jueves, 28 de febrero de 2008

POESÍA: MANUEL P. SÁNCHEZ ALIAGA

Espina de Maram se enorgullece de publicar dos poemas de nuestro apreciado paisano Manuel Próspero Sánchez Aliaga. Los mismos fueron adjuntados en una carta que él escribiera desde Celendín a Jorge Horna, en octubre de 2006. Manuel finaliza su misiva con estas palabras: “…un par de mis poemas que llevan el agradecimiento de tu modesto amigo, por la sincera calidez que siempre halla en ti. Recíbelos al lado de mi estrecho y palpitante abrazo que ansío permanezca siempre en tu corazón. Con grande afecto. Mime.”

L O A
Eres quizás estrella azul del firmamento
o dorada aurora que alumbra el pensamiento.
Fusión de ambas talvez
o ilusión fugaz.
Nada me orienta a definirte.
Presencia plena,
guía de mi alma,
atino a percibirte
cercana,
distante,
incomprendida,
vaporosa y tangible
por momentos…
Algo sin embargo es cierto:
cuando faltas
todo en mi ser se desvanece,
se marchita,
se aja,
entristece y muere.
Significa entonces, hada
que eres todo.
No ilusión,
nada inalcanzable.
Simplemente constituyes
don divino
llamado Poesía.
Mera inspiración
del hombre que palpita
y trasmite a los demás
su sentimiento.


TENACIDAD
Multicolor variedad de pájaros canoros
ondeando humildes grises plumas
algunas de ellas
hasta encendidos tonos
pasando por los mates, delicados,
a los iridiscentes, tornasolados, metálicos de otras,
cruzan en bandadas o solitarias, errabundas,
en pos de lejanías
vislumbradas en sus sueños.
Desafiando temporales y encontrados vientos
se aventuran atrevidas alcanzar la meta
sugerida por sus ansias.
No importan los mares procelosos
de olas gigantescas
ansiando arrebatar su vuelo.
No se dejan asustar o amilanar
por córneos picos de otras
que tras ellas van perseguidoras
en afán de capturar golosinas tan preciadas.
Surcan desiertos y montañas o tupidas selvas
en pos de encontrar la mies que vigoriza
su supremo esfuerzo.
Y no interesa que en el largo camino
muchas compañeras mueran
si logran coronar ideales sospechados.
Lo fundamental es alcanzarlos
aunque fuese en minúsculo racimo
de estremecidas alas que por fin,
agitadas pero no rendidas,
llegan al jardín ideal cuya existencia
desde antes de nacer presumen.

Esperamos que el poeta Manuel P. Sánchez Aliaga continúe haciendo llegar su interesante producción lírica, que sigue la impronta de Rubén Darío.

sábado, 23 de febrero de 2008

LITERATURA: ¿Paco Yunque o Harry Potter?

Por Mario Peláez Pérez
¡Los libros, siempre los libros!. Sin duda son ellos los íntimos amigos; los únicos con quienes podemos conversar en las profundidades de la conciencia. Y como diría el poeta Washington Delgado, “amistad a cambio de nada”. Pero el libro no es solamente su sensual anatomía, el libro es lectura, que construye una relación dialógica con el argumento, con los personajes, con las hipótesis, las conclusiones y el paisaje. Entonces también el libro es la imaginación; y luego, cual rayo refractario, es escritura.
Consecuentemente la aventura de leer no es únicamente divertimento para endulzar el día, sino nutriente que mejora la calidad de vida.
Desde luego, hablamos de leer un buen libro. De eso se trata en última instancia, y no del “hábito” de la lectura para leer cualquier lectura, cualquier libro. Pues la lectura es un quehacer intelectual que enseña, compromete, sensibiliza: mejora el proceso de humanización. Mucho más necesario en los tiempos del pragmatismo de placenta neoliberal. No siendo así de poco serviría la lectura.
Ahora bien. La saga literaria.. de Harry Potter integrada por siete libros (“La piedra filosofal”, “La cámara secreta”, “El prisionero de Askaban”, “El cáliz de fuego”, “La orden del Fénix”, “El misterio del príncipe” y “Reliquias de la muerte”) ha desperezando a miles de adolescentes, jóvenes y adultos. Aquí en Lima, también las colas para comprar se semejan a las colas de un clásico de fútbol. Y todo indica que “Harry Potter” y las reliquias de la muerte”, libro que pone fin a la saga, congregará pequeñas multitudes...La Editorial “Océano” y la librería “Crisol”, gerentes del marqueteo de Harry Potter, aseguran que el sábado 23 estarán en el Óvalo Gutiérrez lo más granado de la intelectualidad, también los miembros de los clubs de fans ( “La orden del sol”, “Legado Potter”, y “Vispertooth”), con su inocente historia juvenil, seguramente (continua)
La saga Harry Potter no potencia la imaginación ni permite recrear lo que se va leyendo. La mágia y prestidigitación, tan solo asombran, y entonces bloquea la capacidad dialógica. Porque una cosa es la imaginación, la energía mental que despliega, y otra la fantasía, que no genera preguntas, únicamente fascina.
Para que la imaginación mejor se acompañe con la dialéctica, la historia o argumento o hipótesis o intriga debe tener raíces en el medio social, y mejor si les es familiar al niño o joven que lee. Este no es el caso de la saga Harry Potter. En ella –en los 7 libros-no hay un ápice de parecido con el mundo alegórico, simbólico, cultural y subjetivo andino, criollo, afro y amazónico. Podría argumentarse que “Pinocho” de Carlo Callodi, tampoco tiene estos elementos. Falso. El tema que despliega “Pinocho” es terrenal y universal: las mentiras de un niño travieso. Igual sucede con “Alicia en el país de las maravillas” de Mark Twain o el “Mago de Oz” de Frank Boum.
Como sabemos, el “hábito” de la lectura en el Perú es calamitoso, y más penoso a nivel de niños y jóvenes. Entonces considerar que leyendo los libros sobre la mágia de Harry Potter, el “habito” de la lectura mejorará, es francamente equivocado. En todo caso se desarrollará la afición por el ilusionismo, que no tiene nexos con la vida al seno de la historia. Lo que no significa que en la literatura prevalezca lo social sobre lo artístico; y menos desestimar el mundo de la fantasía. Pero primero debe solventarse el soporte infinito de la imaginación.
Proceso distinto es batallar para que nuestros niños y jóvenes se apasionen por la aventura de leer y traben amistad con personajes como Paco Yunque. Narración del mismo nombre de Cesar Vallejo, que responde a la cosmovisión de un niño (de los millones de niños peruanos) que con el empleo de conjunciones causales encarnadas en el POR QUE trata de comprender el mundo en el que vive y cuestionar sus tristezas...
Usted elige, amigo lector: ¿Paco Yunque o Harry Potter? ¿O acaso los dos? Usted tiene la palabra...

domingo, 17 de febrero de 2008

REFLEXIONES: Palabras de amor por la Patria

Por Jorge Horna
Labrar las palabras para elaborar belleza es lo que se denomina Literatura, y de sus géneros: narrativa, dramática, ensayo y la lírica, definir a esta última resulta complicado. Sólo alcanzamos a conmovernos, a despertar ignotos sentimientos, a ver el mundo y la vida de un modo inesperado, cuando un verso o un poema celebra el amor, desentraña nuestras pasiones, sueños y tribulaciones, colorea el aire, la sutilidad del agua o el canto de los pájaros. Muchos poetas también han exaltado con su palabra su ternura al suelo en que nacieron, y lo han hecho indignados y evocando un canto de esperanza y redención, al ver a nuestra patria avasallada por quienes hace centurias detentan el poder. César Vallejo, Mariano Melgar, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Jorge Bacacorzo, Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza, Washington Delgado… transitaron ese peregrinaje.

Desde la fractura de nuestra historia con la invasión hispánica, pasando por la frustración de las etapas posteriores, el Perú aún busca un nuevo derrotero. Y los poetas no han sido ajenos a esta realidad y lo testimonian con sus versos.
Menciono sólo a algunos y poco difundidos: El contumacino (Cajamarca) Mario Florián es su poema Arenga al peruano, de su libro “Canto augural”, nos exhorta :

No te sientas pequeño, hombre común peruano,

peruano de estos días: pregona tu grandeza

delante de tu huésped, delante del foráneo

que llegó de muy lejos a comer en tu mesa

(…)

No te humilles. Despierta. Elévate, peruano.

Erígete. Ya es hora. Revive tu ejercicio

de amansador de Mundos, de Continentes Bravos,

de Forjador de Imperios sobre los precipicios.

(…)

Vindícate en tu tierra… Porque estás en tu tierra

desde las eternidades… Y tu tierra te adora…

¡Exprésate, peruano! ¡Exprésate de nuevo!

¡Sé heroicidad, destino! ¡Levántate! ¡Ya es hora!

Luego, extractos del poemario “Libro de los entuertos” de Juan Cristóbal (Lima, 1941), que “eleva su palabra para dotar de dimensión estética al lenguaje popular mediante la eficacia de su elaboración literaria.”

Perú/ país de mi vida/ y de mis sueños// ¿desde cuándo/ te has convertido/ en una infame/ en una avara/ en una cloaca de tus hijos/ en una lemaculos sin remedio?

(…) ¿O esos jueces corruptos/ que no tienen ni un chico/ pero si roban y chupan/ como salvajes vikingos/ sin subírseles la sangre a la cara?// ¿O quizás/ esos empresarios alcahuetones de siempre/ que sólo ven/ sangre y miseria/ chorreando en sus nombres? (…) Nos hicieron esclavos de sus chanchos/ sirvientes de sus perros/ mucamos de su espanto/ lorchos de sus desgraciadas desgracias/ y para llenarse los bolsillos/ y hacernos cachita desde el aire/ (…) Hasta droga nos trajeron/ estos lameculos de la calle/ estos hijos de la gran perra/ y perradas en la noche// cuántos hijos destruidos/ cuántos niños muriendo por los parques/ cuántos muchachitos tirándose del puente/ cuántos viejitos ahogándose en sus casas/ cuántos pirañitas revolcándose en sus sombras/ cuántas niñas violada en las playas// Y no sólo droga nos trajeron/ también llegaron las salchichas/ los gusanos las hamburguesas/ las siliconas los tragamonedas del carajo/ las computadoras por las huevas/ los celulares traidores de la amante (…) Cubrieron de sangre nuestros huesos/ con petróleo/ los ríos y los sueños/ con minerales y venenos/ la esperanza y las perdices de los cerros/ así/ desaparecieron la rosa de la tierra/ las sombras venerables de los huertos/ las huellas de la casa/ las guirnaldas de los vientos (…) Y escucha bien lo que te digo/ prepara tu regreso/ para volver a encontrarnos en el campo/ y ser lo que fuimos/ y seremos/ antes de dios/ y después de él/ en las amapolas generosas de los niños.

En su libro “Summa Poética”, Julio Nelson (Iquitos, 1943), escribe:

…vámonos

por esta tierra de anhelo, siguiendo

la vereda del venado y la estela del halcón;

olvidando para siempre los reinos de la angustia

y de la muerte.

(…)

¿En dónde residen, en mi país,

los elevados sentimientos? ¿En dónde buscarlos?

En las moradas con techo de tejas rosadas

(…)

Afianza tu determinación en cada aurora,

y que el día te sorprenda en el crepitar de las llamas

de la lucha.

Después de sucesivas jornadas,

curtida la piel, sentiremos,

en el aroma del aire, cada vez más cerca la victoria.

(…)

También desde una cátedra o un buffet puedes

bregar por los oprimidos. ¿Qué de malo hay en reprobar

la miseria y morar cerca del Olivar de San Isidro…?

Jorge Luis Roncal (Lima, 1955) en “Canción de la esperanza”, poetiza:

Así, nuestros actos, nuestras vidas/ grandes, radiantes/ nuestros cuerpos/ dispuestos siempre a confundirse/ entre la multitud que hace la historia/ pues no basta contemplar con inquietud esta miseria/ no es suficiente el sentimiento/ el odio a los culpables, las canciones de protesta/ si las manos se resisten a luchar (…) ¿De qué calma hablaron los hombres del poder?/ ¿a qué tranquilidad se han referido?/ No es tiempo de llorar, decimos/ susurramos esta rabia como versos de amor (…) hasta que el viento del amor/ arranque de raíz la oscuridad/ la mala siembra/ y la ternura florezca en nuestro suelo.

El ancashino Abdón Dextre Henostroza, nos dice en sus poemas del libro “Herido tambor de fuego”:

Perú mío, mientras sin piedad te herían

y a deshoras

manojos de flores negras

en el patio de tu casa dejaban,

dónde estaba yo?, dónde?

(…)

Pero un día, cercano ya,

y cambiados el curso de los malos vientos,

capturaremos intactas auroras

(…)

Cuando retornen al futuro las ilusiones, veremos

Elevarse en reciente verdor, cual tierno maizal,

La hermandad entre los hombres y entonces, solo entonces,

Se derretirán, se extinguirán las angustias.

(…)

Patria mía, no sé que haré

si no me entregas el caudal

de tu canoro idioma.

Patria mía.

¡Oh Patria mía!,

busco tu rostro para reconocer al fin el mío.

Es mi voz duro clamor de antorchas

hace tiempo encendidas.

(…)

Ay Perú Perú

ay patria de nuestros sueños desgarrados devastados

esta cerca la hora de que remontes tu alto vuelo

(…)

Y decimos

ay de aquellos que mancillaron tu preciosa existencia

ay de aquellos que convirtieron tu templo en casa

de mercaderes

Y la hora de tu redención está pronta a cantar como el más bello

gorrión

El gorrión del alba se posará entonces infinito en el clavel

de la vida

oh gorrión del alba

oh esperado compañero del alma.

Lima, 13 de febrero de 2008

viernes, 15 de febrero de 2008

CUENTO: Truhán

Por Alfonso Peláez Bazán

Una brusca y repentina parada de nuestras cabalgaduras nos hace coger de nuevo las olvidadas bridas y mirar al camino: frente nosotros, como algo fantasmagórico, está plantado en medio de la vía un extraño perro.

Imperturbable, proyecta sobre nosotros la luz intensa de los grandes ojos. Con un ritmo acelerado laten todas sus entrañas, y por entre sus colmillos blancos, jadeante sale su roja lengua.

Pardo el color, alto más bien, magro diríase, amplias y las caídas las orejas, fino el hocico, larga y rendida la cola.

Con no sé qué de príncipe o monarca, se sale del camino y espera, displicente, que se le deje libre paso. Nuestras miradas, al pasar junto a él, se hacen reverencia.

De nuevo en el áspero camino, con soberano paso reinicia la fatigosa subida. No nos vuelve mirar, por supuesto; nosotros, en cambio, le seguimos con los ojos hasta que se pierde a la vuelta del primer recodo del camino.

***

-Y no es que Truhán haya salvado de la muerte a su amo o alguna hermosa doncella, como en los relatos cautivantes. Nada de eso. Se trata simplemente de un extraño vagabundo que va y viene de un sitio a otro, sin interesarle ni los hombres ni el calendario... Truhán tiene de gitano, de bohemio, de egipcio, de cíngaro... Qué sé yo..

Arde el camino en llamas incoloras, invisibles... Los gritos de la chicharras, se clavan en nuestras sienes como agujas candentes. De tanto en tanto, un árbol sin hojas alarga su sombra esquelética.

-Truhán-continua Jiafar- se mueve arbitraria y anárquicamente en una brava extensión de más o menos 30,000 kilómetros cuadrados. Si, arbitraria y anárquicamente. Diríase, sin embargo, que tal modalidad- y acepte la paradoja- resulta ser la norma en su eterno deambular. Nada hay, por otro lado, que le haga salirse de los límites que él mismo se marcó: la región está clavada en su ser, y la misma fuerza que lo aleja lo vuelve.

¿Pero, que rumbo llevamos? ¿Y quién es Jiafar? Ciertamente que no os lo había dicho.

Descendemos a un "puerto" del Marañón. Poco importa el nombre. Y Jiafar es un correctísimo joven cajabambino, con quien- por uno de esos bellos azares de la vida, y desde ayer solamente -somos compañeros de viaje.

-En el mapa de sus inquietudes figuran estos nombres: Malcamachay, Cajamarquilla, Jaén, Jecumbuy, la Pauca, Ucuncha, Chorobamba, Leimebamba, Balzas, Celendín, Oxamarca, Cajabamba...

-Y mil lugares más...- le corto a Jiafar su relación de nombres, que pretendía hacerse interminable, para preguntarle enseguida:-¿y de dónde es Truhán? Es decir, ¿de dónde vino?

-Como si doce o catorce años fuesen doce o catorce siglos, nadie, que yo sepa, sabría informarle: igual al de un lejano personaje, el origen de Truhán se pierde en una noche oscura... lo que no quiere decir, desde luego, que dejen de haber ciertas versiones. Según una de ellas, para citar la más difundida, Truhán, bien pequeñito, fue hallado sobre una balsa que las aguas del Marañón acababan de varar en una playa salvaje y solitaria. Versión que tampoco nos dice de dónde vino.

Jiafar enciende un cigarro, y luego de dar una inmensa pitada, continúa:

-Su historia verídica, asequible, arranca del lejano día- lejano en la vida de Truhán- en que llega, sin anuncio de ninguna clase, a la hacienda Huaril. Recuerdan que fue aquel día de vientos huracanados. Pegándose bien a la pared, y con la cola metida entre las piernas, entró a la casa-hacienda. Los primeros en recibirlo, fueron los perros, y ya sabe usted cómo reciben los perros a sus congéneres...

-Tal como haríamos los hombres si no usáramos zapatos, corbata...

-Sanaron pronto las heridas de Truhán, y un buen día, despreciando abrigo y afectos -que ya los tenía hasta entre sus propios hermanos- desapareció como había llegado.

Desde las ramas lustrosas de los pates, nos saludan los quienquienes multicolores y ágiles.

-Al cabo de algunos días, según lo aseguran, llegó el peregrino a la hacienda Choral; y allí la recepción no fue menos violenta y cruel. Un perro enorme, de esos que son lujo y garantía de hacendados, se le fue encima apenas lo vio-. Luego de cogerlo por el lomo, lo tiró hacia arriba. Cuando el pequeño intruso estuvo de regreso en el suelo, todos los otros perros empezaron a darle feroces dentelladas... Dando aterradores gruñidos, se abrió paso el perro fenomenal y cogió otra vez al desventurado... Y esta vez lo tiró más alto... y de nuevo las fieras dentelladas... Un griterío ensordecedor, infernal realzaba la escena.

-Los perros, igual que los hombres, grandes amigos al fin, exasperan su natural ferocidad frente al débil- sigo molestando a Jiafar.

-Y ya estaba Truhán a punto de perecer; mas, en este mundo caprichoso, siempre llega a tiempo un auxilio. Aída, la hija más guapa del hacendado, como una Browing en la mano, impuso la calma...

-Menos mal que siempre y medios eficaces para reducir a unos y a otros...

En Choral, el restablecimiento fue lento. Ello sirvió, sin embargo, para que en el transcurso de las semanas, se le fueran acercando amistosamente todos los perros, incluso "Nerón", el de las fuerzas colosales.

-Problema de costumbre, mi gran amigo.

-Era abundante la comida y fresca del agua. Para cualquier otro perro, allí, en Choral, habría estado su “centro”, no para Truhán, que tiene delante todas las rutas del mundo... y vuelve a partir. No interesaría saber a dónde.

El vientecito acariciador que corre incesantemente por la falda, intercepta a instantes la bronca voz del río.

-Corrido un año más o menos, cayó en Leimebamba. Cuando estuvo frente al cabildo, se le acercaron dos perros y le armaron camorra. Truhán respondió dignamente, pero al cabo de pocos instantes tenía sobre él a todos los perros del lugar. Y se armó la algazara más atronante y enfurecida... Para salvar al "forastero", tuvo que intervenir todo el vecindario: los hombres con sus palos y las mujeres con sus cántaros llenos de agua hirviente... Alguien se llevó a Truhán y le roció bastante kerosene en las heridas. Después de algunos días, ya pudo darse el humilde aunque arriesgado placer de dar su vuelta por las dos o tres calles del lugar.

-En los perros como en los hombres, todo es cuestión de perder el miedo...

-Días más tarde, desapareció sin dejar recado ni huella.

Miro a Jiafar a través del humo de su cigarro. Fuma con igual delectación que conversa.

-El mundo es pequeño, y el de Truhán lo era también. Enseguida de estar en Balzas, Utco, Oxamarca, llega otra vez a Huaril. Habían transcurrido cerca de tres años. Perros y gentes lo reconocieron al instante; y todos le hicieron regocijadas manifestaciones. Comió con sus hermanos en la misma escudilla y tuvo una gran manta para su cama. Cuando el sol entró en la hoyada, Truhán estaba ya a muchas leguas de Huaril.

Hemos llegado a una especie de encañada, y la brisa que viene del lado del río, reanima nuestros cuerpos. Los chiscos, los tordos, los chiroques alegran nuestro paso.

-Truhán va ensanchando su mundo. Alguien de estos lados no encuentra en Celendín. Lo ve nada menos que en la procesión de la Virgen del Carmen, patrona de lugar; ahí va confundido entre la multitud devota... Al otro día lo vuelve a ver en la plaza de toros- la Feliciana- metiendo el hocico en la barrera... El cuatro de octubre del mismo año hace su aparición en Cajabamba. Quien lo vio asegura que Truhán miraba el desfile de los "diablos" desde el campanario de la iglesia.

Cuando ha cesado el canto dulce y amoroso de la torcaz que está en lo más alto de frondoso cedro, continúa mi interlocutor:

-Truhán se ha hecho grande del todo, y parece ser que fija la demarcación de su patria. Y desde entonces a la fecha, arbitraria y anárquicamente, muévese sin tregua dentro de los límites de aquella. Truhán disfruta de todos los climas: sabe de las noches calurosas y lujuriantes de los temples; de las tibias y sedantes de las quichuas, y sabe, por igual, de las noches largas, muertas de las jalcas. Cien veces estuvo en las raumas de Malcamachay y Huanabamba; otras tantas, en las moliendas de el Limón y Púsac; y estuvo también en las famosas trillas de la Pauca y Uchumarca.

Jiafar pone en sus palabras toda la emoción de su alma. Jiafar está convertido en un raro exégeta.

-Cuando Truhán llega a un lugar- hacienda, aldea o ciudad-, pronto se ve rodeado de todos los perros. También se le acercan los niños, aunque con ciertos recelos. Como perro que ha sangrado mucho, Truhán efectúa un rápido reconocimiento; después de lo cual, se sienta sobre las patas traseras y hace como si contara raras aventuras... todos los le miran a los ojos, como queriendo a ver en sus cansadas pupilas otras tierras y otros cielos... una perra flaca amonesta a sus cachorros para que estén quietos y en silencio... un perro enseña los colmillos a unos niños que intentan acercarse demasiado... De repente, Truhán tira las patas delanteras, y sobre la derecha o la izquierda, blandamente apoyada la testa... Se dispersa la concurrencia... Los niños se dicen algo al oído. Y ahí queda truhán con su infinita desolación

Sobre el verde cocal, las putillas y los soldaditos derrochan sus colores y ternuras... Mirando la fuga emocionada de las volutas de humo, Jiafar termina:

-No se sabe, por lo demás que busca Truhán; pues a veces da la sensación de estar buscando algo. El ha visto infinidad de caras por los mil caminos de su "patria", y cuando en la vía encuéntrase con alguien ya sabe usted que hace y como lo hace...

Estamos ya en la orilla del río. La balsa está lista. Al otro lado, nuestras rutas se separan: Jiafar tomará para Cajabamba y yo para Celendín

***

Tres meses después, me llega una carta encantadora. Es de Jiafar y está casi íntegramente dedicada a Truhán.

"¿Recuerda usted de Truhán? Si no lo ha olvidado es bien seguro que le interese saber de su última andanza.

“Aquella vez que usted y yo lo encontramos- ¿sabe? -Iba Truhán camino de la muerte... camino de la muerte... tal la frase justa, gráfica en este caso. El camino fue su vida”.

"Aquel día, a punto que estaba de vencer la cuesta, le salió al paso un puma hambriento. Parece ser que Truhán defendióse con bravura, pero de nada le valieron ya todas sus fuerzas".

"Y esta vez el auxilio llegó tarde. Un repuntero alcanzó a oír los aullidos y fuése a todo correr hacia el escenario salvaje de la lucha. Disparó su escopeta y huyó la fiera".

"Cuando el repuntero llegó hasta Truhán, éste desangrábase mortalmente. Minutos después, echó sobre sus hombros el cadáver y tomó camino a su querencia, y junto a su choza abrió un hoyo profundo para Truhán".

martes, 12 de febrero de 2008

CRÍTICA: Los cuentos de Alfredo Pita

Publicamos un texto del profesor Dámaso Vicente Blanco, de la Universidad de Valladolid, España, acerca de nuestro escritor Alfredo Pita. Fue publicado en enero de 2008 en la revista especializada Wayra, N° 6, editada en Uppsala, Suecia, por nuestro compatriota Carlos Arroyo Reyes (Nota de la Redacción).

ACOMPAÑANDO A LAS VÍCTIMAS
Sobre los cuentos de Morituri, de Alfredo Pita

Por Dámaso Vicente Blanco

Con toda seguridad, cualquiera puede preguntarse qué hace un español, profesor de Derecho, presentando en el Perú a un escritor peruano, aún cuando se trate de un escritor transterrado, residente en Europa (según una larga tradición latinoamericana y peruana, que ya experimentó el Inca Garcilaso). Permítanme que se lo cuente... Como lector español, con viajes recurrentes al Perú, es cierto, que un día me topé con un libro sorprendente en los estantes de un librero de viejo en Salamanca, y encontré en él las más claras constantes de una literatura, la peruana, en la que yo me había zambullido apasionadamente, desde hacía un buen número de años, buscando las claves de un país que había conseguido atraparme.

Un lector español cualquiera que se adentrase en este libro de relatos de Alfredo Pita estaría en el quicio de una puerta que le conduciría a un mundo que (generalmente) sólo conoce a medias. En su interior está toda una tradición literaria del siglo XX y aún más atrás, particularmente narrativa, que no es para él totalmente ignorada. Si el más popular en España de los narradores peruanos de las últimas décadas es el representante del boom latinoamericano, Mario Vargas Llosa, y para el lector/consumidor español es también sobradamente familiar otro Alfredo, el gozoso Bryce Echenique, resultan menos habituales otros escritores que deberían ser imprescindibles en cualquier panorámica de la literatura en castellano del siglo XX, y que al quedar fuera del fenómeno mercantil del boom, no son de general conocimiento. Así, están muy presentes en la narrativa de Pita un maestro del relato como Julio Ramón Ribeyro (que, aunque presente en nuestro país desde los años setenta, no vio publicados en España sus cuentos completos hasta 1994), o José María Arguedas, el mayor representante de la literatura indigenista (autor de un texto cumbre de la literatura en castellano como es Los ríos profundos), y único escritor peruano al que Vargas Llosa ha reconocido en maestría[1]. Quedan finalmente por mencionar Ciro Alegría y Manuel Scorza, ambos en la tradición indigenista, presente aún el primero en las librerías españolas, como un clásico, injustamente olvidado el segundo tras el infausto accidente aéreo de Madrid que provocó su desaparición en 1983.

Pero quizás sea necesario nombrar también desde el Inca Garcilaso (y aún desde Cieza de León), toda la escritura peruana en castellano; el recreador de la vida criolla, y del Virreinato, que fue Ricardo Palma; Valdelomar como predecesor del indigenismo; la fundamental aportación al análisis de la historia, la sociedad y la cultura del Perú, que hizo José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana; y la traducción de la tradición en vanguardia de César Vallejo. E incluso nombres que poco o nada dicen a un español medio, como López Albújar o Basadre, y que son fundamentales en la comprensión de la cultura del Perú. Un universo literario, social y espiritual. Enraizado en tiempo y espacio, y en la memoria colectiva.

Alfredo Pita nació al norte del Perú, en Celendín, en 1948. Trabaja en París para la Agencia France Presse y tiene editada en España una novela, El cazador ausente (Seix Barral, 2000), por la que recibió el Premio “Las Dos Orillas”, concedido en Gijón en 1999, en el marco del Salón del libro iberoamericano, que conlleva también la publicación en seis idiomas distintos por sendas editoriales europeas.

Pita es heredero de la mejor narrativa peruana, y en lo que al relato se refiere, en este libro pueden encontrarse verdaderas joyas a la altura de los relatos del más turbador Ribeyro (su clásico e implacable Los gallinazos sin plumas, el tremendamente limeño Terra incógnita, o el sugerente Silvio en el Rosedal) o de los delicadísimos relatos de Bryce en sus inicios (los conocidos Dos indios, Yo soy el rey) o de Arguedas (un texto arguediano tan tierno y reivindicativo como Agua, u otro tan escalofriante como El sueño del pongo). En cuanto a la posición del escritor en el mundo, en la literatura peruana hay una tradición elogiable de escritores alejados de todo star sistem, una de cuyas expresiones más claras estuvo probablemente en la actitud de Arguedas en el conflicto que tuvo con Cortázar. Las lógicas inseguridades vitales y políticas del peruano (que le llevarían hasta el suicidio) contrastaban con la infalibilidad pontificia de la gauche divine encarnada en el argentino[2]. También los diarios de Ribeyro son, comenzando por su título, La tentación del fracaso, una muestra de la completa ausencia de presuntuosidad, de impostura y de las falsas humildades tan comunes por mis lares castellanos.

Alfredo Pita tiene esa actitud vital del único modo posible, con la naturalidad de quien experimenta la literatura como la vida, y no como una pole position en la carrera del espectáculo. Como explica en un texto que lleva por título ¿Por qué escribo? que se encuentra en la red:

“Escribo porque, de todas las actividades que puedo realizar en forma más o menos correcta, es la única que me ayuda a encontrarme conmigo mismo, a explorar y utilizar una voz que, ambiciosa y humanamente, quisiera que sea mía, propia. Escribo también porque a veces tengo la enorme ilusión, digo bien la ilusión, de que tengo algo que decir sobre la vida, la gente y las cosas, así como la grandísima pretensión de que, además de las ganas, tengo los medios para hacerlo”.

Escribir para explicarse el mundo, para dejar constancia de la memoria y de la experiencia. No para huir, ni para construirse un artificio de distracción, ni para verse en blanco y negro o en color en las páginas de los diarios.

La maravilla narrativa que es Morituri, en la asombrosa edición francesa (Ecla - Correcaminos, París, 1990), con impresión en Barcelona, yacía en el verano de 2000 en un anaquel de una librería de viejo de la Rúa Mayor de Salamanca, entre Cien años de soledad, El señor presidente y Pedro Páramo. En las librerías de nuevo de todo el país Alfredo Pita hacía su entrada triunfal con El cazador ausente, y los suplementos literarios de la prensa española saludaban la aparición del nuevo descubrimiento. Mi mirada cayó sobre el lomo de un libro que, blanco sobre violeta, transcribía el nombre que terminaba de aprender: Alfredo Pita / MORITURI.

Las dos citas presentes de dos autores peruanos sobradamente mencionados, Arguedas y Ribeyro, ganaron desde el principio mi complicidad. Los relatos de Morituri me trasladaron a un Perú para mí reconocible, no por los nombres geográficos, sino por la sociedad y la tipología humana que se pasea por ellos. Me recordaron Lima, pero también Huacho, Tarma, La Oroya, incluso el Cuzco, La Merced o San Ramón (pero no los de los turistas)... y me asombró identificar una literatura expresamente heredera de una tradición que conocía. A Ribeyro no sólo me recordaba algún relato, que también, sino una técnica narrativa implacable, que hace que cuando se espera una salida un poco dichosa o airosa para el personaje, el único desenlace verosímil sea un horror mayor. Es, a mi juicio, un libro con ecos clásicos, y no por el título. Hay mucho Ribeyro en la ternura hacia las víctimas, que siempre cargan con su suerte ceniza. Sin tregua, todo acaba y acabará mal. ¿Quién regala un poco de dicha a los miserables? Sólo queda compartir su desazón, mostrándola en toda su exacta crudeza. Sin atemperar ni edulcorar su sufrimiento, pero también sin exagerarlo. No hay concesiones. Ningún voluntarismo ideológico, ninguna vulgarización periodística, ninguna obscenidad de las emociones, basta con hacerse vulnerable y tener la sensibilidad suficiente como para convertirse en eco de su experiencia. Eso sí, en las antípodas de la compasión, pues ésta no es más que puro sentimentalismo. Así lo hace Pita. La memoria es un acto de redención, la memoria de las víctimas, y la única redención posible, el único acto de justicia histórica, como señalara Walter Benjamin, es mostrar el mundo, el pasado, la historia, desde la perspectiva de las víctimas:

“Los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento. (...) Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín” (W. Benjamin, Tesis de filosofía de la historia).

No se hallará en Morituri ninguna empatía con el vencedor. Son, siempre, “los que van a morir” que nos saludan. Es la terribilidad de un mundo que los convierte en cenizos, en gente con la peor suerte posible. Si algo puede pasar, sucederá. Sin contemplaciones, sin respiro. Se opta por los que lo pasan mal, y ello exige que no pueda terminarse por escribir para regalar el estómago a los lectores (aunque sea un estómago ávido de gore o de melodramas). Todo acaba mal porque hay mucha gente para la que siempre es así. Lo contrario es un lenitivo a la conciencia.

Alfredo Pita habla, como posición cívica, frecuentemente de solidaridad, de su solidaridad con los que sufren, motivada por la experiencia de su país, “donde la humanidad sufre más que goza”, y por un ambiente familiar de compromiso, con un padre intelectual y militante perseguido durante algún tiempo. Solidaridad. Utiliza el término en su sentido más consistente y firme, casi antiguo. Solidaridad. Hoy el vocablo está de saldo en los baratillos de la ética, y aún de la política. Una palabra que, a fuerza de ser manipulada por los políticos, ha cambiado de significado. La solidaridad aquí ha terminado por ser un simple sinónimo de la caridad. Pita se resiste y retoma los términos en su significación más sagrada, lejos de las nuevas edulcoraciones.

“Por algo Perú se escribe con P de purgatorio”, dice en ocasiones Pita cuando reflexiona sobre su país. Lleva años fuera de él, pero no ha dejado de estar presente, especialmente en los momentos difíciles. Escribe de vez en vez en la revista Caretas, que ha sido una voz disonante durante el autoritario fujimorato, denunciando los abusos, las violaciones de Derechos humanos y las connivencias de sectores sociales y académicos con las tropelías del régimen (como la retirada del Perú de la Corte Interamericana de Derechos Humanos). Allí publicó Pita su “Carta abierta al Presidente del Perú. La alternativa a la masacre es la mesa de un diálogo honroso”, en febrero de 1997. En ella advertía del riesgo de masacre con que podía concluir la toma de la residencia del embajador japonés en Lima por un comando del MRTA, encabezado por Néstor Cerpa Cartolini, iniciada en diciembre de 1996, y de las consecuencias que tendría seguir la espiral de violencia por el Estado. Lo veía venir. Utilizó su conciencia cívica para nombrar lo innombrable (el terrorismo de Estado: la Cantuta), en un momento de incertidumbre y confusión, en abierto contraste a la tradición criolla que manda adaptarse a las circunstancias y callar. Una tradición que ha convertido el cambio de chaqueta en verdadero arte social, sin parangón en el mundo (algunos de los que apoyaron a Vargas Llosa en el 90 habían sido previamente pro Alan García, y luego fueron el núcleo del fujimorismo). Y Pita, para su desgracia, no se equivocó. El desenlace llegó con la consigna de que ninguno de los emerretistas quedara vivo. Hubo masacre. Pero Fujimori lo tomó como un éxito, y prueba de su eficacia. El ciclo de la violencia seguía abierto.

Su novela El cazador ausente es un ajuste de cuentas con el pasado, con el propio y con el de su protagonista, Arturo Pereda (A. P.). En ella está presente como un eje certero la idea de redención, de compromiso moral por recuperar la memoria de las víctimas, de todas las víctimas, también de las víctimas propias que la izquierda ha causado en su, por paradójico que parezca, maximización de recursos. La cohesión de grupo por encima de las diferencias. La instrumentalización de todo lo que estuviera a mano, el beneficio privado travestido de interés general, el culto a la personalidad. Una tradición de desengaños, una tradición de disidentes. No es casual que, en la Presentación de la novela, Luis Sepúlveda cite un nombre tan representativo como el del poeta salvadoreño Roque Dalton, que fue asesinado por su propio grupo guerrillero: el Ejército Revolucionario del Pueblo, comandado por Joaquín Villalobos. Como refería J. Habermas, al evocar las revoluciones de la modernidad:

“La revolución se ha solidificado ella misma en tradición: 1815, 1830, 1848, 1871, 1917, constituyen las cesuras de una historia de luchas revolucionarias, pero también de una historia de desengaños. La revolución libera sus propios disidentes que ya no se rebelan contra otra cosa que contra la revolución misma. Esta dinámica autodestructiva tiene también sus raíces en una concepción del progreso, que Walter Benjamin se encargó de poner en la picota, concepción del progreso que se apunta al futuro sin guardar memoria de las víctimas de las generaciones pasadas”[3].

Y aquí está otra de las claves de la narrativa de Alfredo Pita, la conciencia moral (que no moralista) con que observa la violencia, la “banalidad del mal” que dijera Hanna Arendt, convertida en trivial compañía cotidiana; la consciencia de sus consecuencias, de la bilis que deja a su paso, impregnándolo todo; del rastro de sangre imposible de borrar. La sombra del Aneto es al respecto un relato implacable que muestra la ductilidad de la mirada de Pita, dispuesta a escrutar los acontecimientos que ve como próximos desde su experiencia de la violencia peruana. Aún cuando esto le lleve a enfrentarse a la violencia de España, la del País Vasco, la de ETA. Su perspectiva es la opuesta de la reivindicación del “tiro fijo”, y de todas las violencias políticas habidas y por haber, la antítesis del culto ritual de la sangre disfrazado de emancipación.

De nuevo, Pita engarza con su tradición: el realismo y la violencia. En narrativa, la aproximación de Manuel Scorza a la violencia en el Perú, en su ciclo de los años setenta La guerra silenciosa (Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles, y La tumba del relámpago). Y en todo caso, la conciencia cultural del hecho violento que muestran por ejemplo ensayos como el de Hugo Salazar del Alcázar, Teatro y violencia. Una aproximación al teatro peruano de los 80 [4]. El ciclo novelístico al que pertenece El cazador ausente (El tiempo señalado) promete ser precisamente una reflexión sobre la reciente violencia en el Perú, que arranca en los años setenta/ochenta y llega hasta nuestros días.

De que Alfredo Pita es un narrador excepcional dan cuenta estos magníficos relatos, y no tiene sentido que un intruso, a modo de prólogo, anticipe su contenido. Mi experiencia peruana —estuve en el país durante meses, en varias ocasiones, desde comienzos de los 90— ha sido relativamente breve, pero reiterada e intensa, tanto en las aulas de la Pontificia Universidad Católica, como en las calles y rutas de su geografía, y en una vida cotidiana que, en medio de sus contrastes, me dio su caluroso cobijo. Esto me ha convertido, creo, en un atento seguidor de aquellos narradores peruanos que reflejan con lucidez una sociedad convulsa y contradictoria. Pero, hoy, los relatos de este libro están en sus manos, amable lector, para ser leídos, y no para la exégesis del prologuista. Su único infortunio ha sido permanecer en una edición poco transitable. Fui un lector accidental, y me honra presentárselos. Habrá un día en que se hablará de Flor de Azalea, de Ciguanaba, de Como millones de Luciérnagas, de Morituri, en fin, como obras clave de la literatura peruana, y aún de la literatura en castellano. Tienen tanta vida como los autobuses limeños, donde la gente vuelve de noche agotada a su casa, con una fatiga milenaria y una vitalidad ya desconocidas en nuestra sociedad europea y acomodada. Saboree su esencia, tienen un poso de siglos.

© Dámaso Vicente Blanco
Universidad de Valladolid (España)


[1] Véase su nada popular, pero revelador estudio La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, donde Vargas Llosa busca saldar cuentas con sus fantasmas peruanos, colocado definitivamente del lado limeño y occidental de la sima que divide la sociedad y el universo cultural del Perú.

[2] Véanse los números dedicados a Arguedas por la revista española Athropos (José María Arguedas. Indigenismo y mestizaje cultural como crisis contemporánea hispanoamericana, nº 128, enero, 1992) y por Suplementos.Materiales de trabajo intelectual, de la misma revista Athropos (José María Arguedas. Una recuperación indigenista del mundo peruano. Una perspectiva de la creación latinoamericana, nº 31, marzo, 1992). Y también la edición crítica de su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, por Eve-Marie Fell, Colección Archivos nº 14, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1990.

[3] Jürgen HABERMAS, Facticidad y validez, Trotta, Madrid, 1998.

[4] Centro de Documentación y Vídeo Teatral / Jaime Campodónico Editor, Lima, 1990.

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lunes, 11 de febrero de 2008

CRONICAS: La prodigiosidad de los sueños

Por considerarlo de sumo interés y dada la calidad intelectual de nuestro paisano Mario Peláez Pérez, a partir de la fecha vamos a publicar algunos de sus artículos aparecidos en CRONICA VIVA, órgano de la Asociación Nacional de Periodistas (Nota de la redacción).

La prodigiosidad de los sueños

Por Mario Peláez Pérez

Así como cada libro, sea científico o de narrativa, tiene su propia e intima motivación y desarrollo, y sus r aíces en la realidad, aún cuando luego en nada se parezca a ella, y hasta la niegue, una columna periodística también tiene su propia histor ia. A veces el contenido y la motivación aparecen e n el momento menos pensado. Tal como ha sucedido con el tema que hoy nos ocupa: los su eños. De esos guiones etéreos saturados de metafísica que deambula buscando escenarios y personajes, aprovechando qu e nuestra conciencia está dormida.

Sepelio de infante, Celendín 1935 - Foto cortesía del Prof. Javier Chávez Silva.

No hay evento más complicado y sombrío que dar cuenta del fallecimiento de un ser querido, familiar o amigo. Y mucho más lóbrego resulta la infausta noticia cuando llega por teléfono a las doce de la noche. Terrible. Hasta el timbrado del teléfono parece advertido... Disculpa la hora –nos dice una voz temblorosa- pero era necesario avisarte que Dionisio acaba de morir. Ustedes dos fueron amigos y compañeros de carpeta en el colegio, allá en Celendín.

De inmediato fui al Hospital del Empleado, pero fue en vano. Tampoco pude verlo al día siguiente en el velatorio. Su familia había decidido que se le recordase con los vigores del deportista toda la vida, como el hincha apasionado del Muni, como el disciplinado arquitecto de siempre. Me apenó no verlo por una última vez (que escalofriante resulta la expresión “última vez”) a quien habíamos consideramos incapaz de morir...

En tales circunstancias la conciencia se carga de culpas : por qué no le visité antes, por qué no fui a celebrar su santo, por qué, por qué. Seguramente, quienes creen en el más allá, en Dios, este tipo de penas no son tan lacerantes, pues queda a pie firme la convicción de que luego se verán en los predios del cielo, o por último en el infierno... El problema es con nosotros los agnósticos.

Pero de pronto, dos días después, dos noche después, me reencuentro con Dionisio en las profundidades de un sereno sueño. Y lo extraordinario es que nos vimos, sonreímos y conversamos, con nuestras caras juveniles.

¡Cómo no reconocer entonces la prodigiosidad y generosidad de los sueños! Suprema instancia que certifica la derrota de la muerte...

domingo, 10 de febrero de 2008

POESÍA: Oscar Zevallos Marín

DEL FONDO DEL BAÚL

Por Jorge A. Chávez Silva, “Charro”

Hurgando en el baúl de los recuerdos, la frase, aunque suene cursi, tiene algo de cierto, es verdad que el baúl ya no es el viejo arcón familiar que guardaba las cartas, esquelas, recuerdos de comuniones, misas de difuntos, lazos de landarutos, cabos de año, etc., la Biblia familiar con anotaciones de nacimientos entre versículos y por supuesto, las viejas fotografías, ajadas por el tiempo, que hablaban con elocuencia de los tiempos idos, en que todos los habitantes de la ciudad parecían gozar del tiempo del mundo; hoy, el tal baúl es virtual y se esconde en los vericuetos y discos de una PC.
Hurgando entre estos discos nos hemos topado con esta fotografía tomada frente al taller de Martín Sánchez (Juacha) alguna tarde calurosa de los años 60. El jirón Ayacucho aún conserva la acequia de desagüe, característica del Celendín de entonces y en ella se distingue a estos alegres muchachos, la mayoría de ellos del antiguo barrio de “Las Lagunas”, como se le llamaba al ahora rebautizado huachafamente “residencial San Isidro”.
Con el poeta Jorge Horna Chávez hemos tenido siempre la inquietud de ubicar alguna fotografía de nuestro poeta Oscar Zevallos Marín, el recordado “Push” y he aquí, que donde menos se piensa, salta la liebre y podemos presentarles esta primicia antigua en la que aparece justamente el poeta, primero de los de la izquierda en cuclillas y de paso, como regalo de fin de carnaval, les regalamos de yapa un poema de su inspirada y romántica pluma.

Figuran en la fotografía, de izquierda a derecha en cuclillas: Oscar Zevallos Marín, el “Coche” Peralta, Martín Sánchez, Zenón Chávez Zegarra, Humberto Velásquez García y …Díaz. De pie: Luis Silva Pereyra, Erasmo Pereyra Silva, Héctor Delgado Díaz, Homero Velásquez Díaz, (¿?) Horacio Chávez Díaz y Edilberto Carrión Muñoz.

ANHELOS

Quisiera mecerme en la rama de tu talle

con delirios de pasión y coloquio

Sepultarme para siempre en los enigmas de tu silencio

como una mística plegaria al borde de tu alma fervorosa

Ser la luz, que es arco iris en la red de tus pestañas

aleluyas de las sombras de la tarde

donde el lirio blanco de mis lejanos poemas reflejan

su nostalgia de ausencia en vigilia consagrada

Quisiera raptar el matiz de la alborada

vestirte con encajes del traje crepuscular.

Anhelo estar misteriosamente en la bruma de tu mirar,

allá en los celajes donde siembras espigas áureas en mi pensamiento

Quisiera estar contigo, hasta en el aire que respiras

con aromas de quietud amorosa en tu candoroso recogimiento

Ser la declinación de tus noches de insomnio

en donde se escucha el gemido de una pena rasguñando tu corazón

Anhelo enjugar mi pesadumbre dulcemente

conmovido en el oscuro profundo de tu calvario

Columpiarme en delirios con dulzura de pasión

en el edén geográfico de tu alma

jueves, 7 de febrero de 2008

CARTA ABIERTA: Silencio - Sala de Lectura

A manera de carta al Alcalde municipal

Por Jorge Horna
En la simpática plaza principal de Celendín está el local municipal, cuyas oficinas se han ampliado y ocupan los ambientes de lo que antes fue el mercado de abastos. Todo se ha modernizado: intercomunicadores automáticos, computadoras con impresoras veloces, faxes y teléfonos.
Lo que todavía no ha merecido –administración tras administración- una adecuada atención es el aspecto educativo y cultural que es de incumbencia edil, porque para eso existe presupuesto asignado a la Gerencia municipal de Educación, Cultura y Deportes.
La Biblioteca municipal ubicada en un lugar impropio, cuya puerta da a la calle a merced del ruido de vehículos y el bullicio de los transeúntes. La reducida sala con deficiente iluminación y mobiliario; la inexistencia de un auténtico fichero bibliográfico, configuran un descuido total. Además, en ese mismo ambiente se ha instalado cabinas de Internet.
En esas condiciones no habrá lector que retorne a consultar textos, a investigar asuntos, o simplemente a darse el gusto de leer. Para colmo algunas personas de escasa formación concurren a la sala para conversar con el consentimiento de los empleados que atienden, quienes a simple vista no han sido capacitados –ni mínimamente- para tan delicada misión.
Así se trata a la Biblioteca. Esta calamidad ahuyenta al cada vez más reducido grupo de potenciales lectores y lectoras.
Desde estas páginas de Celendín Pueblo Mágico una invocación que la asumimos como exigencia: la biblioteca debería estar ubicada en un lugar aislado, dotarla de buen mobiliario, asignar personal que por lo menos sean dinámicos animadores de la lectura, elaborar un reglamento, confección de un fichero bibliográfico tanto por autores como por títulos, evitar hurtos y deterioros de los libros, y propiciar silencio, mucho silencio. Quien ama a los libros, ama el alma de los pueblos.

Lima, febrero de 2008

domingo, 3 de febrero de 2008

POESIA: Oscar Zevallos Marín


RETORNOS

Pregunto

Cómo están mis calles

Dónde están sus recodos

Celendín,

Dónde vive la calma

Dónde está la casa materna

Ya muy lejos de mis ojos

Dónde está la amistad

Nuestra infancia, juventud

Voy de tumbo en tumbo

Más allá de la ultratumba

Muy cerca de esta mesa solitaria

Doblo el codo pensativo

Cerca de mis manos metafóricas

Luego llegan

Una infinidad de voces y saludos

Ya muy cerca de mi aldea

Soledad

Y en el añorado parque

Corazón

Después voy en audaz vuelo

Más fugaz que el viento

Camino y retorno

Exploro rutas y

Auroras silvestres.

He quedado muy exhausto,

Entonces… ya no viajo

Va cayendo la luz lunar

En eclipse

Arrullo un recuerdo

En una esquina monumental

Ya me quedo, Celendín, no viajo

Ya es tarde

Amaneció la vida

Muy tierna, traviesa y bohemia

Canta mi silabario

En plenitud heroica

Celendín, Celendín