviendo así se podía producir un cuento como QUERENCIA, que ha dado la vuelta al mundo y figura en las más exigentes antologías de la narrativa de habla castellana, con traducciones en varios idiomas; pues en ese cuento el escritor volcó toda su filosofía de vida, su arte y su amor.
El mohíno, “el ínclito volvedor” de la choza de don Juan Chalcahuana, es nada menos que el mismísimo creador que sólo se aleja transitoriamente del terruño amado y retorna a él porfiadamente atraído por la fuerza telúrica, el paisaje, las gentes que conocía, sus costumbres, su modo de vivir… Nada hay que se le pueda apartar definitivamente de esa suerte de paraíso que descubrió para dar entorno y sustento a su vida y a su estro narrativo.
Como el “mohíno” de su cuento QUERENCIA, nunca dejó que le apartaran de Celendín y murió en él queda, tranquila y humildemente. Sin duda, el día que alguien se decida a escribir la historia de este pueblo, reconocerá en el malogrado escritor al personaje más auténtico y representativo de Celendín.
Esta semblanza aconsejada por el amor filial, tal vez no sería completa si olvidara recordar uno de sus gestos característicos, en el aula o en la calle: el deliberado desaliño de su cabellera, desaliño promovido intencionadamente y a despecho de quienes le observaran; el desaliño que perenniza un gesto contrario a la formalidad habitual de las gentes; un gesto que no era otra cosa que una forma sencilla pero simbólica de protesta contra la fatua formalidad. La sensibilidad de sus alumnos lo había descubierto y consideran hasta ahora ese gesto como un símbolo de insondable personalidad.
He recordado en estas líneas, con amor y gratitud, a mi padre y maestro de vida.

(Tomado de “El Trotamundos”, revista de la Asociación Celendina, No.4. Lima 1996)

martes, 11 de marzo de 2008

ARTE: Entrevista a "Charro”

En la revista “El Shilico” No. 2, editada en Lima en 1987, se publicó una entrevista al pintor, narrador y promotor cultural Jorge Chávez Silva, conocido amplia y cariñosamente como “CHARRO”. Hoy la entregamos a nuestras lectoras y lectores, para contribuir a conocer las motivaciones que han forjado y enriquecido la sensibilidad del artista.

(N.de R.)

-Cuéntanos algo de tus inicios como artista.

Bueno, es un axioma que el artista es nato, tener inclinaciones pictóricas, y nacer en Celendín es un sino artístico del cual difícilmente se puede escapar. Mis primeros dibujos los hice con carbón de plancha en las veredas de mi pueblo; mi padre era sastre y siempre había un carbón a la mano. Por otro lado, Celendín tiene una sutil riqueza pictórica como que cada retazo de su comarca es un óleo y su gente noble y trabajadora siempre fueron motivo de un hondo sentimiento para mí. Puedo decir que crecí desde el color.

-¿Qué significa Celendín como motivación en tu pintura?

Celendín es para mí una herida abierta en la que el tiempo hurga en vez de cerrar. Es una nostalgia que aumenta con los días. Es una presencia subjetiva que establece una especie de medida para comparar el mundo que nos rodea. Creo que todos los artistas andinos que vivimos de alguna manera exiliados en la capital sienten lo mismo que yo.

-¿En que corriente está encuadrada tu plástica?

Soy un pintor autodidacta. Académicamente hablando no creo estar inmerso en algún ismo; hago una pintura sincera, evocadora de lo nuestro, de sus valores esenciales, no aparenciales, cuidando de no caer en el pintoresquismo folclórico que sólo tiene un valor turístico; en suma se trata de no hacer un arte “kitch”, que falsea los valores en esencia

-Dinos algo acerca de tus tauromaquias.

El toreo es un arte tan bello y tan efímero que bien merece perennizarse en un lienzo; como buen shilico soy muy aficionado a la fiesta brava que en mi concepto es una explosión de luz y color. En nuestro pueblo la fiesta tiene un sabor especial producto de nuestra raigambre ibérica y su plaza ha sido una de las más reputadas después de Acho; desgraciadamente en los últimos años las cosas no se han hecho bien y hoy con pena debemos comprobar que estamos perdiendo terreno frente a otras provincias del departamento que sí están tomando en serio a las corridas de toros, con diestros de verdad y con toros de edad y peso reglamentarios.

-¿Practicas otro tipo de arte?

Creo que el artista debe explorar todas las técnicas y materiales a fin de que pueda encontrar la que más viene a sus posibilidades de expresión, personalmente hago óleo, acuarela, dibujos a lápiz, caricaturas, etc. Creo que es el óleo donde me encuentro más a gusto.

-¿Cuáles son los artistas que de alguna manera han influido en tu arte?

Indudablemente que José Sabogal es una personalidad que revoluciona la pintura nacional en el presente siglo (S. XX) y su influencia, aunque indirectamente caló muy hondo en mí, a parte el maestro cajamarquino Mario Arteaga y nuestro entrañable Alfredo Rocha, a quien siendo más cercano por haberlo tratado en sus últimos años en Celendín. En la actualidad creo que falta encauzamiento de los nuevos valores. No creo que la cantera celendina, tan pródiga en artistas, se haya agotado; sé que en Cajamarca se ha creado una Escuela de Arte en la que labora Miguel Angel Díaz Dávila, grato amigo y maestro cuya calidad dará mucho que hablar en breve. Creo que su influencia será decisiva en la niñez y juventud de nuestro Celendín.

-¿Por qué utilizas el seudónimo de “Charro”?

Es un apodo heredado de mi padre. La gente me identifica así con más facilidad, por eso lo adopté como seudónimo y es en gran parte un homenaje a mi padre que también fue un artista.

-¿Qué sientes cuando vuelves a tu pueblo de Celendín?

Siento la fluidez de color que emana de mi Celendín, luminosos blancos de las paredes, rojo cansado de los techos, azules grises, violetas, etc. que quisiera ver volcados en mi paleta. También siento el cálido amor familiar y la alegría fraterna de los amigos llenos de cordialidad y de quienes no menciono sus nombres para no caer en lamentables omisiones.

( De:“El Shilico” No. 2, noviembre-diciembre, 1987)

jueves, 6 de marzo de 2008

NARRATIVA: Antonieta Inga del Cuadro

El siguiente cuento está ambientado en la zona rural del caserío de Taguán (Celendín) y tiene como argumento hechos reales. Fue presentado a los Juegos Florales Universitarios de San Marcos el año 1960, organizados por la Asociación Internacional de Estudiantes Universitarios. La autora fue galardonada con el Primer puesto, además de alentadores comentarios de los profesores universitarios de entonces. (Jorge Horna.)

LAGUNA SECA


Por Antonieta Inga del Cuadro *



La rojiza luz del pequeño fogón va y viene, alargando y acortando su muriente llama, retorciéndose y luchando dolorosamente por sobrevivir al azote del viento y de la lluvia que ya empieza a caer. Por fin, con un esfuerzo supremo se yergue y hace venias aquí y allá; pero las sombras van desfilando detrás de la casa, las siluetas de los montes y de las enormes piedras van encarnando sus personajes nocturnos, y ya es muy tarde para seguir soplando tranquilamente las brasas sin que los ojos se quejen. Son las cinco de la tarde. Y en aquel banco, junto al fogón, uno se puede quedar inmóvil; aunque la oscuridad, el silencio, la noche y el viento nos digan a una voz que alguien se nos acerca por detrás.

Da miedo volver la cabeza en cualquier dirección: a lo lejos, la oscuridad de la noche que se acerca, el silencio y la ausencia; junto a mí, el calor que ya se extingue por los hilillos del humo que surgen del fogón; en mí, el alma oprimida por aquella tristeza, tristeza toda: tan sola, tan fría, tan indiferente y tan llena de misterios.

Pero no puedo seguir mirando fijamente la pared de aquella casa, de aquella Escuela, a la que al siguiente día, y al otro día y a otros más, visitarán los niños. De repente el vuelo de aquel pájaro negro me saca del sopor en que me encuentro, y no sé si por miedo o por curiosidad sigo su vuelo… Había de seguirlo para recordar que detrás, a no muchos pasos de mí, se encontraban unas cuantas cruces, y unas porciones abultadas de tierra dura, por lo que se podría bautizar de Cementerio aquel paraje.

Mas, ¿es posible que haya olvidado aquello? ¿es posible que aún no haya llegado a quien tanto espero para templar un poco los nervios y poder mover los labios? ¡Vamos! ¡Ya llegará!. Deberías estar contenta, pues ya llegará, quizás estará todavía por aquel camino al que apuntan los brazos de las cruces; pero de todos modos, no estarás sola al cobijarte en el lecho.

En verdad, mi hermana pronto estaría aquí, pronto su alegría, su conversación, su coraje y su afán de cantar. No, no estaré sola esta tarde, esta noche. Pero ella, aquella morenita de ojos dormidos, con sus rizos acariciándole la espalda, sí lo estuvo. Pobrecita, tan noble, tan callada y tan tristemente bella.¡Sí lo estuvo, y muchas noches! Ella… había empezado a hacerlo ahora –entumidos los miembros ateridos por el frío- sólo atinaba a poner aquel silbato entre los labios, para arrojar todo su miedo y su soledad en el eco que se expandía por todo el horizonte que aclaraba la luna. Pocas veces la vinieron a ver. Aquellos sencillos pobladores no debieron comprenderla nunca. Pues cuando en medio de la noche volvió a llamar, nadie, nadie la fue a ver.

Pasaban días y días, noches y tardes, y la escuela seguía allí. Y los niños iban y tornaban; cantando huaynos y músicas tristes, unos; tocando sus quenas y antaras, otros; saltando y golpeando sus tambores los más traviesos. ¡Pobrecitos todos ellos también son inocentes!... Pero nunca han pasado una noche solos, en aquella escuela; nunca han sido del pueblo y han dormido solos, envueltos en paja entarimados sobre cuatro palos incrustados en la tierra. Ella sí. Durmió allí y sin más luz ni compañía que la llama de una vela que iba goteando y escurriéndose esperando el soplo que detenga su fin. Ella sí vivió allí, comió allí y durmió siempre allí. ¿Entonces cómo no iba a suceder? Cómo iba a vivir en paz en esa laguna disecada, con su sonido a brumas aún en su atmósfera, con su cementerio con cruces velando su sueño; con su peña ojosa, deshabitada, criminal, de mal agüero, donde se escondían los ágiles venaditos que salían por las doce en punto de la noche a visitar los enormes agujeros de la que fuera una laguna, refugio seguro de aquellos malignos espíritus, que se solazaban perturbando el sueño de la hermosa Dorisa.

Muchos que madrugaban por allí, llevando su ganado a la otra banda del río, los habían visto, cogidos de la mano, danzar y danzar arrojando llamas por los ojos y lanzando sepulcrales gritos. Muchas veces se repitió el solaz y muchas veces los labradores quisieron disipar con agua bendita aquel horrendo espectáculo. Pero los viejos de aquel lugar no consentían y confiaban en que pronto se llevarían en sus juegos el cuerpo de la joven maestra, y entonces todo se quedaría en paz.

Y la danza y el juego continuaron y el silbato de la maestra no más se oyó. Pero los niños seguían yendo a la escuela; y cada día más tarde se levantaba la maestra; cada día más pensativa y con los ojos más dormidos pero más bellos que nunca. Sin embargo los niños aprendieron mucho: porque ella era inteligente, porque la temían; pues como ellos decían, estaba compactada con los espíritus del infierno.

Siguieron viniendo los niños siempre alegres con sus músicas tristes, con sus pasos ligeros y con sus carreras cortas. Esa vez llegaron uno tras otro, llegaron todos, pasaron el camino que estaba entre los hoyos, llegaron a la escuela, esperaron; pero la puerta de la escuela no se abría y la maestra no salía. Se reúnen todos a jugar, se cansan de correr aquí y allá, se ponen a comer su fiambre de cada día, y al final se inquietan un tanto; pues porque no han visto llegar a la maestra, no la han visto salir a su encuentro, ni sentarse como otras veces en el umbral de la puerta.

Un niño, el más grandecito, no ha podido jugar, ni reír, ni caminar. Todos quieren marcharse ya; pero antes de irse les dice: Veremos si la puerta se abre, si el agua de la lluvia a penetrado a nuestro salón, si los zorzales y los búhos han dejados sus huevos en sus nidos hoy. Veamos si la maestra se ha quedado dormida, o si aburriéndose se ha marchado de aquí. Muchas de las señoritas que vinieron se fueron también; otras vinieron y, sin irse, desaparecieron. Entraré yo pues y si está durmiendo, nos sacaremos nuestros ponchos y la cubriremos más; y si se ha marchado, regresaremos a nuestras casas, y nuestros padres pronto irán al pueblo y nos traerán otra maestra más. Se detiene el niño en la puerta, sus manitas quieren empujar, y se detiene otra vez, pues la señorita se puede enojar. Al fin, un ademán de impaciencia de los demás lo anima, y así, empujando la puerta, traspone el umbral.

Silencio muy quedo, olor a humo que viene y se va, la vela encendida ya en su base, la cama, la paja, el vestido añil; más allá, los crespos cabellos, los labios de miel, su talle, su vida, todo estaba allí. Los niños se acercan y rodean el lecho, se van disponiendo a quitarse la gorra por veneración, pues está tan bella, tan fresca; sonriente y con la mirada de sus lindos ojos perdida en las vigas, pendientes del nido de algún zorzal. Los niños… quién sabe qué pensarán!. Se han extasiado en ese mirar, y ella, dando una última mirada al candil, empieza a moverse, se sienta, desciende de la cama, camina y se va. Erguida, solemne, belleza sin par se marcha, y todos los niños quieren ir detrás.

*Antonieta Inga (Celendín, 1939). Lingüista,
Catedrática en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Ha colaborado con
artículos de crítica literaria en diversos
periódicos y revistas. También ha publicado
el poemario “Otra Armonía Todo”.