martes, 28 de abril de 2009

POESIA: Juatesán

Juan Tejada Sánchez, “Juatesán”, es un poeta de hondura, su lírica discurre por cauces profundos, su dramatismo metafísico traspasa el alma, sus versos se plasman con en un lienzo mostrándonos la vida entrañable de la provincia, rememorando dulzuras lejanas de hogar. Un poeta signado, presa de sentimientos encontrados, divagando entre el amor y la tragedia, la tristeza y la locura. Un poeta que sabe transmitir, hasta el contagio, su dramática soledad.
Juatesán es un poeta al que quizás no hemos comprendido en su verdadera dimensión y estamos convencidos que su resistencia al olvido de la memoria celendina s
ignifica que debemos valorarlo en toda su grandeza y difundirlo entre nuestra juventud.
Obtenemos este poema, que es en sí un epitafio, gracias a la amabilidad de nuestro colaborador, Wálter Chávez Tejada, pariente del poeta, y nos hubiera gustado publicarlo como una presentación de point, lamentable, errores de trascripción nos impiden esta forma. Muchas gracias y va a manera de regalo en el Día de las Madres Celendinas. (NdlR)

Sentado en el extremo derecho nuestro poeta "Juatesán"
ERAMOS SIETE
En esta noche me entierro sin vosotros,
hermanos.
Se ahoga mi corazón de lejanías,
en esta noche sin madre, sin hermanos,
cómo recuerdo las horas del hogar paterno

Éramos siete hermanos… horas bellas,
abrazarme quisiera de nuevo a los caminos
donde tropezó mi infancia,
dormiré en la fuente sin agua del olvido

Cómo recuerdo las mañanas de cristal,
caídas en las manos de mi madre,
los pájaros miel de sus lágrimas,
su falda más colaje, donde nuestras pupilas
a la sombra mimosa de un cariño
jugaban con el viento.

Hoy, a cuestas con mis recuerdos,
busco el sosiego, faltas, ternuras
donde tantas veces el seno materno,
acarició mi sien, sin cansancio, sin destino.

Lejanas ya las horas que vivieron nuestras sombras
pero una grande, muy grande
que se proyecta en mi camino:
La sombra de mi madre.

En esta noche de mi pena,
aún sigo viendo a los siete hermanos
en torno a la madre buena. Dulces recuerdos,
mientras que un duendecillo de luz,
muy alto en la luna, sonreía nubes.
Los ojos de madre invadían la noche
haciendo brotar estrellas.

Me quería mi madre más que a los seis,
porque veía en mi cuerpo su víscera más delicada,
porque tal vez adivinaba que un día
he de verme solo, trágico y amargo.

En esta noche, como nunca, me encuentro solo.
Los he buscado, madre, hermanos,
más allá de los horizontes donde dejan su trajín las nubes,
más allá de los aminos donde vive la noche.

En esta noche me inclino
sobre la dura mesa de mi destino
y no sé si lloro o me quedo sin alma.

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