martes, 18 de marzo de 2008

PERSONAJES: Alfonso Peláez Bazán

HOMENAJE: En el presente artículo hay, más allá de una muestra ejemplar de ternura y cariño filiales, una semblanza y una aproximación a la filosofía vital de un gran escritor peruano, de un personaje valioso para la intelectualidad celendina en el contexto de la literatura y la cultura. (N. de la R.)


ALFONSO PELÁEZ BAZÁN

Por Luis Alberto Peláez Pérez
Murió humilde y silenciosamente, como había vivido, con dignidad, sin aferrarse a la vida, llevándose tan sólo la imborrable imagen de su tierra querida, junto al amor de todos sus hijos.

Don Alfonso Peláez Bazán - tercero de los que están de pie, de izquierda a derecha- junto con la plana de profesores del Colegio Celendín, en 1938 (Foto cortesía del profesor Rubil Escalante García).

Quienes hayan leído con detenimiento ese hermoso e inigualable cuento que ha perennizado su nombre en la literatura latinoamericana –QUERENCIA-, deben de haber descubierto que su autor se retrató en el personaje central del relato, el humilde y pertinaz “mohíno” de don Juan Chalcahuana, el “ínclito volvedor”.
Sus alumnos le recuerdan con afecto y admiración. Él les enseñó con el ejemplo dos actitudes humanas sencillas: amar al terruño y vivir con humildad. Y les enseñó que conquistar la humildad y vivir conforme a ella, es uno de los más grandes logros del hombre y tal vez el mejor camino en pos de la belleza.
No recuerdo a mi padre buscando un estatus que le diera holgura material, tampoco envidiando los éxitos de los demás, menos simulando una condición de la que careciera. Era verdaderamente, en el más exacto y elevado sentido de la expresión, un artista excepcional, un ilustre humilde.
Esa condición humana, asumida con convicción de su trascendencia, también le llevó a humanizar, a convertir en personajes humanos de su narrativa a los animales, colocándolos al centro de un mundo bucólico reflejo de ese otro que él había escogido en reemplazo de las urbes esplendorosas que otro celendino, Armando Bazán, gemelo espiritual suyo, escogió para realizarse como escritor.
Y así, el burro “Mohíno”, “Truhán” y el “Toro Bayo” –un burro querencioso, un perro inconforme y vagabundo y un toro “paradigma de una eglógica heroicidad”- se convierten en tres expresiones de su propia dimensión esencial.
Muchos se preguntan: ¿cómo puede este destacado hombre de letras, escritor de prestigio internacional, resignarse a vivir en pueblo pequeño, demasiado quedo y sencillo? ¿Quedarse a vivir en él haciendo las cosas más comunes y hasta tribales y mundanas : caminar incansablemente, libro bajo el brazo, por los caminos de su campiña sin par; sentarse en su plaza principal, horas y horas sin hacer nada visible, dejando viajar a su espíritu por lontananza; jugar noches enteras a las cartas con las gentes más sencillas pero más humanas de su pueblo; dialogar intensamente con personajes extraños o desvalidos, mirándoles a los ojos; seguir de cerca la travesía humana y espiritual de sus jóvenes alumnos; criticar aceradamente la incuria y la insensibilidad de algunas autoridades pueblerinas…?
A esas personas que así se interrogaban, yo puedo decirles que leyendo sus cuentos y narraciones encontrarán la respuesta a su inquietud. Podrán, por ejemplo, descubrir que el escritor es el más esforzado y sufrido trabajador del espíritu en su empeño por crear la belleza.
Sólo viviendo así se podía producir un cuento como QUERENCIA, que ha dado la vuelta al mundo y figura en las más exigentes antologías de la narrativa de habla castellana, con traducciones en varios idiomas; pues en ese cuento el escritor volcó toda su filosofía de vida, su arte y su amor.
El mohíno, “el ínclito volvedor” de la choza de don Juan Chalcahuana, es nada menos que el mismísimo creador que sólo se aleja transitoriamente del terruño amado y retorna a él porfiadamente atraído por la fuerza telúrica, el paisaje, las gentes que conocía, sus costumbres, su modo de vivir… Nada hay que se le pueda apartar definitivamente de esa suerte de paraíso que descubrió para dar entorno y sustento a su vida y a su estro narrativo.
Como el “mohíno” de su cuento QUERENCIA, nunca dejó que le apartaran de Celendín y murió en él queda, tranquila y humildemente. Sin duda, el día que alguien se decida a escribir la historia de este pueblo, reconocerá en el malogrado escritor al personaje más auténtico y representativo de Celendín.
Esta semblanza aconsejada por el amor filial, tal vez no sería completa si olvidara recordar uno de sus gestos característicos, en el aula o en la calle: el deliberado desaliño de su cabellera, desaliño promovido intencionadamente y a despecho de quienes le observaran; el desaliño que perenniza un gesto contrario a la formalidad habitual de las gentes; un gesto que no era otra cosa que una forma sencilla pero simbólica de protesta contra la fatua formalidad. La sensibilidad de sus alumnos lo había descubierto y consideran hasta ahora ese gesto como un símbolo de insondable personalidad.
He recordado en estas líneas, con amor y gratitud, a mi padre y maestro de vida.

(Tomado de “El Trotamundos”, revista de la Asociación Celendina, No.4. Lima 1996)

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