He encontrado en estos días, la mágica idea de un lugar de fantasía, donde los límites entre realidad y ficción han sobrepasado fronteras, convirtiéndose en un país de las maravillas, sin pretender por ello, transformarme en Alicia. No, al menos, eso espero. Sin embargo aquello del mundo del revés, acometió de forma efímera mi corteza cerebral, coqueteándome el título de este artículo.
La maldita urbe se ha expandido sin mesura y a falta de hombres con pantalones sujetos y bien puestos, el caos gobierna. Los peatones circulan por las pistas, como en cadenas humanas, con los ojos tirados a las flechas de tránsito, mientras que las motocicletas convertidas en taxis caminan por las aceras, dando y recibiendo cuanto empellón exista.
Los comerciantes no venden sus productos dentro del mercado
Las calles aledañas al mercado, apestan, a suciedad, a dejadez. La extraña negación a la denominación de shilicos, degenerada en expresión de insulto ha provocado en los ciudadanos, la búsqueda incansable de raíces extranjeras, casi como una expedición por encontrar el santo grial, especialmente por sangres portuguesas, volviéndose una obsesión que tiene matices delirantes y que afligen. No es raro por ello, pasear por el jirón Río de Janeiro o visitar el Corcovado en San Isidro. Deprimente, cuando buenos shilicos deberían ser recordados por las nuevas generaciones, por lo menos con sus nombres en las calles. Y ni escribir del nombre de los barrios. Punto y aparte.
Los comerciantes no venden sus productos dentro del mercado, sino que lo hacen en los exteriores, exhibiendo una imagen idónea para una figura de Dalí. El comedor popular con su cableado eléctrico, muy a la criolla, hace ojitos a los bomberos. El flamante hospital, de salud general, parece más especializado en salud mental, el bullerío de las personas del campo que ingresan, es inaguantable, mientras en la sala de esperas arman una especie de camping, con ollas y platos en el parket, la risa de las enfermeras, los doctores que prefieren auxiliar en sus clínicas particulares que en el mismo nosocomio y el techo cuarteado que se cae por pedazos, completan la escena.
Los policías no se quejan más por sus miserables sueldos, ahora tienen un próspero vivir, si es que, el término vida, les signifique algo.
Los cárteles del narcotráfico han comprado la mitad de las autoridades. Podría pensarse que la otra mitad dignamente no está en venta. Es cierto, no está en venta. Ya fue comprada por las transnacionales mineras, que ahora quieren pasar desapercibidas.
Como en los mejores Westerns, aquí la vida no vale nada, quien asesina tiene tiempo para despedirse de sus amigos de jardín, de sus vecinos; el tan considerado, y también de sus familiares. Para cuando llegue al autoexilio, la orden de captura ágilmente se hará efectiva.
Ahora, los escueleros se embriagan en las calles. El saludo aquí no existe, lo que sí existe y convive muy a gusto es el ¡salud! Las autoridades judiciales, espero que no todas, arman jaranas imparables en casas arrendadas. La poca gente decente que, todavía existe, se divide en: figurettis, oportunistas y… los indiferentes, que provocan lo que Sartre llamó “La Náusea”.
Las autoridades de distritos han abierto sucursales en la ciudad y los de la ciudad, sucursal en Cajamarca, donde es bueno refrescarse de las tantas… atareadas funciones con unas cuantas cervecitas, pero de esas que saben a lentejuelas e hilo dental.
Los medios de comunicación, si no están ocupados en rivalidades, que pecan en mucho de estúpidas, están limosneando migajas de publicidad, que huelen a cianuro.
Por lo demás, es una ciudad hermosa, recomendable para vivir…en paz. La fórmula es: Portarse bien, sino papa lindo castiga, ir a misa los domingos con una cajetilla de cigarrillos “River” bajo el brazo y si es posible un leve acento hispano.
Tener instintos masoquistas y soportar los chismes de los vecinos, sacar calculadora y sumar a esto, la envidia de falsos paisanos, venidos de no sé donde, que verán en tu progreso, su desdicha.
No meterse con nadie, ni con nada, pero tampoco desaprovechar la oportunidad para “franelear” a quienes con su cargo, deberían servirnos sin tanto espectáculo.
Y sobre todo, no hacerse uno mismo la pregunta: ¿En qué momento nos jodimos?
Después de todo, lo mencionado serían atributos de un buen ciudadano. Acuérdese que estamos en el lugar donde todo, todo es posible. ¿O no?
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