jueves, 1 de mayo de 2008

CUENTO: Alfonso Peláez Bazán.

Don Alfonso fue un escritor de auténtico sabor celendíno, pocos como él trasuntan en sus cuentos ese aroma a los valles circundantes de Celendín. Sus historias tienen el rumor del Marañón, saben como la miel de sus valles y nos hacen soñar como la coca ancestral que medra en sus riberas. Leerlos es como estar en los valles calientes, escuchando al más viejo, que es dueño de la palabra, armados a la sombra del palenque de unos cacaotales. Sus personajes transitan por las abruptas montañas, entre bajadas de piedra, entre olorosos arabiscos y llegan a los arroyos que concurren a la Serpiente de Oro, en donde el calor es húmedo y flota un vaho de tierra removida, chirrian los grillos y las cigarras. Desde los naranjos caen blandamente esferas de oro y nos llega su perfume de azahar, en ese marco bellísimo, transcurren como una paradoja, hondos dramas que envuelven a sus personajes en sentimientos de angustia y tragedia que el maestro narra con maestría.
La foto que acompaña al texto es posible gracias a la colaboración de nuestro paisano, el ingeniero Luis Felipe Pita Chávez. Es del año 1940 y allí están, de izquierda a derecha: Luis Alberto, abrazando a Gardenia, Blanca Pérez, su esposa, con la pequeña Gladys, don Alfonso, apoyado en los hombros de Arturo (Che Tuto), Luis Guillermo y Malenita, la mayor, nuestra querida y recordada profesora. (N.de R.)


MAXIMINO

I

A un costado de la muy gentil ciudad de Celendín –al costado de Oriente- se alza, macizo e impávido, un cerro colosal: Jelig. Una sensación de firmeza, de aplomo se tiene al contemplarlo. Sus faldas, por lo demás, son grises y desoladas.
De la cumbre del cerro –o sea de La Fila de Jelig- puede la vista del viajero alternar entre dos grandes espectáculos: de un lado, el hermoso panorama que ofrece Celendín, con su “tablero de ajedrez”, sus pampas siempre verdes y risueñas, sus graciosas colinas y su cielo eternamente azul; y de otro, la dramática profusión de cerros de la Cordillera Central, con sus cumbres silentes y mayestáticas, sus faldas radiantes y sus hondonadas esotéricas.
Avanzando unos pasos más para el lado Oriente, como quien voltea la “fila”, aparece violentamente un nuevo espectáculo, estupendo y anonadante: la cuenca del Marañón.
El viajero se detiene como sobrecogido de espanto: a sus ojos se precipitan todos los cerros en un vértigo tremendo… Y no cree -¡cómo va a creerlo!- que por ese vértigo de cerros y abismos se desenrosque el camino, como una angustia atroz…
Pero es así, y sin remedio, habrá que seguir.

***
Repuesto un tanto, no tarda el viajero en descubrir, al otro lado del Marañón, un espléndido valle que, arrancando de la misma orilla del río, se extiende lujurioso por entre dos largos y reverberantes cerros. Es el valle de Hornopampa.
Con un ancho de dos kilómetros, en casi toda su extensión, el valle se va ocho adentro. Un río que viene de las más altas montañas –El Jaguar- le da sus aguas limpias y heladas. De un extremo a otro, el valle está cubierto de árboles frutales: naranjos, paltos, mangos, ciruelos, tamarindos, etc.
Hornopampa no es una hacienda. Ni cosa parecida. Se trata de un sinnúmero de pequeñas propiedades; unas más grandes que otras, por supuesto. Los naranjos, así como los ciruelos y los paltos, guardan todo el secreto de la vida de los hornopampinos; éstos, en efecto, no hacen otra cosa que regar sus árboles y recoger los frutos.

***
En muchos instantes la vista trata de descubrir las casas del valle, sin conseguirlo, desde luego: todas están ocultan entre grandes árboles, no siendo pocas las que están al pie mismo de frondosos mangos o tamarindos.
En esas casas, diríase misteriosas, viven extraños espectros… Naturalmente, cada uno de ellos tiene su denominación civil: Juan Rojas, Alfredo Sánchez, Nemesio Chávez, Tomás Montoya, Eusebio Marín… la poca sangre con que éstos vinieron al mundo se les fue haciendo, a través de los años, un líquido pálido, amarillento… El corazón les late ahora apenas… Son las víctimas del Stractumfilius.
A esos hombres espectros se les ve caminar por las calles de Celendín todos los sábados y domingos, lentos y sombríos, recorren la población con un alforja parda en el hombro: cuando no van ofreciendo naranjas o paltas, están haciendo sus compras.
Unas dos o tres libras de arroz chancado, pan “de a cuatro”, acaso un par de dormidos, algún remedio “de tienda”, cortes de tocuyo: es todo cuanto se puede encontrar en la alforja parda y triste de un hornopampino que está de vuelta al valle.
En el valle de Hornopampa, entre esa gente espectral, vive un hombre que es la antítesis: robusto, chaposo, ojos claros… y genio alegre. Se diría que él usurpó la salud de los otros. Tal es don Demetrio Chávez, “el zarco”.
Si un traspié del caballo no nos despide hacia el fondo de un abismo, pasaremos la noche en casa de don Demetrio Chávez.

***
De entre el matorral que bordea el angosto caminito, sale de repente la figura extraña y repulsiva de un hombre que nos ha estado esperando ahí…
Desde luego, no se trata de ninguno de los “espectros”.
Tan inopinada como extraña aparición, al mismo tiempo que nos llena de sorpresa, pone en gran peligro nuestra estabilidad de jinetes: los caballos han dado una violenta estampida y a punto estuvimos de quedar prendidos en las ramas de los guarangos…
Cuando la normalidad se restablece y vamos a pasar junto al sitio por donde apareciera el hombre, éste, que acaba de ponerse al medio del camino, nos ofrece la segunda parte del extraño percance. Abriendo una boca enorme, horrible, y dando a todo su mofletudo rostro una estrambótica expresión de dolor, descarga, que no pronuncia, una voz odiosa.
Frente a nuestro desconcierto, el hombre repite la voz una y dos veces… Al fin comprendemos que hay en ella un doble esfuerzo: fonético y sicológico.
Se trata, en efecto, de una interrogación:
-¿Doraaa?...
-¿Doraaa?...
Terminamos por comprender que estamos frente a un mudo.

***
Unas cuadras más, y estamos ya en “la tranca de don Demetrio Chávez”. Nos ve llegar un perro esquelético que está al pie de un ciruelo. Se incorpora apenas y empieza a aullar lúgubremente. El alma de los temples grita por la boca de sus perros escuálidos.
Por una esquina de la casa, aparece al instante don Demetrio, nos reconoce y viene a franquearnos la tranca. Mientras esto hace, llega el mudo, presuroso y tambaleante…
Se pone otra ves frente a nosotros.
-¿Doraaa?...
-¿Doraaa?...
Don Demetrio lo mira sonriente y bonachón, al tiempo de exclamar:
-Ah, Maximino, Maximino…

2
Aquel año escasearon como nunca las naranjas. En Celendín llegaron a venderse “a tres por diez”. Lo que es en Cajamarca, aquel año, no se vieron las famosas “balceras”
Y fue que la lluvia no descendió a Hornopampa ni en el mes de febrero.
Completar un costal de naranjas “para el viernes” era, entonces, en el valle de Hornopampa, tarea ardua y paciente. Los “espectros” tenían que subirse hasta lo más alto de los naranjos para encontrar una que otra huraña. Las mujeres se ayudaban con sus largas huicapas.
Aquel año, no hubo al pie de los árboles esas naranjas bermejas y azucaradas que se caen solas.

***
Se empinaba, daba pequeños saltitos, movía las ramas… Nada… La huicapa era corta para alcanzar hasta donde estaban, bien juntitas, tres naranjas. ¡Tres naranjas…! ¡Vale decir un real!
¿Qué hacer?... Nada, ciertamente. El tronco era grueso y llushpe además.
En tales trances estaba la más guapa y requerida de las muchachas del valle. Palpitantes y mojadas estaban ya sus carnes morenas.
Detrás de un ciruelo, alguien la estaba mirando. Mas no estará solo mirándola todo el tiempo. Decídese al fin, y de tres montaraces saltos, se pone junto al naranjo, se encarama en el grueso tronco y de cuatro "barrigadas" alcanza la primera rama... Se dobla como un simio, y en breves segundos, tiene ya a su alcance las nobles naranjas. Las desprende de una en una y las va dejando caer:
pum...
pum...
pum...
Y no fueron sólo esas. Algunas más cayeron a los pies de la morena.
Cuando el extraño y gentil personaje bajó, la sorprendida moza aproximóse a él, y en señal de agradecimiento, dióle, sonriente, una palmadita en el hombro.
Y como una risa salvaje, estúpida, se oyó al pie del naranjo...
Cargó la moza su quipe y tomó para su casa.
Pausadamente, el raro sujeto fuése por el lado de los tamarindos.
Dora se llamaba ella y Maximino el.

***

El martes de la siguiente semana, cuando Dora se fue a empezar su habitual tarea, encontró a Maximino entre las ramas del más corpulento naranjo.
Aunque con largos intervalos, la moza oía:
Pum...
Pum...
Aquel día fueron dos las palmaditas en el hombro del mudo. Y fue más franca la sonrisa de Dora.
Por su parte, Maximino trató de hacer menos ruda, menos odiosa la expresión de su alegría.

***
Y llegó otro martes.
Como de costumbre, Dora se fue tempranito por las huertas.
Cuando llegó al pie de un naranjo, recibió de pronto este mensaje:
-Doraa...
Se quedó perpleja la morena y no quiso querer, desde luego. ¿Había dicho Dora el mudo?... ¡Imposible..!
Pronto, sin embargo, llegó Dora a esta conclusión: "Se han visto tantos milagros". Y se guardó en su corazón la frase.
Y cuando Maximino estuvo en el suelo, graciosa y enternecida, Dora pasó la mano la horrible barbilla del mudo...
Y éste, más contento, repitió:
-Doraa...

***
Llegó, entre tanto, el tiempo de las paltas. El quipe de Dora se hacía cada vez más pesado.
Un día pesó tanto que hubo de cargarlo Maximino hasta la propia casa de Dora. La abuela de ésta, una viejecita ética y encogida, se llenó de sorpresa y tuvo no sé que corazonada...
Y al otro día, y al otro también, volvió a ocurrir lo mismo. Y la corazonada de la vieja se fue haciendo espina de naranjo...
Los viernes, Dora no tenía ya la molestia de aparejar su burra blanca. Y la reatada del costal, con ayuda de Maximino, era cosa facilísima.
Y los lunes por la tarde, Maximino recibía de propias manos de Dora, ya una camisa de listado bichí, ya un pañuelo chillón, y siempre, un par de dormidos...

***
Hacía mucho tiempo que un viernes por la tarde se encontró Dora con unos paseantes en la fila de Jelig. La detuvieron con gran finura y, junto a su burra blanca, le tomaron una foto. Como la naturalidad que caracteriza a los del campo, Dora sacó naranjas y se las ofreció al “fotógrafo”.
Cuando Dora tenía ya olvidado del incidente, un domingo por la tarde se le acercó un caballero de casaca y botas y galantemente, puso en sus manos tres nítidas copias de aquella estampa crepuscular.
En el “ato” de Maximino, Dora puso una para él.
-¡Dora..! ¡Dora.. ¡-exclama el mudo con extraña emoción, al ver la fotografía. Dora le adivina la intención y decide al punto premiarlo con ventaja. Se acerca, le coge la barbilla con ambas manos... y junta sus labios a los Maximino...
Y aquel lunes se quedó Maximino dormir en casa de Dora.

***
Alborotada y picante, empezó a correr a lo largo del valle la gran nueva. Era de ver cómo saltaba de una banda a otra del río. Se metía por las vueltas y hacía mil cabriolas.
Había ocurrido lo que todos esperaron y ahora, sin embargo, ya nadie quería creer: Maximino era el marido de Dora...
De la misma Dora a quien dos años atrás la quiso para esposa el hijo mayor de don Demetrio; de la misma Dora a quien un año después le propuso “sacarla” el guapo guardián del puente Chacanto, de la misma Dora, en fin, a quien últimamente le ofreció “grandes ventajas” en labioso telegrafista de Balzas.
Y por la punta de la espina de naranjo, se fueron escapando las últimas gotas del corazón de la vieja.

***
No pasó mucho tiempo, sin embargo, que la unión de Maximino y Dora perdió todo su sabor y las cosas quedaron como si nada. Es la desdicha de todas las cosas del mundo.
Y parece ser que la nueva pareja empezó a vivir bajo la égida de la fortuna.
Dios mediante, mejoró el tiempo. Las naranjas y los mangos abundaron pródiga mente. Y para los próximos carnavales, prometían como nunca los ciruelos.
El nuevo “estado” de Dora no fue, por otro lado, inconveniente para que ella misma siguiera viajando a Celendín. Ella era amiga de las mejores caseras: doña Leonor, doña Rojana, doña Conshe.
Todos los viernes muy a las cinco, salía Dora arreando su burra blanca Maximino acompañaba hasta Shucamayo y desde allí la seguía con los ojos hasta que volteaba para Choropata.
Llegar a la posada y vender su carga, todo era uno. Pero se quedaba sábado y domingo para hacer sus compras, tal como hacían todos los balceros y hornopampinos. El lunes la esperaba Maximino en el puente Chacanto.

3

Una nube de almidón y “polvos de arroz” llena la sala. De todas las cabezas, que ya no parecen tales, se desprende un fuerte olor de agua florida y cananga
Desde un rincón de la sala, una vieja concertina remata una marinera:

"Aulla, aulla, perrito,
Aulla, aulla, nomás;
Si a tu dueña la has perdido,
conmigo la encontraras".

Al mismo tiempo, se oyen por toda la sala voces estruendosas:
-¡Eso… eso, Luzmila!
-¡Quiébrale… quiébrale, Isabel!
-¡Así… así, colpacuchina mentirosa!
-¡Ayayay, palomita del temple!
-¡Quieto, negro!
Doña Rojana se apresura a llenar los vasos y vaya que los llena de verdad. Ella anunció hace rato que chicha habría para toda la semana. ¡Y qué chicha!
-¡Salud, Adelaida! ¡Salud, comadre Rojana ¡Chupemos, chupemos todos! ¡Todos cantan, todos beben en carnavales!
-¡Bravo, bravo! ¡Viva la fiesta!
-¡Si! ¡Salud, compadre Rebuco! ¡Salud, grandísimas…!
-¡Salud!
-¡Salud!
-¡Salud!
A esta altura, cuando la vieja concertina prepara la “segunda”, irrumpe en el patio de la casa otra cuadrilla de jugadores. Todos cantan acompañados de acordeón y guitarra:

“ya llega carnavalito,
siluló,
por la cuesta de Llanguat,
guailuló
trayendo yucas y miel,
siluló,
por la cuesta de Llanguat,
guailuló”

-¡Virgen del Carmen, Patrona de Celendín! ¡Son decentes! -exclama una muchacha, al mismo tiempo que se arregla graciosamente el cabello y la blusa.
-¡Adelante! ¡Adelante, caballeros!- grita enardecida y orgullosa doña Rojana.
En la sala se produce una barahunda endiablada.
-¡Vamos, maestro Venancio, tóquenos ahora un vals, pero de esos que lo ponen a uno sobre las nubes... -manda uno de los “decentes”.
-Un momento, don Hermógenes… ¡Primero un vaso de chicha! - impone doña Rojana.
Todos aplauden a la dueña de casa.
Luego el maestro Venancio y su acompañante ejecutan el vals requerido, aunque no es precisamente “sobre las nube”...

“Olas que el viento arrebata
sobre el inmenso mar...”

Y entre brindis, valses, chilalitos y marineras, se prolongó la fiesta hasta las cinco de la madrugada.
Por la calle pícarona de Ciracucho, se fue apagando la voz de la concertina trasnochada...

“Las mujeres son
como el algodón...”

***
Y aquel lunes de carnaval, en vano esperó Maximino en el puente Chacanto. En vano inquirió de los más retrasados:
- ¿Doraaa?...
- ¿Doraaa?...
Tres días después se vio por las calles de Celendín la figura chocante, infortunada de Maximino.
Con su única palabra -que fue primero maravilla y luego angustia- importunó a todos los transeúntes.
- ¿Doraaa?...
- ¿Doraaa?...
Cuando llegó a la posada de doña Rojana, tras muchas horas de tambalear por calles y plazas su infortunio, alguien trató de darle a entender que Dora se había ido para tierras lejanas, de donde, seguramente, no volvería jamás.
Poco debió entender Maximino, pero ello es que tornó de nuevo para la cuenca. Con su trote pesado, paquidérmico, se le vio perderse por la travesía de La Tranca.
Divertida y cruel, circulaba ya a lo largo del valle la nueva. Todas sabían que Dora habíase ido para la costa con un faite de Llallán.
Muchos días estuvo Maximino plantado en el puente Chacanto.
Después, empezó a salir por todos los caminos, con su tremenda palabra:
- ¿Doraaa?...

4

-¿Pero es posible, don Demetrio?...
-Si, señor: 25 años, nada menos. Y, ya de usted, el mudo pregunta por Dora como si ayer nomás hubiera sido... El no hace otra cosa que salir por los caminos y sorprender a los viajeros: “¿Doraaa?... Y cuando alguien le dice: “Por ahí viene”, se echa a correr como un animal... Esa es su vida, señor.
-¿Y Dora?...
-Nadie en el valle ha vuelto a saber de ella... sin embargo, podemos decir que Dora vive entre nosotros... por obra y gracia de Maximino...
-Así es, en verdad, don Demetrio. El milagro lo ha hecho Maximino con su extraña capacidad para el dolor... y para la esperanza...
Luego de un breve silencio, don Demetrio nos propone ir a dormir. El no sabe que el poco tiempo que queda de la noche será para pensar en el drama absurdo el grotesco.

*******
Dormidos : Bizcocho de elaboración especial, propio de Celendín.
Temple : Valle de clima cálido
Huicapa : Vara larga con un gancho en uno de sus extremos que se utiliza para desprender las frutas. Denomínase cape en otros lugares de la provincia.
Llushpe : Suave, liso, resbaloso.
Quipe : Bulto o atado que se carga a la espalda

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