lunes, 27 de abril de 2009

ESTAMPA: Los fotógrados de plaza

Por Jorge Chávez Silva
Pocos provincianos pudimos sustraernos a la mágica atracción de los fotógrafos del trípode, la ollita de ácidos, la manga oscura que simulaba el cuarto oscuro y el panel de estampas coloreadas a la mano donde figuraban otros provincianos entre corazones y volutas, perennizándose en una fotografía para recordar su paso por la capital.
¡Ah, el fotógrafo de las plazas de antaño, que ayudaba a matar distancias y el tiempo que pasaba!
¡Cuanta magia había en ese misterioso individuo de bigote pulcro que, tras hacernos posar, nos decía "sonrían al pajarito" mientras destapaba ágilmente la lente de la cámara, la ponía un instante en su estómago y luego la cubría de nuevo! Al cabo de unos instantes en que desaparecía oculto por la manga nos entregaba una fotografía gruesa y húmeda en blanco y negro que tenía además el tino de ratificar nuestra condición de provincianos, captándonos y subrayándonos un aire de no sé qué, un aire de ingenuidad, digamos.
Con el paso del tiempo se fueron modernizando, algunos se hicieron con modernas Polaroid, otros con otro tipo de cámaras, y nos pedían nuestra dirección para hacer la entrega. Hoy toda esa modernidad de hace veinte, treinta años, son minúsculos dinosaurios, pequeñas piezas de museo. La modernidad vertiginosa de nuestros días los ha extinguido. Con las nuevas cámaras digitales,y su facilidad de manejo, ahora cualquier hijo de vecino, incluso los más provincianos, se aventura, cámara en ristre, por todos los rincones de la ciudad.
Esto no impide que los recuerdos sigan allí, a veces prendido en la ingenua pose o en los desvaídos colores que nos dejó un día el fotógrafo de plaza.


Celendinos en la plaza de Lima, con escritor delante.

Fíjense si no es así. En esta curiosa fotografía de 1967 figuran, en la Plaza de Armas de Lima, cuatro celendinos posando con el fondo de la barroca catedral. De izquierda a derecha, se puede ver al pintor, y también escritor, Jorge A. Chávez Silva, “Charro”, la su tía, la señora Esperanza Chávez Pereyra, y a su primo Pepe Mori Chávez, que por entonces estudiaba en la escuela de guardias. Delante, el niño, gordito y rubicundo, es nada menos que el escritor José Manuel de Piérola Chávez, el benjamín de la señora Esperanza, quien entre sus hijos mayores tiene también al escritor renombrado Alfredo Pita. Allí está el pequeño José, el pequeño provinciano posando muy serio, tal vez ya soñando con escribir un día grandes historias. Sus novelas Un beso de invierno, Shatranj, El Camino de regreso, sus cuentos de Sur y Norte, o En el vientre de la noche, o Lápices, lo han hecho no sólo ganador de premios internacionales y nacionales de literatura sino también lo han erigido en un orgullo para los celendinos.



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