sábado, 19 de julio de 2008

CRÓNICA: Una visita al pueblo

PAGINAS DE BITÁCORA
Por Jorge Horna
En el mes de febrero de 2004 retorné a mi tierra con el deseo incontenible de columbrar su verdor, de mirarme cara a cara con el alma y los ademanes naturales de su gente campesina. Y también mueve mis inquietudes el anhelo de recoger la palabra de quienes mantienen aún –secretamente- los afanes culturales en la ciudad.
1. En la segunda visita que hice a mi amigo Jorge Wilson Izquierdo una tarde lluviosa, que fue el preludio –después de haber largamente dialogado- para que me mostrara en su biblioteca el hermoso busto de César vallejo, escultura hecha por el artista chalanero Orlando Medina Bringas. También veo un pequeño busto de Horacio Zeballos, líder legendario del magisterio y batallador social; una cerámica de un burrito con enjalme de cuero repujado, cual Platero, junto a una sepia foto de Juan Ramón Jiménez. Después me abruma con documentos recientes y pasados sobre literatura, arte y cultura, interesantes y exquisitos.
2. Otra tarde nublada acudí a una cita concertada al digno hogar de Elba del Carpio Merino, de quien había leído algunos poemas de vena emotiva y sencilla. Ella me alcanza datos sobre amantes de la literatura celendina. En varias ocasion es, Elba integró jurados para concursos de poesía y cuento en Celendín y, en algunos casos, su cuidadosa lectura le permitió detectar plagios o remedos, lo que evitó premiar injusticias. Por último, con una nostalgia comprensible me cuenta que con doña Francisca Aliaga de Chávez dieron voluntariamente su tiempo libre para organizar la Biblioteca Municipal. Dejaron un fichero bibliográfico, que hoy ha desaparecido. “Mi pasión es escribir poesía infantil”, confiesa con su admirable reserva.

En la foto, de pie y revista en mano, la poetisa Elva del Carpio Merino. Foto Javier Chávez Silva.

3. Circunstancialmente me encuentro en la calle con don Pelayo Montoya Sánchez, cuyo saber es fuente de consultas sobre la historia y geografía de Celendín. Aborda al vuelo el tema de topónimos, fitónimos, zoónimos , epitónimos … “¿Sabes qué significan?”. Modestamente le digo: nombres de lugares, plantas, animales y sustantivos adjetivados lugareños. Después, tardíamente me interroga: “Hablando en oro…, ¿con quién estoy conversando?”; le doy mi nombre y mi oficio de profesor primario. -¡Ah! Enciclopédico!- aduce. -No es para tanto…don Pelayo- le replico.
Al día siguiente, por invitación suya, me recibe exactamente a las nueve de la mañana en su biblioteca. Mientras me muestra sus propios dibujos con escenas del pueblo, me ilustra sobre el origen de Celendín y los detalles geográficos investigados por él. Habla con soltura sobre reynos pre-incas, guarangas, pachakas, cacicazgos. Su información sobre personajes contemporáneos ilustres es prolífica.
4. También en la calle, otro día, abordo a Arquímedes Chávez Sánchez, sobre su recopilación de léxico del terruño. Accede gustoso a conversar y en cinco minutos estamos en su solariega casa. Sus reflexiones cuestionadoras son amenas por el uso coloquial de esas eufónicas palabras no castellanas que él maneja muy bien. Me obsequia dos textos de su autoría: Glosario shilico e Ingenuidades pueblerinas (1ra. Y 2da. Parte).
El primero, un extenso acopio de localismos y su significado, además de algunas composiciones poéticas, de las que resalta “Juzgacha”; dichos del lugar, una lista de juegos infantiles en desuso, creencias populares, las mejores chicherías de antaño, y las reflexiones del autor. El segundo libro está formado por relatos y ocurrencias de personajes reales.
5. Yendo por el jirón Grau me encuentro con el profesor Manuel Silva Rabanal, quien fuera mi maestro de Historia en secundaria; me alcanza su amable felicitación por mis publicaciones y me insta a proseguir con esta pasión por la literatura.
6. Al finalizar mi estadía en mi pueblo doy con Manuel “Mime” Sánchez Aliaga, su afecto fraterno suple un encuentro más extenso.
7. A modo de conclusión: La actividad cultural, tan necesaria para Celendín, es posible ponerla en acción. Estoy convencido que junto a los amigos y amigas que he mencionado, hay muchos que callados y dispersos cultivan fuegos culturales. Es urgente nuclear individualidades y dentro de una pluralidad saludable retomar bríos que iluminaron a Celendín en décadas pasadas, máxime cuando el pueblo cuenta con un amplio local destinado al Centro Cultural.
Anecdotario: Cuando fui a la Municipalidad a dejar un poemario para la biblioteca, tuve una sorpresa insólita: la jovencita Jane, secretaria de esa institución, que me atendió, me solicita que le venda otro ejemplar; veo mi libro en sus manos tratado con delicadeza e interés. Aún hay rarezas que endulzan la vida. “Tu librito me ha encantado” –me dijo otro día Fidel Chávez (“Tubito”) – “me avisas cuando publiques otro para comprártelo”-. En cambio, otro amigo y compañero de estudios que hoy administra una atareada imprenta, me pidió un ejemplar “para leerlo, y luego te lo devuelvo”.
Celendín-Lima, febrero-marzo, 2004

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