lunes, 18 de mayo de 2009

CUENTO: Alfonso Peláez Bazán

Don Alfonso Peláez Bazán fue un maestro en el arte de pintar situaciones con ese fraseo típico de nuestra tierra, tan propio, tan confidencial y tan entendible. Así mismo, ponía de manifiesto las lacras que aún azotan a nuestra idiosincrasia: el machismo, la paternidad irresponsable y el alcoholismo, con todos los prejuicios y perjuicios que estos males conllevan, así como las supersticiones ancestrales que persisten en el alma celendina (NdlR).

TRES CARAS
Por Alfonso Peláez Bazán
Aquella mañana, Susi Gómez tuvo que arrimarse a la pared y quedarse quietecita, con los ojos cerrados para no caer al suelo. De repente, acababa de sentir una cosa horrible. Algo así como un vértigo que bruscamente le paralizara todo su ser y rodara éste por el vacío. Instintivamente se aferró a la ventana de reja que tenía a su lado.
Un transeúnte que en ese instante pasaba por ahí y se sorprendiera de la palidez mortal de Susi, se detuvo para auxiliarla.
Cuando todo había pasado, Susi dio las gracias a su accidental protector y siguió caminando con dirección al mercado del pueblo.
Y llegó ahí sin ninguna otra novedad.
-¡Ah, maldiciada!... mis ojos no me engañan… ya estás con la “pepita” adentro… y qué otra cosa puede ser lo que te acaba de pasar… Uf… tantas crías he tenido yo…-le dijo doña Rudecinda a Susi, al tiempo redespacharle las verduras que le había indicado.
-Ujú… eso debe ser, doña Rude… pero me mato será… tan cerca está el Marañón… de cabeza me tiro… por Dios, doña Rude…
-No te aconsejaría eso, muchacha loca. Estás muy joven para hacer eso… ¡Jesús!... claro que te compadezco… porque las primerizas… ni acordarme quisiera… pídele nomás a Dios que te ayude.
-Gracias, doña Rude. Pero no sé francamente cómo acabará esto… Me voy, que ya me he hecho tarde.
Cuando Susi estaba ya a muchos pasos del puesto de doña Rude, ésta la llamó a grandes voces.
-¡Susi!... ¡Susi!... ¡Ven!... ¡Ven!...
Susi volvió rápidamente.
-…¿Y dime, maldiciada, de quién es eso que llevas ya en la barriga?...
-…Para o que me llama, doña Rude… qué graciosa doña Rude… ¿De quién?... de… bueno, mejor se lo digo mañana ¿Bueno, doña Rude?... me voy, me voy…
Y ahí quedó doña Rude con la cabeza todo revuelta. Una serie de nombres le daba vueltas y más vueltas. Ella sabía de todos los hombres que frecuentaban el negocio de Susi. “¿Del fulano?...” “¿Del sutano?...” “¿Del mengano?...” Recordó también la primera aventura amorosa de Susi, hacía de eso poco más o menos tres años, con el hijo del ricacho Isidro Zgarra. El mozo huyó a la costa. Y fue una suerte que no le dejara un hijo…”¿Pero, ahora, de quién será?...”
-Dona Rude, por favor, en qué está pensando?... despácheme pronto, doña Rude…
-…Ah, de veras… ¿Cuánto dijiste?...
Pasaron muchos minutos antes de que doña Rude pudiera verse libre de la gran intriga que le había despertado Susi. De rato en rato, sin embargo, se preguntaba: “¿Pero, quién le hizo la perrada?”.
Por su parte, Susi, camino a su casa, llevaba en la cabeza, como un clavo candente, la sencilla y natural pregunta de doña Rude: “¿De quién es, maldiciada, lo que llevas adentro?...” Por la calle sentía a instantes que le flaqueaban las piernas y que el pensamiento se le nublaba.
Ya en su casa, con las manos puestas en la afiebrada frente y los codos apoyados sobre el mostrador de su pequeña cantina, en la calle “Lagunas”, Susi se repetía amargamente: “Desgraciada de mí. ¿Cómo lo podré saber ahora?...” Ciertamente, por el momento, al menos, sólo Dios, si es que todo lo ve- podría saberlo. En forma y circunstancias muy raras. Susi había dispensado sus favores a tres hombre. No podía, pues, saber de ninguna manera de cuál de ellos era el ser que ya había empezado a agitarse en sus entrañas.
Primero fue Jorge Echegaray. Una noche se quedó solo en la cantinita de Susi y le dijo a ésta tantas cosas que acabó por convencerla. Los favores fueron tan bien dispensados, que Jorge Echegaray prometió a Susi volver en pocos días. Pero al otro día nomás le cayó un primo suyo que acababa de llegar de Lima. Y los requerimientos del primo Eduardo fueron tan apasionados que ella no tuvo fuerzas para resistir. Todos los resortes sentimentales fueron movidos por aquél. Los dulces recuerdos de la infancia, por ejemplo, fueron de gran efecto. Tres días después, como si hubiese habido una cita del diablo, don Calixto Cobarrubias –el mejor cliente de Susi-, tomando el camino más firme y corto, sitió a la infeliz y la rindió poniendo en sus manos un billete de QUINIENTOS SOLES .
En cuatro días escasos, Susi, se hizo, pues, de tres compromisos que a lo largo de quince días lo supo mantener libremente.
“Maldiciada, ¿de quién es lo que llevas en la barriga?...” Ahí delante de sus ojos está doña Rude, con su cara mofletuda y sus anchas caderas. “¿De quién?...”, se preguntaba angustiada.
Por la tarde se puso muy extraña. Tan extraña se puso que todos sus clientes le preguntaban: “¿Qué te pasa, Susi?...”
Porque ella era siempre alegre y decidora, Y para todos la respuesta era: “Nada”.
Por la noche se sintió afiebrada y una y mil veces le dio vueltas a la cabeza la pregunta de doña Rude: “Maldiciada ¿de quién es lo que llevas ahí adentro?...” Y se daba vueltas en la cama, preguntándose desesperadamente “¿De quién?... ¿de quién, Dios mío?...” Y las tres caras estaban fijas en su mente.
El esta psíquico de Susi era terrible, indudablemente. Llegará a tener un hijo y ell a no sabría si era de Jorge, de Eduardo o de don Calixto. ¿Cómo poder achacar a ninguno de los tres si ya en el barrio habían empezado a circular picantes comentarios sobre sus relaciones amorosas? Ya no le era posible señalar a nadie. Nacería, pues, el hijo de Susi sin padre conocido.
De pronto, en medio de su desesperación, tuvo un pensamiento que la consoló un tanto. “Se parecerá a uno de los tres… Tendré al menos el consuelo de decir a mi hijo quién es su padre…” Y se volvió a entregar a la desesperación. “Pero –oh, Dios mío- ninguno lo aceptará como hijo… Y yo no tendré derecho para exigir nada…” Y en su afiebrada mente estaba fijas las imágenes de Jorge, de Eduardo y de don Calixto…
La fatiga la rindió al fin y se quedó dormida. Pero al fiebre y los nervios la hicieron soñar horrores. Un monstruo raro que le arrancaba las entrañas… Un lago de sangre… Una hoguera que la convertía en cenizas…

El río Marañón, escenario de las historias de Alfonso Peláez Bazán.

* * *
Al otro día, cuando despertó, Susi era una verdadera desdicha: estaba pálida, ojerosa, desencajada y lánguida.
Muy temprano estuvo a visitarla doña Rude.
-¿Santo Dios, qué cara tienes!... Si pareces desenterrada…-le dijo apenas la vio.
-Cómo no, doña Rude… Fiebre, insomnio, sueños horribles…
Luego, confidencialmente. Susi le contó toda su desgracia a doña Rude. Absolutamente toda.
-Tonta… no te desesperes… Si hay remedio… Ya verás… Unos días y quedas libre…
-¿De veras, doña Rude?...
-Claro, claro… UHF… A mí que me dirás…
-Ay, doña Rude, usted es como mi propia madre... Usted no me abandonará… ¿Verdad, doña Rude?...
-Ni me lo preguntes, muchacha. Cómo nos queríamos con tu madre…
Susi se sintió bastante alentada con las frases de doña Rude.
Y luego de indicarle algún remedio casero para el sueño, se despidió doña Rude.
Por la noche, Susi volvió a tener sueños horribles. Vio a los tres hombres en las más diversas figuras. A veces eran extrañas serpientes que la estrangulaban despiadadamente.

II
Veinte días después llegó doña Rude a la casa de Susi portando en el seno un frasco que contenía un líquido verdoso.
-Mira, aquí está ya…
Susi, abrió enormes los ojos.
-… Eso sí, tienes que tomarlo todo… Cuidado, maldiciada, con botar al suelo ni una gota…
-Así fuera más, doña Rude… -respondió Susi resueltamente.
-Ni más ni menos tiene que ser, muchacha. Ya sabes.
A poco no más que se retiró dona Rude, Susi se bebió hasta la última gota el contenido del frasco. Presa de gran desasosiego contaba los minutos.
Y en vano esperó hora tras hora. Ningún dolor. Ni siquiera una sensación extraña.
Cuando por la noche llegó doña Rude a ver a Susi, se sorprendió de encontrarla perfectamente bien, sin ninguna novedad.
-¿Pero lo tomaste, mujer?
-Claro que sí, doña Rude…
-¿Y cómo entonces?... Quien sabe, condenada, no lo tomaste todo…
-Sin dejar una gota, doña Rude… No sé…
Doña Rude se quedó pensando unos segundos. Luego habló:
-Entonces la criatura se agarra… Porque cuando se agarran estos diablos no hay cristo que los desprenda… A ver, veremos si con otra toma…
-Confío en usted, doña Rude… No me abandone… Usted es como mi madre.
Doña Rude se despidió de Susi, ofreciéndole estar de vuelta en tres días más.

* * *
Y como le ofreció lo hizo.
-A ver, criatura… -entró diciendo doña Rude. –Ahora te voy a ver yo misma…
Y acto seguido, Susi se bebió la segunda toma.
-Verás ahora… Estas hierbas nunca me han fallado…
Durante tres horas, Susi cumplía las indicaciones que le hacía doña Rude: caminaba, se hacía masajes en el vientre, etc. Pero todo fue en vano. Ningún síntoma de desprendimiento. Al fin todo acabó con ligeros ardores al estómago y un fuerte dolor de cabeza.
-…Esto sí que no tiene remedio, chinita… Se agarra como un gato… como si fuera cría del diablo… Pero no te desesperes Puede ser que más adelante se suelte un poco…
Y luego de indicarle alguna yerba para el ardor de estómago y unos parches para el dolor de cabeza, doña Rude despidiese ya avanzada la noche.

* * *
Hasta sentir fatiga y desesperación, Susi se preguntaba: “¿De quién?...” “¿De quién?...” Y con automatismo cruel, desfilaban por su mente atormentada los tres rostros… Don Calixto… Jorge… Eduardo…
Y en su desesperación renovaba enérgicamente su decisión de arrojar el pedazo de su ser. “Sí, mil veces seré una asesina… pero no quiero la vergüenza y el dolor de no saber decir el nombre de mi hijo… Qué horror… Y pensar que es de alguien… de uno de los tres… Qué vergüenza la mía… Sí, seré asesina… Y sentía odio por los hombres. “Malditos!... Puercos…”.
Con su pensamiento recorría todos los meses restantes de gestación y al fin veía nacer a su hijo, con un insoportable grito de dolor y de protesta en su débil garganta. “¿Pero de quién, Dios mío? ¿De quién?...” Se estremecía todo su ser y palidecía mortalmente. “Qué horror!... Yo no lo podré mirar… No lo podré mirar porque lo estoy queriendo matar…”.
Así, torturándose en tal forma, pasó el resto de la noche.
El día la encontró con profundas ojeras.

* * *
Más adelante hubo un tercer intento de ahogar injustamente esa vida en botón. Doña Rude empleó un nuevo brebaje. Pero todo fue en vano, como las veces anteriores.
-Lo parirás nomás, maldiciada… Ya sabes que cuando esos grajos se prenden de veras, no hay forma de sacarlos… Al menos nosotras las viejas no sabemos que haya otras formas… Que debe haber o lo dudes. Pero es mejor que te avengas a tu suerte. Ya lo has visto, yo harto he querido…
Susi se echó a llorar inconsoladamente.

III
Y fueron pasando los meses. Para nadie era ya un secreto el estado de Susi. Y en su negocio, todos los parroquianos se creían con derecho a fastidiarla de mil maneras. Pero ella tenía que sufrir pacientemente hasta las más pesadas bromas, en guarda de su negocio.
Pero había tres hombres que no podían evadirse de la seriedad del caso, por más que aparentasen lo contrario. Cada uno por lo menos tenía necesariamente que admitir la posibilidad de que fuera hijo suyo. “Bien pudiera ser mío… La duda nadie nos la podrá quitar”.
A solas con Susi, la actitud de cada uno de ellos era bien distinta.
Jorge le decía impúdicamente:
-Por supuesto que no vas a decir que el hijo es mío porque fui el primero… el primero de la temporada…
Y su primo Eduardo se expresaba así:
-Supongo que no tendrán pensado echarme a mí la culpa, sólo por ser primo tuyo…
Y don Calixto:
-Comprenderás que no deseo ser el elegido por ti, simplemente porque me costó caro…
Susi no hacía sino llorar amargamente.

* * *
Y nueve lunas pasaron rápidamente.
Un día sintió fuertes dolores en el vientre. Había llegado la hora terrible.
Buena y solícita como siempre, estuvo desde el primer momento doña Rude.
-…Ahora veremos qué uñas tenía este diablo… Cómo se agarró…
Y Susi se retorcía lastimosamente sobre el lecho. Doña Rude sudaba copiosamente.
-¡Jesús, como se agarra!... Como sino quisiera venir a este mundo… ¡Jesús!...
Al oírla hablar así a doña Rude, Susi exclamaba con todas sus fuerzas:
-…¡Sí, Dios mío, mátanos a los dos!... ¡Te lo pido, Dios mío!... A los dos… A los dos…
Pero nada de eso iba a ocurrir. Ni tampoco el niño tendría uñas de gato. Agitando pies y manos y lanzando fuertes gritos, vino al mundo un varón que en nada se diferenciaba de los otros.
Susi quedó desmayada. Doña Rude cuidó del recién nacido.
Al cabo de cierto tiempo, Susi volvió en sí y pidió ver a su hijo.
-…Sí, doña Rude, quiero verlo… ¿Cómo es?
Doña Rude ya tenía envuelto al hijo de Susi.
-Aquí lo tienes, maldiciada… Verás que hermoso es…
Pero Susi se volvió para el lado de la pared, exclamando:
-…¡No, no quiero verlo!... ¡Yo quise matarlo!... ¡Horror!...
Doña Rude acostó al niño junto a la madre.
-…Cuidado lo aplastes, maldiciada… Yo volveré mañana…
Susi no respondió nada. Parecía estar desmayada de nuevo.

* * *
Susi abrió los ojos y se encontró con la oscuridad. Sintió un miedo extraño. Extendió la mano y encontró a su hijo. Se le aclaró entonces el entendimiento. “A ver ahora, porquería, cómo vas a llamarte… ¿Qué nombre vas a tener?... Porquería…”.
Y en el fondo de su ser empezó a revolverse, como una rara serpiente, la idea de matar al hijo. “Sí, tú no debes vivir… Para que seas un gusano sin nombre, mejor es matarte…”.
De pronto, sin embargo, se quedó horrorizada de sus pensamientos y se incorporó violentamente sobre el lecho. “No, no, Dios mío… Dame fuerzas… Yo criaré a mi hijo… Y será lindo… Pero, Dios mío ¿qué nombre tendrá?... Bueno, un nombre cualquiera… ¿qué importa eso?... Pero será lindo Y miraré bien adentro de sus ojos para saber quién es el padre?...”.
Finalmente, se quedó profundamente dormida.

Balseros surcando el río Marañón. Foto cortesía de Luis B. Jiménez Araujo.

* * *
Al otro día, Susi ya tuvo fuerzas para alzar al hijo en sus brazos y mirarlo largamente. “Aun no es tiempo de saberlo… La luz y el agua aclararán luego tus ojos…”.
Aquel mismo día, doña Rude le enseñó una canción de cuna que empezaba así: “Duerme, duerme, niño…”

* * *
Seis días pasaron como seis segundos.
Está ya lista el agua para el último baño que doña Rude dará al niño. En lo sucesivo, ya podrá hacerlo Susi.
-…¡Jesús!... ¿Qué veo, maldiciada?... ¡Jesús y María!... –exclamó doña Rude mirando fijamente al niño.
-…¡Jesús!
Doña Rude siguió mirando al niño
-…Sí, es don Calixto… Fíjate, condenada…
-… ¡A ver!... –exclamó Susi, con la más grande ansiedad.
Doña Rude le alcanzó el bebé.
-…No,… No, doña Rude… No es a don Calixto… Más bien… Espérese… Ah, no sé qué le veo a Eduardo… No sé…
Luego bañaron al niño y lo acostaron
-… ¡Ay, Dios mío!... Mírelo ahora, doña Rude,… Pero fíjese bien… Ahí está Jorge… Un aire… No sé qué…
-… A ver… A ver… -dijo doña Rude llevando al niño en sus brazos y poniéndolo un poco a la luz. –Ah… no… Míralo bien… para mí que está la cara de don Calixto…
Susi recibió al niño y lo miró de costado.
-…Ah… ¿cómo?... Ahora sí que lo descubrí… Es Eduardo… Es Eduardo… Mire… Mire, doña Rude…
Esta se acercó sorprendida.
-…¿Qué?... A ver ¡Jesús!... ¡De veras, condenada!
Y doña Rude tomó en brazos al bebé
-… No… No… Míralo de este lado… Dios mío, qué lío… No sé… No sé… Don Calixto… Eduardo… Jorge…
Susi volvió a recibir al niño y cerrando los ojos lo acomodó en su regazo. “Duerme, duerme, niño”…

* * *
Por la noche Susi soñó que vagaba por los cielos infinitos en pos de una estrella blanca, buena, que le hiciera conocer la verdad.

V
Aceleradamente han pasado los meses
Hace ya un tiempo que el hijo de Susi tiene u nombre: Leandro. Y en cuanto al apellido, Susi sigue ignorando el apellido que se le ocurrió dar al que fue a hacer asentar la partida de nacimiento.
Leandro ya sostiene por sí solo la cabecita sobre los hombros. Ya está lo que las gentes llaman shutupa.
Cuando las chicas del barrio se reúnen en la tienda de Susi, se pasan el niño unas a otras y cada cual, un poco indiscretamente, lo mira ya de frente, ya de perfil… Y todas quisieran hablar con libertad… Pero sólo pueden decir: “¡Qué hermoso!” “¡Qué lindo!”. La verdad, sin embargo, es que habrían querido exclamar: “¡Qué raro!”.
En la calle de desataban.
-Bueno, Isabel, tú que dices?...
-Francamente, no te lo sabría decir, Consuelo… Eduardo, Jorge… Calixto… ¿Y tú, Rosaura?...
-Yo tampoco podría asegurarlo... Es muy raro...
Y en la mente de las gentes se fue formando un rostro extraño.

* * *
A solas, Jorge lde decía a Susi:
-Por lo pronto, como ves, yo quedo descartado… Mira cómo se parece a don Calixto… Sus ojos… No sé qué… También podría ser que a Eduardo… Un cierto aire…
Y Eduardo a su vez:
-Ahora estoy ya fuera de dudas en lo que hace a mí… Qué parecerse a jorge… Y a ratos también se le halla parecido a don Calixto.
Y don Calixto:
-Te felicito… Pues ahí está el retrato de Jorge… Aunque a veces, por cierto, se le encuentra no sé qué a Eduardo… Lo que es de este tu pobre viejo, nada… Harto quisiera encontrarle… Tal vez el tiempo aclare las cosas.

VI
Pero el niño siguió creciendo igual. Una extraña y odiosa verdad se iba haciendo cada vez más patente. De acuerdo a la luz, a la posición del rostro, al sitio, se le encontraba parecido, en una curiosa y cruel alternativa, tanto a Jorge, como a Eduardo y a don Calixto…
El sufrimiento de Susi llegó a su colmo.
-…Esta vida ya no la soporto, doña Rude… ¿Se da usted cuenta de lo que significa todo esto?
-Como no, hija… Pero que le vas a hacer… La voluntad de Dios habrá sido…
-Pues la voluntad de Dios será que traguen las aguas del Marañón, doña Rude… No voy a preferir volverme loca…

"... Todos los pasajeros pasaban a pie por el viejo puente "Chacanto". Foto cortesía de Luis B. Jimenez Araujo.

-¡Jesús!... ¿Qué estás hablando, condenada?
Susi empezó a llorar inconsolablemente.
-… Así… llora más bien….
Y doña Rude se volvió a su casa pensando en la desgracia de Susi, la hija de su querida amiga Rosenda.

* * *
Pero el destino de Susi estaba trazado de antemano.
-Vecinita, le encargo mi puerta… Mi hijo se queda dormidito…
-Con todo gusto, Susi. Que te vaya bien.
Y Susi se embarcó con dirección a Balzas en el carro del “Chacarero”.
Al atardecer, todos los pasajeros del carro del “Chacarero” pasaban a pie por el viejo puente “Chacanto”
Susi se quedó atrás de todos.
Alguien volvió la vista y vio a Susi contemplando las aguas del río… Pero nada se le ocurrió pensar.
Cuando todo estaba envuelto en sombras, se escuchó este diálogo entre los viajeros:
-¿Y Susi?...
-De veras
-¿Dónde se quedó?
-¿No pasó junto con todos el puente?...
-No… se quedó un poco atrás…
-Yo la vi parada en medio puente…
-¡Jesús! ¿No le habrá pasado algo?...
Minutos después se conocía la verdad. Desde las ramas de un naranjo, unos muchachos vieron a Susi arrojándose desde el barandal del puente “Chacanto”

* * *
Conocida que fue la desgracia en Celendín, doña Rude se llevó a su casa a Leandro. Y nada ni nadie se opuso a que el niño se quedara a vivir con ella.
Y Leandro siguió creciendo igual: con tres expresiones distintas en el rostro y un remoquete para toda su vida: “TRES CARAS”.




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