En el imaginario popular abundan leyendas, cuentos, tradiciones, anécdotas no escritas y que circulan de generación en generación para amenizar las conversaciones, para pretender corregir entuertos o a manera de sabias sentencias.
Celendín es un pueblo muy ingenioso para estas narrativas. Actualmente la mayoría de nuestros niños y jóvenes desconocen estos relatos orales, absorbidos por los medios informáticos y alejados del diálogo enriquecedor desde el hogar y la escuela.
Felizmente mentes preocupadas por preservar la oralidad del pueblo han llevado al papel esas manifestaciones, unas veces fieles a la originalidad y otras recreando los textos. Uno de ellos es el celendino Pompeyo Silva.
De la revista “Jelij” No. 3 – Lima, julio 1995, hemos tomado el siguiente texto:
Uno de los concejales visitó a Tío Domingo y le informó de la oferta municipal para el traslado del tronco; luego le preguntó: ¿Qué podemos hacer, Tío Domingo, para trasladar el tronco hasta el camal? Yo lo traigo, contestó el interpelado; pero que me acompañe el municipio en pleno con la bande de músicos; no cobro nada.
El concejal informó al señor alcalde que Tío Domingo ofrece sus servicios en forma ad-honorem. El alcalde citó a todos los concejales para una sesión urgente. Luego dispuso que Pedro “El campanero”, toque el bombo en las cuatro esquinas de la plaza de armas (señal para que se reúnan los músicos); mandó comprar una gruesa de cohetes y algunas botellas de vino marca “El abuelo” para festejar el acontecimiento.
Producida la sesión se planificó la marcha a casa del Tío Domingo para acompañarlo a la Pampa Grande. Formados en columna de a tres marcharon con dirección a Shuitute, lugar donde vivía el oferente. Tocaron la puerta de la casa, salio Tío Domingo con una silla en la zurda, la puso en el centro de la calle y ordenó que los músicos toquen un paso doble; se paró sobre la silla y creyéndose el general Sucre dijo: “¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy pende la suerte del camal”. Después, creyéndose Bolívar, agregó: “Vais a contemplar la obra más grande que el cielo ha encargado a los hombres; yo traeré el tronco para el camal”. Todos prorrumpieron en vivas y hurras a Tío Domingo e iniciaron el desfile a la Pampa Grande, con el alcalde, el gobernador y el susodicho a la cabeza. Cerraba el desfile la banda de músicos ejecutando dianas, mazurcas y el chumaychillo .
Cuando llegaron al lugar donde estaba el tronco, formaron una gran circunferencia alrededor de la mole, en un silencio sepulcral. Tío Domingo se acercó al tronco, hizo la Señal de la Cruz y luego de hacer ejercicios respiratorios y algunas genuflexiones , se puso en cuclillas y ordenó a los mirones: ¡Álcenme!
Como ninguno se atrevió a obedecer la orden, Tío Domingo se incorporó y dijo: Que conste que no es mi culpa; yo he querido llevar el tronco hasta el camal, siempre que alguien lo ponga en mi espalda. La nutrida concurrencia festejo la ironía e ingenio y haciendo los comentarios de ley regresó a la ciudad; los músicos con los instrumentos bajo el brazo, Pedro “El campanero” con los cohetes sobre el hombro; los ediles lamentando el fracaso; el “Hishanau” se hizo humo con el vino y los curiosos patidifusos con la ocurrencia de Tío Domingo.
Celendín es un pueblo muy ingenioso para estas narrativas. Actualmente la mayoría de nuestros niños y jóvenes desconocen estos relatos orales, absorbidos por los medios informáticos y alejados del diálogo enriquecedor desde el hogar y la escuela.
Felizmente mentes preocupadas por preservar la oralidad del pueblo han llevado al papel esas manifestaciones, unas veces fieles a la originalidad y otras recreando los textos. Uno de ellos es el celendino Pompeyo Silva.
De la revista “Jelij” No. 3 – Lima, julio 1995, hemos tomado el siguiente texto:
ANÉCDOTA CELENDINA
TÍO DOMINGO “EL TRONCO”
Por Pompeyo Silva
En el año en que nació “Cuevita”, el municipio de Celendín ofreció muy buena gratificación a la persona que trajera de la Pampa Grande, un gran tronco de eucalipto donado por don Juan Chávez Sánchez, para ser utilizado en la construcción del camal. Varios intentaron mover el tronco sin conseguirlo, ya que sus dimensiones eran poco comunes.TÍO DOMINGO “EL TRONCO”
Por Pompeyo Silva
Uno de los concejales visitó a Tío Domingo y le informó de la oferta municipal para el traslado del tronco; luego le preguntó: ¿Qué podemos hacer, Tío Domingo, para trasladar el tronco hasta el camal? Yo lo traigo, contestó el interpelado; pero que me acompañe el municipio en pleno con la bande de músicos; no cobro nada.
El concejal informó al señor alcalde que Tío Domingo ofrece sus servicios en forma ad-honorem. El alcalde citó a todos los concejales para una sesión urgente. Luego dispuso que Pedro “El campanero”, toque el bombo en las cuatro esquinas de la plaza de armas (señal para que se reúnan los músicos); mandó comprar una gruesa de cohetes y algunas botellas de vino marca “El abuelo” para festejar el acontecimiento.
Producida la sesión se planificó la marcha a casa del Tío Domingo para acompañarlo a la Pampa Grande. Formados en columna de a tres marcharon con dirección a Shuitute, lugar donde vivía el oferente. Tocaron la puerta de la casa, salio Tío Domingo con una silla en la zurda, la puso en el centro de la calle y ordenó que los músicos toquen un paso doble; se paró sobre la silla y creyéndose el general Sucre dijo: “¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy pende la suerte del camal”. Después, creyéndose Bolívar, agregó: “Vais a contemplar la obra más grande que el cielo ha encargado a los hombres; yo traeré el tronco para el camal”. Todos prorrumpieron en vivas y hurras a Tío Domingo e iniciaron el desfile a la Pampa Grande, con el alcalde, el gobernador y el susodicho a la cabeza. Cerraba el desfile la banda de músicos ejecutando dianas, mazurcas y el chumaychillo .
Cuando llegaron al lugar donde estaba el tronco, formaron una gran circunferencia alrededor de la mole, en un silencio sepulcral. Tío Domingo se acercó al tronco, hizo la Señal de la Cruz y luego de hacer ejercicios respiratorios y algunas genuflexiones , se puso en cuclillas y ordenó a los mirones: ¡Álcenme!
Como ninguno se atrevió a obedecer la orden, Tío Domingo se incorporó y dijo: Que conste que no es mi culpa; yo he querido llevar el tronco hasta el camal, siempre que alguien lo ponga en mi espalda. La nutrida concurrencia festejo la ironía e ingenio y haciendo los comentarios de ley regresó a la ciudad; los músicos con los instrumentos bajo el brazo, Pedro “El campanero” con los cohetes sobre el hombro; los ediles lamentando el fracaso; el “Hishanau” se hizo humo con el vino y los curiosos patidifusos con la ocurrencia de Tío Domingo.
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