domingo, 30 de agosto de 2009

POESÍA: Una poeta shilica y del mundo

LA POESÍA DE ANTONIETA INGA DEL CUADRO
Por Jorge Horna Tay
Lima

Publicado en la revista Jelij, No. 10. Órgano Informativo de PARTA-56. Lima, 2004.

Releyendo lo publicado en revistas surgió mi interés por la palabra de la celendina, ex docente sanmarquina, Antonieta Inga del Cuadro, a quien no conocía personalmente. Cuando la visité lo primero que hizo fue alcanzarme algunos textos de su producción poética; conversamos sobre ésta y otros temas y me cuenta que el infatigable editor Francisco Carrillo tenía el propósito de seleccionar sus poemas para editarlos en libro; pero su deceso súbito truncó el proyecto. Sólo llegó a publicar un hermoso conjunto en la revista Haraui que él dirigía. También Antonieta colaboró con artículos especializados sobre Lingüística y Crítica Literaria en las desaparecidas Oiga y La Prensa.

Antonieta Inga del Cuadro

Ella es una mujer sencilla y muy amable, su fragilidad se traduce en fortaleza cuando refleja su sensibilidad en sus poemas. Le comento que su poesía es como un silencio que convoca multitudes… Se entusiasma y me reitera con la conversación su gusto por el manejo verbal. Quedamos volver a platicar otro día y me ofrece conseguir toda su producción.

Ha pasado buen tiempo, y los avatares de lo cotidiano no han hecho posible que Antonieta haya recuperado sus textos. Abrigo la esperanza que pronto lo consiga. A pesar de eso ella sonríe y con el trasfondo de las célebres tonadas, dice: “…me apasioné por la Lingüística, la Literatura y la docencia, Salí de mi tierra y me hice poeta.” Sonríe. Deja al viento su amor a la vida.

Felizmente tengo a la vista Haraui, Jelij y Trotamundos. A partir de esta dispersión, que sólo es una muestra, pretendo aproximarme y apreciar su poesía.

Sus versos que fueron publicados en revistas a partir de 1983, rebasan su ser –nuestro ser- con secretas metáforas e imágenes extraídas del aire, el agua y su corazón. Hasta en el reproche es noble y lo hace de un modo hermoso:

Quiero decirte…

que no se toca una puerta

para emprender la huida,

que no se hecha la semilla

para pisar la planta,

que no se tiende la mano

para mostrar la espalda.

Desde su horizontalidad nos muestra su gran humanidad que alcanza al amor filial, ausculta la vida; su gratitud se hace palpable cuando admirada dice dirigiéndose a su madre:

A pura sonrisa te abriste paso/ entre las mil olas…/ múltiple buscadora de vida, / las estrellas no te bastan/ los años no te conocen/ la ternura no te entiende…/ ¡La gran ausente/ por estarse distribuida/ en todos los rincones!

Y continúa indetenible con su emoción a cuestas buscando explicaciones en los más recónditos espacios vitales:

Conoces los huracanes/ y te asustas con la brisa…/ perla y lágrima/ ola entre las olas/ pétalo entre rosas/ no resistes el rocío.

Las veces que rememora a su padre lo hace con una filosofía tan elemental que alcanza a medir transcursos, la madurez que procura evitar excesos:

Mis palabras tendrán que ponerse/ añosas/ para poder visitar/ tus heredades…/ De ti no se puede hablar/ Sólo escuchar que te nombran/ todas las cosas del mundo.

A su vez decide la poeta abrir y retomar el camino trazado en el seno familiar y evoca y se adhiere a la veneración por tanto cariño recibido:

Viajan mis ojos/ por tu vena escondida/ y descubro tu mano/ que toco/ Y descubro tu mano/ que es la mía.

Su inmensa ternura se extiende, además, a la tierra que la vio nacer y crecer, asume la añoranza alejada de remilgos de tristeza o pesimismo y lanza sus convicciones hacia una posibilidad esencial y latente.

Lo que permanece impregnado en la retinas de la poeta desde la niñez se vuelve belleza, una tangibilidad telúrica engarzada con la musicalidad y el ritmo de la palabra decantada, labrada; cobija el paisaje inconmensurable en sensitivos versos:

Querida lejanía, hasta ti/ se extiende la vida/ Hasta donde tú estás/ alcanza la esperanza. (…) Cómo estarán los eucaliptos de mi tierra/ por entre qué hojas volará la tierra amada/ Cómo estarán los sauces/ con sus lágrimas bebidas por el río

Luego, nos deslumbra:

Tengo la pequeña ilusión/ de que los árboles nos sigan/ con su pedazo de cielo.

Y volviendo al silencio, ese espacio que sólo, los seres sensibles perciben y que pugnan por compartir con los demás, Antonieta Inga hace de él un recinto de comprensión del mundo y de la vida, porque en el concierto melódico poblado de voces tenues al que nos convoca, surgen las pausas a trasluz para que la poeta prosiga con su palabra hecha transparencia. La síntesis, la concreción de lo vivido:

¿Quién no tiene empeñado/ su minuto preñado de aconteceres? (…) Por ti en ti mismo/ Por tu vivir a solas./ Por nuestro vivir/ contra el viento. (…) Aquí en tu silenciar/ empieza el griterío/ de todas las aguas/ (…) Eso de quedarse con el pan/ en la mano/ con la luz en la palabra/ con el silencio en los ojos!

He allí la trascendencia y la sencillez del trabajo literario de Antonieta Inga del Cuadro, de su abundante labor que no he tenido la dicha de ver en su totalidad. Una de las formalidades es que sus poemas están numerados, y en los pocos materiales con los que he pretendido erigir esta celebración, uno de ellos tiene el número 187.

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