sábado, 9 de junio de 2007

LEYENDA: Alfonso Peláez Bazán

Una de las pocas leyendas, si no la única, que explica en cierto modo las particularidades de Celendín y su gente es SINCHI HUAQUISHAUA, escrita por Alfonso Peláez Bazán en 1962. Desde entonces la única edición que de ella se hizo se ha convertido en una rareza que, nosotros especialmente, estábamos buscando con afán. Gracias a la gentileza de un celendino, que prefiere mantenerse anónimo, podemos publicarla para conocimiento de todos los shilicos, ya que es una obligación sagrada saber de donde provenimos, nuestra identificación con nuestro pueblo lo exige así.


A Manera de Prólogo

Dentro del panorama demográfico-racial del Perú, la provincia de Celendín presenta un caso excepcional, único tal vez: en toda su extensión –a despecho de todo- no existe un solo indio. Todos los habitantes de la provincia de Celendín son mestizos.
Frente a tal cuadro se podría pensar, con aparente razón, que el proceso del mestizaje en Celendín es asunto concluido; que todos los tipos raciales concurrentes –inclusive el indio- están definitivamente fusionados en uno solo: el mestizo integral. Pero no es eso justamente lo que ha ocurrido.
El primer momento del mestizaje en el Perú –cosa ésta que nadie ignora- está representado por la mezcla de blanco con indio. Eso no ocurrió en las hermosas tierras de CHOCTAMALQUE, hoy la provincia de Celendín. No hubo ese primer momento. El mestizaje comienza allí con la unión de blanco con mestizo; elemento éste llegado de los pueblos vecinos (Cajamarca, La Libertad, Amazonas), en las postrimerías del Virreynato. Lo que significa, en buena cuenta, que el poblador celendino tiene sangre india en la proporción de UNO a CUATRO. Pero sangre india, igual que la blanca, venida de otras partes.
Y el caso resulta aún más sorpresivo y confuso cuando se considera que aquellas tierras formaron una zona densamente poblada por indígenas. Así lo demuestran los numerosos restos arqueológicos; notables algunos de ellos, como los de Oxamarca, en donde el arqueólogo Tello se pasó largas y fructíferas temporadas.
Sin ningún esfuerzo, inevitablemente, surge esta pregunta: ¿Qué pasó entonces en estas tierras?... Porque, necesariamente, tuvo que pasar algo, o mucho.
La bella leyenda que va enseguida –SINCHI HUAQUISHAUA- satisface casi íntegramente la curiosidad. O, por lo menos, sugiere alguna explicación más o menos formal –digamos, una explicación histórica.
De todos modos, lo evidente es que los hombres blancos –españoles y portugueses- que llegaron a Choctamalque, por el luminoso Oriente –por cierto, en circunstancias muy distintas a las que acompañaron a los conquistadores-, no encontraron, literalmente, un solo indio. Ganados por la belleza y la alegría del paisaje, allí se quedaron para siempre los treinta perseguidos de Felipe II, y a quienes luego comenzaron a visitar gentes mestizas de diferentes lugares.
Surge así Celendín, con sus características propias e inconfundibles. Con sus grandes virtudes y su drama sin término. Un drama que inexorablemente le señaló la historia: salir, alejarse siempre… Y esto se cumple como un sino fatal. Todo celendino, cada día, deja su terruño. Nadie como él tiene tanta facilidad para romper los lazos que lo unen a la tierra. Lo que hace con tanta facilidad como si sólo fuera –él mismo- algo postizo simplemente.
Pero en todo eso hay una causa histórico-biológica. El poblador celendino no cuenta en su ser con ese poderoso elemento telúrico y ancestral que mantiene atado al hombre a su suelo. Y, más bien, parece que lo mueve una especie de nostalgia; la búsqueda de sus raíces, que la historia le negó tenerlas allí donde nació.

SINCHI HUAQUISHAUA

Pachacútec acababa de dominar las tribus de Caxamarca, y se disponía ya a marchar sobre los dominios de Sinchi Huaquishaua.
A poco de ser conocida la noticia en Choctamalque, corrió hacia Tolón la orden de Sinchi Huaquishaua:
“Llactay runacuna uñuñihic lanzayquichicta inaspa acuchic Pacha Cútec suyac”.
(“Hombres de mis dominios, preparar vuestras mazas para ir al encuentro de Pachacútec”)
Antes de dos días, formaban frente a Sinchi Huaquishaua cinco mil indios armados de lanzas y mazas. Y desde la cima del Paltarrume, el cacique lanzó su breve arenga:
“Inca Pachacútec tacta llallisume inaspa llaxtachicta huñachisum chay Cumullcama chay Cumbecama”.
(“Pachacútec Inca será vencido por nosotros, y nuestros dominios d extenderán más allá del Cumullca y más allá del Cumbe”)
Y por las verdes faldas del Queriquingue, del Supaycantana y del Mishacocha, fueron ascendiendo animosos y aguerridos los cinco mil hombres de Sinchi Huaquishaua,
Y justamente cuando el sol señalaba la mitad del cielo, se avistaron los dos ejércitos en las pampas de Mishacocha. La gran laguna de este nombre estaba como dormida.
Pacuacútec no pudo ocultar su gran sorpresa de encontrarse frente a un ejército casi tan numeroso como el suyo.
Ambos ejércitos detuvieron su marcha, mediando entre ellos una distancia igual a todo el largo de la laguna Mishacocha
El Inca Pachacútec designó al primer capitán de su ejército –el valiente Malapillo-para llevar hasta Sinchi Huaquishaua el mensaje pertinente.
Cuando Sinchi Huaquishaua vio avanzar por la orilla norte de la majestuosa laguna a Malapillo, destacó inmediatamente al jefe de sus ejércitos –Apo Huaranca- para recibirlo en nombre de él.
Y allí donde las tersas aguas acarician la estrecha senda, justamente allí, se encontraron los dos hombres.
-Inca Pachacúteccpa sutimpin amune Sinchi Huaquishaua chaquinma churacunanpaco. Taytay Inca mana huañuccme.
(Vengo a pedir en nombre del Inca Pachacútec que Sinchi Huaquishaua se rinda… Mi señor, el Inca, es invencible)
Y Apo Huaranca contestó al punto:
-Sinchi Huaquishaua runancunapas ccalim cancu, chaypin llacha sum mayccenninchecha llallinca.
(Los hombres de Sinchi Huaquishaua son también valientes. la lucha definirá la suerte de cada cual)
Ni el más leve viento corría sobre las aguas de la laguna. Todo se había aquietado extrañamente.
Una, dos y tres veces hubo encuentro de emisarios ahí donde las aguas de la misteriosa laguna tocan la senda.

***

De pronto empezó a agitarse la laguna Mishacocha. Las totoras y las atuyungas levantaron de nuevo sus suaves penachos. Las apalinas corrían de una orilla a la otra.
Ambos ejércitos habían empezado a avanzar lentamente. Se iba a cumplir el acuerdo a que habían llegado el Inca Pachacútec y Sinchi Huaquishaua.
Dos hombres –los mejores naturalmente- uno de cada bando, librarían un duelo a muerte para ofrecer la victoria a su correspondiente señor. Los designados fueron Asto Pillco por Pachacútec y Apo Huaranca por Sinchi Huaquishaua.
Antes de empezar la lucha, Malapillo alentó a Asto Pillco:
Asto Pillco, Cuzcomanta pecchan llapallan accllacuna ccahuamuchca sunque, ccamahá ccumque musucc cusicausayta, cacheanque llapa Inca Pachacútecpa apuquispaycanimmanta allinin ccali.
(Asto Pillco, desde el Cuzco te están mirando las Vírgenes del Sol, Tú decidirás una nueva victoria porque eres el más valiente de todos los capitanes de nuestro Inca Pachacútec)
Y el propio Sinchi Huaquishaua dijo a Apo Huaranca:
-Chay Choctamanta, chay Tolónmanta, llapa huarminchiccuna, llapachurinchiccunaccahuamuchacasunqui, acampachá acanccatayta llipiccnnin.
(Desde la Chocta y desde Tolón nuestras mujeres y nuestros hijos te animarán. Te harás merecedor a todo el brillo del Sol)
Luego Asto Pillco y Apo Huaranca se trabaron en titánica pelea.
El ruido de las mazas repercutía sordo en los cerros vecinos. Pasaban los minutos y la victoria, sin embargo, no daba muestras de definirse, aunque cada vez eran más débiles los ecos.
Todas las apalinas, como raras sacerdotisas, estaban inmóviles a la vuelta de la gran laguna.
Al fin quedaron destrozadas ambas mazas, pero ninguno de los hombres presentaba la menor lastimadura.
Se dispuso entonces darles mazas de piedra.
Y jadeantes aún, los combatientes volvieron a empezar.
Los ecos de los cerros eran vibrantes ahora.
Minuto a minuto, cada combatiente se sentía agigantarse más y más.
Por los cielos clarísimos volaban silbantes las astillas de las ciclópeas piedras.
Y al final, en las manos de los combatientes sólo quedaron pedazos de madera.
Y los dueños y señores de los ejércitos decidieron darles lanzas.

***

Ya están de nuevo frente a frente Asto Pillco y Apo Huaranca.
A poco de haber empezado la lucha, Asto Pillco se detiene y mirando intensamente a los ojos de Apo Huaranca, le pregunta:
-Apo Huaranca, minhuay pitacc taytayqui, pitac mamayqui?
(Dime, Apo Huaranc, quién es tu padre y quién es tu madre?)
Y Apo Huaranca contestó al instante
-Taytayme Inti, mamyme Quilla.
(El Sol es mi padre… y la Luna es mi madre…)
El cielo y las aguas de la laguna Mishacocha se confundieron en un solo resplandor.
Las apalinas se elevaron bien alto.
Las totoras y las atuyungas se dejaron mecer suavemente por la brisa.
Y se acercó entonces Pachacútec a Sinchi Huaquishaua y le dijo:
-Huauccentencamalla llapa runancgicunacca imapacataco yahuarhuanccarpasun tayta Intipa llactancunata.
(Nuestros hombres son hermanos… ¿Para qué entonces manchar los campos dorados de nuestro padre el Sol?...)
Y Sinchi Huaquishaua respondió:
-Anaypachamanta cusicamuhuanchice taytanchic Inti. Hiscchusun lanza cuinata chaupi ccochaman. Pay oute mupten, runanchicuna suyacca upiacuspa, taquicuspa.
(Desde arriba nos sonríe nuestro padre el Sol… Arrojemos las lanzas al centro de la laguna… Y que a la vuelta de ella, nuestros hombres canten y beban…)
La brisa de la laguna Mishacocha batía ahora con más fuerza las totoras y las atuyungas.
Las apalinas describían en el aire y en la arena extraños signos.

***

Mama Quilla hizo más lento su discurrir por el cielo.
Confundidos, los hombres de Pachacútec y de Sinchi Huaquishaua bebieron y cantaron a la vuelta de la gran laguna.
Toda clase de canciones llenaron el ámbito de la lomería de Mishacocha.
Las hubo algunas de gran ternura.
……………………………………..
Venadita de la alta puna,
huamanripita de la cordillera,
con qué palabras nos separaremos,
qué diciendo nos diremos el adiós…
……………………………………..
(Ccasapi taruquitasha,
urccopi huamanripascha
imanispallatacc raquinacuysun
imanispallatacc cachirinacuycusun)

Y en medio de la gran alegría de aquella noche quedó convenido que Sinchi Huaquishaua y sus cinco mil hombres fueran hasta Caxamarca acompañando a Pachacútec, en señal de confraternidad.
Así se hizo.
Y la distancia entre la laguna de Mishacocha y Caxamarca sirvió sobre todo para acrecentar el fuego de un idilio que horas antes naciera a orillas de la dulce laguna, y cuyos protagonistas fueron nada menos que el propio Sinchi Huaquishaua y la bella Ccoyllur (Lucero), hija predilecta de Malapillo.
El corazón de Ccoyllur ardía en el más grande de los amores. Antes jamás sintió cosa igual. Ni lo había imaginado siquiera.
-Ccuri mayupa chimpampi, Choctamalque chimpampi punen can achca llactacuna, chaymantahus inan ccespemusccacun taytaychic Inti, mamanchi Quilla. llapa urccocunam sinche atun puyucanapas yurac ccama, chay llacctacunacaman risunchic sumacc causacamocc.
(Bella Ccoyllur, al otro lado del Río de Oro, al frente mismo de Choctamalque, hay unas tierras que parecen la cuna de nuestro padre el Sol y de nuestra madre la Luna… los cerros son altísimos y las nubes más blancas… hasta esas tierras iremos para gozar nuestro amor)
Y la bella Ccoyllur respondió:
-Ari, chay intipa, quillapa llactacama cja risunchic ccanhuan cuscaha hualallay, soncollay.
(Sí, hasta la cuna del Sol y de la Luna iré contigo, Señor de mi corazón)
Y una noche, cuando ya Mama Quilla había caído para el lado del mar, huyeron los amantes, seguidos de los cinco mil hombres de Choctamalque.

***

Desde las tierras legendarias del Cuzco, el Inca Pachacútec venía prendado de la bella Ccoyllur.
Un día llegó a decirle:
-Ccampanacome cancca llapa allpacuna, llapallan atun llacctaycuna, llapa sonccoynyn.
(Para ti serán todas las tierras que llegue a conquistar… Todo mi imperio… Y todo mi corazón)
Pero las palabras del Inca no consiguieron hacer vibrar el corazón de la bella Ccoyllur. Su buena estrella la protegía contra el regio asedio para, en breve, presentarle al elegido, a la orilla de una encantada laguna.

***

En Choctamalque todo estaba ya listo para la partida sin retorno. Hombres, mujeres, ancianos, niños, enfermos, todos irían con su ínclito jefe, Sinchi Huaquishaua, hacia las tierras del Sol y de la Luna, al otro lado del Río de Oro.
Pachacútec, a su vez, puso en marcha a todo su ejército en persecución del afortunado Sinchi Huaquishaua. Pero todo estaba previsto y medido por éste. Antes de que los perseguidores alcanzaran las alturas de Cumullca, todas las gentes de Choctamalque, con la gloriosa pareja por delante, estaban ya a la otra orilla del Río de Oro.
Y cuando Pachacútec llegó a la orilla de éste, dióse con la tremenda sorpresa de encontrar completamente destruido el puente natural que un capricho geológico había dejado en la parte más angosta del río. Sin encontrar a su alcance ninguna manera de pasarlo, el Inca Pachacútec dio marcha atrás.
De nuevo en Caxamarca, decidió allí llevar a cabo la conquista de Quito. Por su lado Sinchi Huaquishaua sometía fácilmente a las tribus de los valles de Chachapoyas.
Y fue así como las tierras de Choctamalque (Hoy Celendín) quedaron para siempre sin indios y sin tiernas canciones en quechua.

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