“ÁRBOL DE ATISBOS”, DE JORGE HORNA
Por Jorge A. Chávez Silva, "Charro"No soy crítico literario, pero, en mi modesto juicio, Jorge Horna es el poeta más importante de Celendín en la actualidad. Ninguno como él para llevarnos hasta el éxtasis por las cosas sentidas, evocadas, recreadas, resucitadas. Su madurez plena y contundente trasluce en Árbol de atisbos, su último poemario, editado en Ediciones Arteidea.
Los poemas de Jorge Horna nos hacen señas y nos llaman, como lo haría una mujer amante, llena de promesas maternales. Su eco rebosa de ecos y matices, que nos envían a las quebradas, a las pampas y a las diáfanas calles de nuestra tierra, trasmitiendo, con resonancias anisquechuas y arabicas, viejos gritos y susurros que nos llegan una y otra vez, y en los cuales se reconoce nuestra alma.
Su lírica es cántico del juglar primero, todo en ella suena si no en tono mayor, en tono verdadero. En sus versos se mece y jubila la luz del sol, no la noche No hay disonancias, ni neurosis, ni “flores del mal”. Su creación es espléndida, como las auroras de la serranía. Nos costará trabajo, pero tenemos que adaptar las pupilas de nuestro espíritu a estas cataratas de luz y veremos un mundo sin tragedias, sin amarguras, sin traiciones. ¿Dónde encontrar algo semejante en nuestra lírica? La poesía de Jorge Horna es expresión substantiva y autónoma. No requiere comentarios filosóficos pero podría servir a los filósofos como base de meditación.
El jubiloso movimiento de Árbol de atisbos asciende, cada vez más alto, atraviesa todos los límites: más allá, más allá. Es uno de esos libros que nos lleva a una reflexión terrible: ¿podrá nuestra hambre de belleza saciarse con una sola vida, un solo tiempo? No, el alma exige más.
Gracias, Jorge Horna, hermano en el amor de la tierra, por este rebautismo purificador.
Para corroborar nuestras afirmaciones transcribimos uno de sus poemas más sentidos, inspirado en la figura del padre del poeta, ese viejo amoroso, de andar cansino, cuya estampa era parte del paisaje de la Plaza de Armas del pueblo cuando éste era nuestro.
LIVIANA HEREDAD
A mi padre
Entendí la distancia de tus palabras
una noche cuando en la sala el viejo radio
derramaba aires anteriores a las épocas de la Guardia Vieja,
“la música es la vida”, dijiste
de pared a pared ida y vuelta
apresurado el temple de tus pasos.
Por las madrugadas
tu silbo sorprendía los relojes de los gorriones
a veces en el mapa viajero de tu dolor
oí tu canto leve.
Padre: los pájaros aún trinan
por las Bajeras de Yajén
y tu rengo caminar
está en la urgencia de los arrieros.
Para sobrevivir, caporal fuiste en los cañaverales
Quisieron que azotaras a tu prójimo
En las haciendas costeñas, en la zafra
Y una tarde llegaste a los brazos de mamá
Entristecido, con una bandera de denuncias en los labios.
Los árboles que sembraste para San Miguel Arcángel
en algún ignoto rincón
dando sombra están con la brisa de las tijeras,
aquellos codos y estacas cada primavera
han vuelto a florear en el Mar de la amorosa Magdalena.
Padre:
Aspiré contigo la rebeldía de los musgos
en los tejados heridos
por el trajín y la luna llena de los gatos
descendí a la tierra honda arrullante de tus brazos
con el desvelo y esperanzas de un día nuevo.
Tú, tendero solitario de los justos precios
vendedor de agujas en yesca y copas de ajenjo,
levadura exacta amada por las horneras
espiga de arroz en tu candidez de agua
pavesa que nunca se apagó en las sementeras.
Ahora que he puesto a prueba tus lecciones
tomo el rojo papel de tus credos
y la palidez de tus enredos continentales
para elevar una cometa a la fronda
de tu alma terrenal
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