martes, 17 de abril de 2007

ENTREVISTA: ALFREDO PITA

Por Jorge A. Chávez Silva, Charro
Narrador, poeta y periodista celendino, nacido en 1948. Autor de los libros de cuentos Y de pronto anochece (1987) y Morituri (1991), y del poemario Sandalias del viento (1995), Alfredo Pita, que reside en París desde 1984, publicó en los años 90 la novela El cazador ausente, un libro que suscitó gran expectativa en el mundo literario peruano por el tema (el compromiso político, la violencia irracional, la traición y sus secuelas) y por la forma con que el autor elaboró su trama, utilizando algunos recursos de la novela policial, pero incorporando la reflexión histórica y humana, todo envuelto en un lenguaje propio, preciso, y a la vez complejo y lírico, cargado de matices.

Alfredo Pita

Los méritos de esta obra, sorprendente en el panorama peruano de los 90, se vieron confirmados en 1999, cuando El cazador ausente gana, en España, el Premio Internacional de Novela "Las Dos Orillas", otorgado por el Salón Iberoamericano del Libro (Gijón). El libro fue de inmediato traducido a cinco idiomas y publicado en seis países europeos por importantes casas editoras, convirtiéndose en el primer libro peruano post "boom" que rompía el muro de indiferencia que hasta entonces había, en España y en Europa, hacia los nuevos escritores de nuestro país. Es justo decir entonces que, además de novedoso por su contenido, también fue pionero en cuanto a su difusión, pues es la novela peruana de su generación traducida a más idiomas.
El libro ha sido elogiado en el extranjero. En el suplemento Babelia del diario El País, de Madrid, el crítico Miguel García Posada, uno de los más respetados de la prensa española actual, escribió que El cazador ausente era «la amplificación de dos mitos: en primer lugar, y sobre todo, el mito de Ulises, el mito del viajero que regresa a su tierra nativa; en segundo término, el mito edípico, esto es, la investigación de la verdad a cualquier precio».
Por su lado, en el prólogo para las ediciones española, italiana y portuguesa del libro, el famoso novelista chileno Luis Sepúlveda señaló: "Pero, y en esto radica la grandeza de esta novela, El cazador ausente no es una nostálgica mirada a días perdidos, sino un recuento para entender mejor qué ocurrió con nosotros y con nuestro mundo. La sana ironía -nunca sarcasmo-, que permite el distanciamiento de los hechos contados en el argumento, nos permite revivir aquellos que fueron o ingenuos o demasiado generosos ideales de humanidad, pero que nos marcaron con un sello indeleble: el que nos obliga a perseverar en una ética, aunque muchos digan que no es más que una justificación de los perdedores".
Como podemos ver, estamos ante una novela mayor, un libro que los seudocríticos mafiosos y los "hacedores de listas y recuentos" que controlan y manipulan la prensa "cultural" y literaria de la vieja Lima
, sospechosamente, intentan disminuir o escamotear.

Nuestro escritor ha sido galardonado con los siguientes premios:

- Premio al Poeta Joven (casa de la Cultura de Chiclayo, 1966)
- Premio de Cuento de la revista Caretas (Lima, 1986 y 1991)
- Premio Internacional de Novela Las Dos Orillas, Salón Iberoamericano del Libro (Gijón, España, 1999).

Sobre su oficio de escritor y sobre su novela tratan las siguientes preguntas que Alfredo Pita ha aceptado respondernos.


LAS RAZONES DEL CAZADOR

Se ha dicho que “El cazador ausente” es la primera novela de la "postmodernidad" en el Perú.
AP: El término no es confortable para mí, no lo manejo muy bien, sin embargo me arriesgo: pienso que si alguien la ha calificado así es porque se trata de una novela profundamente peruana en cuanto a sus personajes y situaciones, pero que a la vez no vacila en romper fronteras, no sólo en cuanto a la forma literaria, sino también en la medida que saca al exterior, al extranjero, a sus personajes y a las situaciones que viven. De este modo alude a los dramas que
que ya por entonces vivían tantos peruanos que habían dejado el país, obligados por la curiosidad intelectual (los menos) o por las dramáticas circunstancias del Perú (los más). Estos últimos son hoy por hoy 2 millones y medio de personas. ¡Un 10% de nuestra población se ha autoexilado...!

En tu caso, ¿cuáles fueron las razones para irte?
AP: Diría que lo que me empujó fue la conciencia de que afuera podría hacer algo en el campo creativo; que en el Perú, vistas mis circunstancias, estaba condenado como escritor, y no sólo por las limitaciones y la mediocridad del medio. Dejé el país en 1983 por mi propia voluntad, sobre todo obligado por un difícil momento personal que tenían que ver con el estado de salud de mi mujer, que había estado muy grave. Tenía que ver por ella, por mis hijos y, a la vez, intentar hacer algo con mi vocación. A comienzos de los 80, en el Perú, había empezado la "revelación", digámoslo así, de la gran crisis nacional. Esta "revelación", sangrienta y oprobiosa, a mí no me sorprendió demasiado. Por mi trabajo periodístico y por mi formación, que tuvo un fuerte componente político, sabía que todo eso podía ocurrir, pero a la vez, por sus ribetes feroces y su irracionalidad, todo eso me rebasó. Estaba con un drama personal y familiar a cuestas y, a la vez, el Perú se convertía ante mis ojos en un campo desolado, en un país de muerte. En ese momento decidí salir para ver por los míos y para intentar escribir.

En aquel periodo tú estuviste en Ayacucho, como periodista de Marka. Cuéntanos algo de tu experiencia.
AP: Esa experiencia fue importante en el proceso de mis decisiones. Desde su fundación, por un conglomerado de partidos y grupos, precursor de Izquierda Unida, yo trabajé en El Diario de Marka, un periódico que se pretendía de izquierda y que tenía, en sus orígenes, una vocación unitaria. Fui a Ayacucho como enviado especial después de la masacre de los periodistas, en Uchuraccay, donde murieron dos amigos míos: Eduardo de la Piniella y Pedro Sánchez. Me enviaron para cubrir los aspectos consecutivos a la masacre, pero también para investigar las muertes que los periodistas habían ido a indagar cuando fueron asesinados. Pasé unas semanas intensas en contacto con la muerte. Veía gente ejecutada (aparentemente por Sendero) cada día. Trabajé intensamente con gente que sería asesinada después por los escuadrones militares (como fue el caso de mi amigo Luis Morales). Por mi trabajo e indagaciones incluso me amenazaron. Todos los periodistas que estábamos en Ayacucho en aquellos días trabajábamos en una atmósfera algo alucinada. Tomábamos desayuno, cada mañana, sabiendo que al final de la jornada tendríamos historias que contar pero un solo tema: la muerte. Ayacucho, que quiere decir "rincón de los muertos" no sólo era una buena metáfora de sí mismo sino, en nuestra conciencia, se iba convirtiendo en una buena metáfora del país. Nos había tomado más de siglo y medio hacer una sociedad humana y evolucionada y ése era el resultado, ese infierno en medio de la belleza del paisaje, ese caos hecho de gritos, dolor, protesta en lenguas ignoradas y despreciadas, y sangre, cada vez más sangre. En Lima, mi mujer convalecía de una operación al cerebro y mis hijos pequeños me esperaban. Fue cuando tomé la decisión de partir. Fue un mediodía, en el cementerio de Huanta. Lo recuerdo como si lo hubiera vivido ayer. Hacía mucho calor y nos rodeaba (estaba con mi amigo Jaime Urrutia) ese silencio que sólo existe en la sierra, que hace posible que escuches ecos distantes, ruidos lejanísimos. De pronto, en medio de esa atmósfera alucinada, lo vuelvo a decir, nos llegó, como envuelto en una nube invisible, un olor intenso y dulzón, el olor de la muerte. En ese momento entró en el cementerio un grupo de campesinos sumamente pobres llevando en una malas angarillas un cadáver para enterrar. Se trataba del cuerpo de un hombre asesinado por su esposa. Los campesinos lo habían traído desde su pueblo, caminando durante dos días, para poder presentar el cadáver a las autoridades de Huanta. Esta puntillosa civilidad me llamó la atención y nos la explicaron en castellano difícil. Lo que querían era evitarle al ejército o a la policía el tener que ir hasta su comunidad para las averiguaciones del caso. Ellos sabían que la presencia de los militares en su pueblo atraería luego la de Sendero. Querían evitar caer en el vórtice del torbellino. Ellos sabían hacia dónde llevaba toda esa locura. Esa escena de silencio, ese olor, fueron reveladores para mí. Fue como un eclipse interior que a la vez me llenó de lucidez. Me di cuenta que poco podía hacer para solucionar la crisis peruana, pero que podía hablar de todo eso y de otras cosas, pero que para ello debía asumir mi vocación de escritor.

También se ha dicho que su novela es testimonial. ¿Es autobiográfica?
AP: Es difícil de explicar, es de algún modo testimonial, pero de ninguna manera autobiográfica, pese a que se nutre, como casi todo lo que cuentan los escritores, de la experiencia, de la vida vivida. El corolario de aquella visión en el cementerio de Huanta, de esa revelación un tanto obvia que me hizo comparar al país con un cementerio, cayó por su propio peso. Me di cuenta que todos los peruanos, de algún modo, éramos responsables de ese clima de muerte en que nos estábamos hundiendo. Unos más que otros, por supuesto, las élites más que nadie, y desde el comienzo mismo de nuestra historia. Pero también estaba la responsabilidad de esa otras élites que no eran ricas en dinero pero sí en ideas. También había responsabilidad, y sobre todo irresponsabilidad, de ese lado. Tomar conciencia de todo eso fue traumatizante. En los primeros tiempos en el Diario de Marka prevalecía en el ambiente del periódico un sentimiento de solidaridad. Sin embargo, poco a poco se empezó a privilegiar los intereses personales o de grupo antes que los de la mayoría de los peruanos por los que supuestamente luchábamos. Era muy curioso, los generosos podían ser muy mezquinos, los idealistas muy taimados. Estaba claro que nosotros no éramos la solución sino también parte del problema y que un trabajo de introspección y análisis se imponía. Supongo que ese fue uno de los motores que empujó la redacción de la novela.

Para una indagación mayor sobre cómo Alfredo Pita ve el mundo, su mundo, se puede consultar la siguiente entrevista: Ciberayllu.

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